Cultivar la paciencia
La paciencia es un árbol de raíz amarga pero de frutos muy dulces.
Proverbio persa.
Desde niña me ha gustado mucho el reino de las flores, me encanta ir a los viveros y observar gran variedad de plantas, me hipnotiza sentarme a leer bajo árboles frondosos y contemplar los cultivos de vegetales en los ranchos, pero sobre todo disfruto dedicar una de mis mañanas a sembrar algunas semillas con la esperanza de que crezcan y adornen las macetas de mi patio. Tal vez mi gusto o pasión por ese mundo verde, el mundo de las bugambilias y los crisantemos, de las palmas y los eucaliptos, se deba al hecho de que crecí en un hogar rodeada de esa naturaleza: rodeada de madreselvas que trepaban por la puerta de mi casa, rodeada de matas de orégano cuando iba con mi familia al monte y le pedíamos prestadas algunas de sus ramas que después servirían para condimentar la machaca o el pescado, rodeada de parcelas de rábano y chile, mientras jugaba a atrapar catarinas de las hojas del cilantro, allá en el rancho donde vivía mi abuela.
Y es tanto mi gusto por todo ese universo vegetal, que hace algunas semanas decidí sembrar semillas de cilantro, aprovechando que es la temporada ideal para ello; sin embargo, no tengo un espacio adecuado para sembrarlo directamente en la tierra, así que pensé en sembrarlo en una maceta grande.
Preparándome para mi labor de “jardinera”, compré un saco de tierra preparada, compre la maceta que creía era perfecta, compre mis semillas y me propuse a cumplir lo que deseaba: Cultivar cilantro. Terminé mi tarea muy contenta y esperé unos días para ver el resultado, los cuales según mis conocimiento básicos de agricultura y jardinería, al cabo de una semana aproximadamente se pueden ver los primeros brotes. No obstante, esperé una semana, y no observe que algún brote verde se levantara entre la tierra; esperé otra semana, y cada mañana me levantaba y lo primero que hacía era ir a ver la maceta pero nada aparecía y empecé a preguntarle a mí misma ¿Qué hará falta? ¿Necesitara más agua? ¿Menos agua? ¿Necesitara más sol? ¿Algún pájaro bajara a comerse las semillas? (me habían comentado que esa era una posible razón del porque aun no había nacido el cilantro) Y otras muchas dudas. A la tercera semana ya me había desesperado, me dije a mi misma que definitivamente el cilantro no iba a nacer, no entendía como a mi vecino y otros conocidos que habían sembrado lo mismo, si habían obtenido su pequeño cultivo de cilantro fresco y lleno de vida.
Así que, maldiciendo tomé de la maceta la tierra revuelta con todas las semillas de cilantro que nunca brotaron y la empecé a arrojar a otras macetas, pensé que había desperdiciado tiempo y energía en mi fracasado cultivo, pero al menos no desperdiciaría la tierra.
Pasaron algunos días, se me olvidó mi drama por el fallido intento de lograr cultivar mi propio cilantro, se me olvidaron las semillas y la maceta quedó en algún rincón del patio. Y fue precisamente en ese momento, en el que dejé de esperar que algo sucediera cuando todo ocurrió. Ya que cuando menos lo esperaba, en todas las macetas donde había depositado la tierra revuelta con las semillas, salían pequeños brotes, fue definitivamente una lección enriquecedora, me di cuenta de que si el cilantro no había nacido antes, no era a causa de las semillas, de la tierra o el agua, era a causa de la toxina más mortal, la impaciencia. Sólo necesitaba dejar de esperar, para que todo aquello que había hecho para cultivar el cilantro diera los resultados en el momento preciso, ni un día antes, ni un día después. ¡Pero era imposible saber cuándo sucedería! O al menos no con exactitud, y peor aún, podría haberlo sabido y estaría desesperada de que llegara ese día, así que el tiempo seguramente me parecería lento y amargo. Es precisamente a eso a lo que la psicología llama neurosis de angustia, la cual es una manifestación de síntomas neuróticos como obsesiones, fobias, compulsiones y padecimientos psicosomáticos. Durante los episodios de crisis, pueden presentarse síntomas agudos como molestias abdominales, mareos, vértigo, sensación de ahogo, respiración acelerada, taquicardia, entre otros; y también podemos encontrar síntomas crónicos como insomnio, falta de apetito, falta de concentración y fluctuaciones del estado de ánimo entre la ira y la melancolía.
Supongamos que el problema ya no se trata de semillas de cilantro, ahora el problema se trata de su pareja y sus conflictos, o de la pareja que no tiene y desea tener, de su empleo, de su familia, de sus metas que se han frustrado, de su satisfacción personal, de sus proyectos pausados, de todo lo que no hizo, de todo lo que quiere hacer, de todo lo que no quiere hacer o de todo lo anterior junto, sería la llave a la puerta de la angustia. Por esa razón, parafraseando a Albert Ellis, fundador de la terapia racional emotiva, diré que si quiere deshacerse de la ansiedad, estrés o angustia, debe empezar por dejar de desear obsesivamente una vida perfecta.
También es importante señalar que otra característica principal de la angustia, es que quienes la han vivido dicen que la intensidad de sufrimiento de quien la padece es equivalente a la de alguien que siente que está a punto de morir, sufrimiento que viene impulsado por el temor a “perder el control”, sin embargo, creo que si pudiéramos dejar de anhelar una vida perfecta sin altibajos naturales, podríamos comprender que no tenemos control directo sobre todo lo que nos rodea, si no puedo controlar el ciclo de desarrollo de una semilla de cilantro, mucho menos puedo controlar la percepción, actitud y motivaciones de mi pareja, de mi madre, de mi padre, de mis amigos, de lo que me va a suceder en la calle mañana, sólo puedo controlar mis propios pensamientos y con ello la construcción de mi realidad.
Osho nos dice: “Uno nunca sabe lo que va a suceder. Y es hermoso que uno nunca lo sepa. Si fuera predecible, no valdría la pena vivir la vida. Si todo fuera como te gustaría que fuese y si todo fuera una certeza, no serías un hombre, serías una máquina. Sólo existen certezas y seguridades para las máquinas.”
Así que esa pequeña lección me motivó a escribir mi versión de una antigua parábola oriental acerca del crecimiento del bambú. Y está de más decir, que esto no se trata de semillas y consejos de horticultura o jardinería, se trata de aprender a cultivar el más difícil de los frutos: la paciencia.
Parábola del bambú
Hace muchos años, no importa cuántos hayan pasado hasta ahora, como lo dice una enseñanza Zen: “El tiempo es relativo; es lo mismo una gran eternidad que un trozo de eternidad” allá, en un lejano monasterio budista, vivió un monje que no era feliz. El monje se sentía insatisfecho con su vida, no estaba contento con los resultados de casi nada de lo que hacía, por ejemplo; ya no le gustaban los mándalas que pintaba, los colores fueron perdiendo brillo y sus diseños armonía; al contemplar las begonias del jardín pensaba que le gustaría que hubiera dalias, y cuando plantaba dalias, estas le parecían tan sencillas y se decía así mismo que quería en su lugar poder contemplar magnificas orquídeas y magnolias. Empezaba a molestarle el sonido de las campanas y el canto de los mantras, poco a poco dejó de disfrutar las contemplaciones en el alba, que antes tanto le armonizaban. El monje sentía también, que ya no se podía concentrar y le costaba mucho esfuerzo meditar e incluso conciliar el sueño, porque su mente se inundaba de pensamientos pesados, como se inunda la rivera de un río cuando este se desborda de su cauce, sin embargo, a veces es necesario que el río se desborde para entender que no siempre se necesita una presa para contener el agua, sino que se necesario construir canales para permitir que la corriente fluya.
Y el principal pensamiento que crecía en su mente como ortiga, era la preocupación acerca de qué sería de él en un futuro, se preguntaba constantemente; ¿Podré algún día ser reconocido por todos los monjes del monasterio? ¿Qué podría escribir para concebir una obra que todo oriente conozca? ¿Cuándo llegará ese día en que reciba todas las bendiciones que merezco? ¿Por qué si sigo todos los principios para liberarme del sufrimiento sigo sufriendo?
Así que un día, agotado por tantas dudas, melancolía, culpa y estrés disfrazado de mal humor, el monje decidió partir del monasterio a las entrañas de un majestuoso bosque de bambú para meditar profundamente.
Se sentó en posición de flor de loto en un claro del bosque y se propuso meditar hasta desenredar ese nudo que lo apretaba, hasta desatar la soga del ego que lo ahorcaba; pasaron unos días y una lluvia helada cayó sobre el bosque, pero el monje se mantuvo imperturbable y la lluvia parecía sublime rocío en su rostro.
Pasó una semana más y un violento viento azotó el claro, sin embargo, el monje permaneció inalterable y el viento era como una suave brisa sobre su cuerpo. Transcurrió un mes y un terremoto hizo vibrar la tierra, no obstante, el monje permanecía sereno ante los temblores del suelo.
Transcurrieron varios años, a la par de tormentas, remolinos y sismos, pero el monje seguía meditando sin perturbarse. Tan profunda fue su meditación, que en un momento logró observarse a sí mismo como una semilla de bambú en tierra fértil, la cual después de ser sembrada y ser atendida con entusiasmo por su cuidador durante meses, no lograba brotar el más mínimo tallo. El cuidador decepcionado se preguntaba ¿Por qué la semilla no brota? Si esta había sido protegida de los animales, la había resguardado de la lluvia, la había abonado y regado constantemente; entonces, el jardinero empezó a culpar al clima y a la tierra, porque supuso que tal vez el suelo era demasiado pobre y el clima no era adecuado, sin embargo, pensó también que en ese mismo suelo otras plantas crecían frondosas y que existía bambú en lugares donde se mezclaban climas extremos, los cuales resistían el sol más abrazador y el frío más intenso, así que se dio cuenta de que el problema no era el ambiente, ya que el bambú podía sobrevivir en las más hostiles circunstancias. El cuidador entonces concluyó que si el problema no era el ambiente, lógicamente era la semilla o él, y como no podía saberlo con certeza, prefirió dedicarse al aprendizaje de la jardinería para mejorar su trabajo.
Pasaron 7 años, cuando por casualidad el jardinero pasó por el lugar donde había sembrado la semilla y observó que un pequeño brote se alzaba entre la maleza, y se llenó de regocijo cuando en un mes pudo presenciar que el pequeño brote había alcanzado una altura de 32 metros. De igual manera se percató maravillado, que la semilla de bambú durante sus primeros siete años había crecido hacia abajo, haciendo expandir sus raíces hasta lo más profundo. ¿Por qué? Porque el bambú fue sabio y se estaba preparando para después ser capaz de alcanzar una altura impresionante y ser la planta con el crecimiento más rápido del reino vegetal, casi un metro por día.
Pero sobre todo, el sabio bambú se estaba preparando para sobrevivir triunfante a cualquier adversidad, no tenía miedo si lo incendiaban o lo cortaban ¿Por qué es capaz de hacer eso? Porque a diferencia de la mayoría de las plantas o árboles, las cuales puedes cortar del tallo o el tronco y jamás vuelven a crecer, sus siete años de raíces y paciencia le dan la fuerza para ello, su vida reside en su raíz, y aunque cortes el tallo, este renacerá y seguirá creciendo.
Y en ese preciso momento supo, que él, el monje, era semilla y cuidador.
“Controlar la mente es un proceso lento, sin embargo, una vez que hayamos dominado la impaciencia y desarrollado la paciencia, la satisfacción que se deriva de ello supera con creces, la que puede proporcionarte tener la mejor casa o el mejor coche del mundo.” Dalai Lama.
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Carolina gómez