LIDERAZGO DESTRUCTIVO
Es digno de admiración el papel que han desempeñado la mayoría de las madres mexicanas y, supongo que, de cualquier otro país, quienes con su trabajo cotidiano han venido llevando las riendas por generaciones de los hogares y han logrado construir las vidas de sus hijos además del patrimonio familiar. Comúnmente la mayoría de nuestros hogares son construidos —además de otros elementos propios de una edificación— con entrega, convicción, esfuerzo, empeño, perseverancia, responsabilidad, trabajo, imaginación, sueños y, sobre todo, amor.
En ese contexto, la economía casera suele ser un elemento muy importante dentro del hogar y su práctica nos hace ver que es posible construir familias grandes y fuertes a través de pasos consecutivos y graduales. Basta con mudarse de casa para descubrir el número de bienes que, dentro de esta economía familiar casera, incrementan el patrimonio familiar. Dichas acciones hacen ver la forma callada, imperceptible pero eficaz con la cual nuestras madres han ejercido un liderazgo constructivo dentro del núcleo familiar, que nos ha hecho participar aportando, recibiendo y de esta forma construyendo.
Construir una familia, una pareja, un proyecto, un negocio o bien una organización, requiere de exactamente todos aquellos elementos dados por el ejemplo de nuestras madres y por lo regular lleva un gran tiempo y muchas veces toda una vida lograrlo.
Por el contrario, destruir es exageradamente fácil; muchas veces bastan sólo unos pocos segundos para hacerlo, por ejemplo, a través del uso de una bomba, error, una calumnia, una difamación o hasta una simple duda. Si bien todo esto no siempre ocurre en el nicho familiar, sí ocurre cotidianamente en nuestra sociedad: quien destruye transmite el coraje, la impotencia, la envidia, la incapacidad, la frustración, el odio que ha enfermado su pensamiento.
En la vida cotidiana de nuestras empresas u organizaciones encontramos acciones de liderazgo destructivo a partir del aprovechamiento de problemas, errores de los directivos o, las más de las veces, rumores, ya que a través de éstos se construye una plataforma para el discurso de “seudo-luchadores sociales”, quienes utilizan dicha problemática para desestabilizar la vida organizacional, y después buscar cobrar a cambio de su silencio. Es común ver acompañadas estas acciones de “pseudo-liderazgo” por discursos de ideologías ajenas, por lo regular extranjeras o con adjetivos puestos de moda según la época, como criticar a un sistema etiquetándolo como “pro-yanqui”, “capitalista”, “globalizado”, “patronal”, “narco-satánico” o “neoliberal”. El uso de estos adjetivos lleva a crear un ambiente de elementos intangibles e imposibles de verificar, que se convierten en multiplicadores del rumor o la desinformación, pues no llevan otra intención que la de confundir y aprovechar el calor de los ánimos para poder contar con un grupo de seguidores y alimentar movimientos políticos que permitan aumentar un valor agregado político y obtener indebidos beneficios económicos o grupales.
Los liderazgos destructivos se fundamentan en resaltar el problema, a diferencia de los constructivos, que se fundamentan en la solución. La estrategia seguida por un líder destructivo funciona bien cuando la autoridad de la organización comete errores, es corrupta, morosa o bien no trabaja y recurre a disfrazar la falta de resultados con discursos o difiere el cumplimiento de su trabajo. Cuando en una institución existe trabajo honesto y eficaz los liderazgos destructivos pierden, poco a poco, efectividad y son reconocidos como estrategias individuales disfrazadas de colectivas. El liderazgo destructivo, cuando no es atendido correctamente y se evidencia dentro del grupo, puede terminar cerrando fuentes de trabajo o estancando el desarrollo de una organización.