Eleazar y Carmen
Los dos se fueron; cada uno a su modo y por su lado. Egoístamente, como lo hacen todos. Sin pensar absolutamente en nada.
La personalidad de cada uno afloró hasta el último día de sus vidas.
Él, cortó de tajo su existencia, sin autorización ni consentimiento de nadie. Voluntariosamente, sí, muy a su estilo. Terminó de sopear el pan que había hundido en la taza de café y ni adiós dijo. No se tomó la molestia de despedirse. ¿Para qué? Imagino que se habrá preguntado. Se dejó, simple y de manera llana, caer sobre el abismo de un suelo frío y duro. Lo recibieron las baldosas mirándolo de frente, sin esquivos. No sé porqué me extraña tanto, siendo como era. Siempre impulsivo.
Ella, todo lo contrario. Lo hizo de manera más meditada, lenta y concienzuda. Muy a su pesar.
Dio tiempo a que casi todos nos despidiéramos de ella. Escuchó nuestras palabras queriendo infundirle ánimo. Risa, rezos y hasta llanto. Nos permitió tocarla. Así pudimos posar nuestras manos en las suyas y darle calor. No quiso o no pudo poner resistencia a quienes le hablaron quedo al oído, murmurándole un amor infinito. Los labios de algunos besaron mejillas y frente, humedeciendo su piel reseca y áspera, sedienta de descanso. Otros, no se conformaron sólo con eso, la abrazaron como queriendo retener hasta los últimos latidos y respiros de su frágil cuerpo. Todo, antes de que se perdiera en el vaivén del desconcertante delirium; que cual ola de mar, golpeó la roca que los que la acompañamos fuimos, dejando a unos más que a otros erosionados, deformes, huecos y vacíos.
Así fue para mí.
Ambos se fueron y me dejaron dando vueltas alrededor y sobre un círculo inconcluso. Con la eterna frustración de un adiós incompleto o no concluido. Con las emociones todas, peleando por emerger cual burbuja a la superficie.
Sin sentido.
Ilustración: Israel Barrón.