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Un vistazo a la Basílica de San Pedro

Escrito por Omar Castro Catedrático de la Universidad Mundial Campus La Paz en Lunes, 13 Enero 2014. Publicado en Jesús Omar Castro Cota, Opinión

Las razones para conocer el centro neurálgico de la religión católica, pueden ser muchas; del orden religioso, artístico, cultural, político, etc. Desde la perspectiva artística y arquitectónica, sin duda, es una joya sobre todo con las aportaciones de los genios del Renacimiento. Además de la Plaza –por cierto el único lugar donde no te cobran-, el primer contacto interior que tuvimos con la Santa sede, fueron los sótanos de taquilla. Creí estar ingresando al vestíbulo del Palacio de Bellas Artes; todo recubierto de mármol y una larga fila de ventanillas de cobro, para ingresar a los siete museos en los que se ha dividido la zona de acopio de obras de arte acumuladas por las buenas y por las malas, durante siglos y desde todos los puntos cardinales. El tercer golpe, porque el primero fue económico y el segundo fue de calor, es de carácter emocional y de chantaje espiritual; Juan Pablo II fue un Papa longevo y que mantuvo uno de los pontificados más largos de la historia –hay que recordar que mucho antes se mataban entre ellos-, viajó como ningún  otro, y le tocó la revolución tecnológica para ser visto en todo el planeta. Frente a las taquillas y al centro del vestíbulo, nos recibe un bloque de mármol blanco (2 mts. aprox.) que luce en relieve en una de sus caras, la imagen de Juan Pablo II joven y de pie con los brazos extendidos al frente y en ángulo hacia arriba; en la otra cara, aparece el Papa en posición de oración y recogimiento, con edad avanzada. En el extremo del bloque, se empieza a separar la figura tridimensional de un hombre, invitando a la acción, al movimiento. La obra se llama Vacare la soglia, (Pisar el umbral), y es del escultor toscano Giuliano Vangi, y data de 1999. La entrada cuesta 58 € por piocha, por muy católicos, apostólicos y romanos, que sean. Es decir, si mañana no se caen las bolsas, $ 957.00 pesos mexicanos, constantes y sonantes. Las filas son interminables, y no hay organización para ingresar por grupos, de modo que el turista ferviente o no ferviente pueda apreciar al detalle las piezas, las pinturas, y las esculturas que ahí se exhiben. Las salas se recorren como ganado al matadero y con un calorón de los infiernos –perdón- de la chingada. Se avanza como en el mejor día de carnaval en el malecón de La Paz, sólo que transpirando y empujando, mientras que afuera el Sol está quemando a 40˚C. Para mayor precisión, imaginen la marcha contra el desafuero de Andrés Manuel, por la calle Madero de la Ciudad de México. A medio recorrido, ya quieres saltar por la ventana pero no hay modo. Es una marabunta de todos los colores y todos los olores. ¡Vaya! Ni la cámara la puedes manipular con relativa comodidad. En los rostros se reflejan los efectos de la claustrofobia y la deshidratación. Caminas, subes, bajas, te empujan, empujas, respiras porque no hay de otra, y la cereza del pastel te la dejan para lo último: la Capilla Sixtina, donde Miguel Ángel se dio vuelo con el pincel, y donde se desarrolla el Cónclave para elegir al nuevo Papa. Cuando se llega a ese impresionante recinto, tus ánimos y tu fe, los traes anudados a un cáñamo y arrastrando por el suelo. Te salva la genialidad del arquitecto, escultor y pintor florentino, Miguel Ángel, y La creación de Adán, en la bóveda de la Capilla. Después de este Calvario –sin la cruz- fuimos conducidos al interior de la Basílica, donde también dejó su huella Miguel Ángel, con el diseño de la cúpula, y ahí tuvimos algo de respiro porque los espacios son verdaderamente grandes. Sólo la basílica, fue levantada en una superficie de 2.3 hectáreas. Y para variar, cuando pregunté si el baldaquino, el palio o solideo que está sobre el altar mayor, y más abajo, sobre la tumba de San Pedro, era de madera, me contestaron que era de bronce, y lo había realizado el genio de Gianlorenzo Bernini, habiéndose tardado en ello, nueve años. ¡Ah! pero según cuentan, el material fue robado por instrucciones del Papa Urbano VIII, nada más ni nada menos que del Panteón Romano; construcción que data del año 27 a.c. Fueron tres toneladas de bronce que recubrían la bóveda del Panteón, edificio que mejor se conserva después de más de 2 mil años de antigüedad. Adicionalmente se dice que la inconformidad de los romanos renacentistas se expresó a manera de un pasquín que rezaba: Quod non fecerunt barbari, fecerunt Barberini. “Lo que no hicieron los bárbaros, lo hicieron los Barberini”, en franca alusión a la familia del Papa Urbano VIII. De las cosas que uno se entera en la casa de Dios; ahí nadie calla nada ni se guardan nada, como las cartas que el mayordomo del Sumo Pontífice (hoy emérito), sustrajo y las dio a conocer. ¡Ah! y también me llevé un ¡Zape! de los guardias suizos. Nos dijeron que dentro de la Basílica, sí podíamos tomar fotografías, y no como en la Capilla Sixtina, que están categóricamente prohibidas.  Bajamos al cementerio papal (catacumbas) y cuando pretendí disparar la cámara frente a los sarcófagos marmóreos de Pedro, de Pablo, de Paulo VI, de Juan Pablo I, Juan Pablo II, entre otros muchos, un guardia casi me hace “manita de cochi”, evitando un acto de sacrilegio. Pero luego empecé a sacar cuentas, y concluí que el sacrilegio estaba en otra parte. 58 € con 5 millones de visitantes al año, resultó la nada despreciable suma de $ 4, 785’ 000 000.00 (Cuatro mil setecientos ochenta y cinco millones de pesos) de ingresos al año sólo por visitar los museos vaticanos, algo así como 361’ 132 075.00 (Trescientos sesenta y un millones, ciento treinta y dos mil setenta y cinco dólares). ¿Qué diría el profeta con su túnica hecha jirones? A pesar de todo, de la muchedumbre, del calor, de los costos, del apremio, de las contradicciones entre la prédica, la rapiña y el negocio, es un enclave fabuloso de arte y belleza inigualable e indescriptible. Porque ¿Qué museo en el mundo no tiene obras robadas? El Tláloc de San Miguel de Coatlinchán, Estado de México,  fue sustraído por el Gobierno Federal, en abril de 1964, y colocado en el Museo Nacional de Antropología e Historia. La réplica prometida a sus habitantes, llegó 43 años después, y el museo que iban a construir ahí, jamás se levantó. Bien se cuidó el gobierno, de meter al ejército para evitar y controlar la resistencia de los pobladores que se sintieron despojados de su patrimonio histórico y cultural.

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