Y seguimos pidiendo la palabra: DONDE MORAN LAS LUCIÉRNAGAS
I
Ni las miles de lágrimas, ni mis manos temblorosas, ni las prosas que hice acerca de tu muerte, ni las letras talladas en la corteza de las páginas que reinventan tu regreso, ni la mala fortuna de pensar por qué no yo y sí tú, es más, ni siquiera la vívida memoria de aquellas cortadas respiraciones a media madrugada; ni tantos atardeceres, ni los perros que perdieron su aliento bajo las bancas del parque, ni los chicles pegados por desidiosos sobre las mesas o las poltronas bailarinas del patio, ni tus líneas que hoy son mudas, ni los chillidos de la cotidianidad pueden llenar el gran vacío de tu faz, de tu cálida piel, de tu abrazo estrujante cada noche, de los dulces besos y carnosos labios, ni siquiera esta escritura permitirá el regreso de los quizá y de los te quiero sin que reviente por dentro mi plegaria...