Y seguimos pidiendo la palabra: DE TORERA DE LAS AGUAS: I, II Y III
I
Mientras nuestras sombras
tejen y destejen un manto de complicadas caricias
nuestros cuerpos permanecen,
a la vista de todos,
sin tocarse.
II
Respirarte en mi mano,
tomar de tus cejas su calma
o montarme en ellas para jugar con sus crines blandas.
Dispararme este poema en la sien
y hacer de mi suicidio un crimen perfecto:
“Murió de poesía natural”.
Pero no sustituir con estas frases vacías
al momento en que abren tus piernas cerca de mi oído
para que escuche el romper de las olas.
III
Cuántas veces una respuesta sin preguntas,
un verbo en presente, triste, sin oídos.
Por eso aquella tarde venías lenta,
contando las mordidas de arena que la playa te daba;
por eso el desafío:
“A ver si puedes arar en mi piel
con tu yunta de sal”.
No, aquella tarde hasta el mar te quedó chico:
avergonzado se replegó en sus abismos esperando un descuido.
El descuido, torera de las aguas,
de que siempre te acentúas
en la penúltima ola.
Comentarios (3)
Lizbeth Talamantes
Adrián Arboleda
Elizabeth Gervacio