Alcoholismo en Gobierno
Los niveles de atontamiento, confusión o atolondramiento en el gobierno están vinculados a la impreparación escolar y cultural de los funcionarios, a la laxitud en la aplicación de las leyes y a comportamientos sociales que les generan un estado de estupefacción casi permanente, principalmente derivado del alcoholismo a que están sometidos un día sí y otro también.
Desde luego que en la llamada sociedad civil el alcoholismo alcanza niveles espeluznantes, pero podría decirse que hace menos daño al conjunto nacional que un estudiante o un obrero se embrutezca etílicamente a que alguien, que tiene una responsabilidad gubernamental, se encuentre diariamente bajo los influjos de las bebidas embriagantes.
El nivel de consumo de bebidas alcohólicas es un problema de salud pública, porque la cantidad de enfermos, mujeres y hombres, de todas las edades, afecta ya a casi la mitad de la población. Es un grado de atontamiento colectivo, porque como bien se sabe, el individuo que ha consumido un litro de cerveza o cuatro cubas libres, no alcanza a eliminarlas de un día para otro. Se le acumula en su metabolismo y si al siguiente día vuelve a la práctica a la hora de la comida, de la cena o a la salida del trabajo, empieza esa cadena de dependencia que se convierte en adicción y vicio, pero sobre todo de estupidización.
Es muy preocupante que a todas horas tenga uno que tratar con servidores públicos que poseen un desagradable tufo alcohólico, en el gobierno federal, en los estados y en los municipios. Incluso en las ventanillas atendidas por mujeres es perceptible su aliento etílico y su abotagamiento facial. La costumbre es que ya en las comidas y cenas los funcionarios tomen vino, tequila o cualquier otra clase de taguarniz.
Creen que se vuelven muy chistosos tomando o muy ingeniosos o muy sociables, cuando en realidad se transforman en bufones procaces y ruincillos, además de que abren las puertas de la corrupción con los primeros efectos de las ingestas. Con el alcohol, no sale lo mejor de cada ser humano, sino lo peor, lo sabemos todos los que hemos tomado copas en cualquier cantidad o momento. No en balde hay agrupaciones como los alcohólicos anónimos y otras clínicas especializadas donde con frecuencia caen los atormentados funcionarios presas de esa maldición. Si hubiera gobierno, se pondrían medidas muy estrictas para educar a los niños y jóvenes en los efectos del consumo de bebidas alcohólicas, entre esos efectos, aparte de la pérdida de la razón, se encuentra la obesidad, la diabetes y la hipertensión.
Pero a ciertos segmentos les conviene un pueblo embrutecido y unos gobernantes atolondrados, acorrientados y desvergonzados para manipularlos más fácilmente. Es clásico ver a las servidoras públicas acompañando a sus jefes y compañeros de oficina gubernamental a las papalinas de órdago hebdomadarias o entre semana y todos sabemos cómo comienzan y cómo terminan. Nuestro país no viviría una crisis tan grave en su economía y en la cruel pobreza que apabulla a más de la mitad de los mexicanos, si los gobernantes no se hubieran tornando en súbditos de Baco. Desde la Sombra del Caudillo, que escribiera Martín Luis Guzmán, se puede ver reflejado este fenómeno deletéreo de la dignidad social y política. No recuerdo cuántas botellas de Cognac se consumen en el transcurso de la novela.
El hecho es que, a todos los niveles, el alcohol, aparte de la corrupción o junto con ella, ha hecho presa de nuestros gobernantes y burócratas y eso, tiene que acabarse, a como dé lugar.
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