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CANTANDO EL TRIUNFO DE LAS COSAS TERRESTRES

Escrito por Efraín Orantes Abadía en Lunes, 02 Febrero 2015. Publicado en Literatura

Hace más de 13 años llegó a mis manos un libro de gran formato y portada verde que tenía por título Ojo de jaguar. Ese libro fue para mí una verdadera aventura y una revelación. Seis años después de haberlo leído, llegué a la finca de mi padre, Arroyo negro, en la zona de amortiguamiento de la Reserva de la Biósfera El Triunfo. Esa finca cafetalera es mi casa y mi refugio. Tan pronto como llegué, Ojo de jaguar se convirtió en mi Biblia, una especie de manual para conocer la selva, a mi gente, al café. Cuando llegué a la finca no sabía diferenciar las aves, no sabía identificar las huellas de los animales ni cómo seguirlas.

            Una vez, me adentré, cámara en mano, en un cafetal abandonado del cerro El Cebú. Iba tratando de fotografiar un manakín toledo, Chiroxiphia linearis. De pronto escuché, a mi izquierda, el crujir inconfundible de la hojarasca que se quebraba. Me orienté hacia el sonido y vi un manchón de luz moteado: era Balam, el jaguar.  Tan solo una ráfaga de luz, un solo disparo, un solo clic de mi cámara… y tuve la única foto tomada hasta ahora de un jaguar en un cafetal.

            Pasaron seis años más para escuchar de labios de mi entrañable amigo y maestro Eleacín Morales una noticia que me estremeció. “A Efraín, al poeta Efraín Bartolomé, le he hablado de ti y de Arroyo negro y quiere conocerte.” Me sentí honrado y feliz.

            Unas semanas después fui a conocerlo en la presentación del libro biográfico que sobre el maestro escribió Héctor Cortés Mandujano. Después de aquel acto Eleacín y yo nos acercamos al poeta. Debo confesar que me sentía perdido, por no decir atontado. Como un niño impresionado ante un superhéroe me dejé conducir por Eleacín. Frente a mí tenía no sólo a un poeta excepcional sino también a mi maestro y mi guía, el hombre que por 6 años  me acompañó con sus palabras a la selva, el que letra a letra me enseñó a verla con todos los sentidos. A mirarla no sólo como un manchón verde sino como la Casa de la Vida, siempre un refugio y a veces un infierno.

            Los invité a él y a su amada Pillita a la finca Arroyo negro y ellos me invitaron a asistir a su boda ritual en Ocosingo. Con la calidez propia del hombre que finca su vida en el desarrollo espiritual me abrió los brazos, su corazón y su casa. Fuimos un grupo de amigos a la boda y al regresar de allá comenzamos los preparativos para subir a la finca. Llegado el día y tras un trayecto de poco más de cuatro horas, llegamos a Arroyo negro. Conocieron mi mundo, conocieron de cerca ese lugar que amo, casa del tapir, del jaguar, de las águilas elegantes y otros imponentes ejemplares de la grandeza de la creación.

            El poeta y su amada fueron recibidos con júbilo no sólo por mí, sino que al caminar por los senderos de la montaña se toparon con una tropa de 15 monos araña, que los acompañaron en la caminata por algo más de una hora. Nuestro jabalí de collar, mascota de Arroyo negro, también se unió a la fiesta. Todo el cerro El Cebú y la finca completa estaban celebrando.

            Durante todo el tiempo que duró su visita fui haciéndome consciente de una paradoja. Yo mostraba a este hombre mi mundo. Un mundo que conocí porque él me enseñó a mirarlo.

            Por la noche, después de destapar una botella de buen vino, supieron de nuestra lucha por conservar El Triunfo, por detener las invasiones, la tala, la caza. Fueron testigos de cómo la mano destructora del hombre va subiendo poco a poco para destruirlo todo.

            El poeta y su amada me contaron esa noche su incursión en la montaña, en la zona núcleo de El Triunfo, en el año 2000. Me hablaron de su mágico encuentro con el quetzal y con el endémico unicornio alado, el pavón. Y compartieron conmigo que el poeta había bajado de allá con un libro nuevo: Cantando El Triunfo de las Cosas Terrestres.

            Hoy, que por fin conozco la hermosa edición que nos brinda la Universidad de Ciencia y Tecnología Descartes, me invade la felicidad al saber que mis hijos Iker y Dali Alejandro tienen, como yo lo tuve antes, un manual para conocer y aprender a  amar el lugar donde viven. Y eso es porque no se trata de un manual cualquiera, es un manual espiritual, una guía poética. Así amarán ese lugar al que su padre profesa un amor que solo es inferior al que tiene por sus hijos.

            Gracias amigo-poeta, poeta-maestro. Gracias porque desde lo holístico de tus palabras aprendí el amor, el supremo amor a la madre Tierra que es origen y destino de los seres de la creación divina. Gracias por enseñarme que nuestro nombre, Efraín, significa “El Fructífero”. Con eso entiendo tu destino y acepto mi camino.

 

            

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