Carta a una hija
Ver crecer a aquellas personas a las que dimos vida es simplemente maravilloso. Reconocer en ellas algo nuestro e identificar diferencias y similitudes nos llena de satisfacción. Creer que nos pertenecen cuando no es así, puede generarnos un poco de frustración y reconocer que inevitablemente llegará el día que tendrán que tomar su propio rumbo, tristeza.
De alguna manera intentamos que se vuelvan nuestro reflejo, en mayor o menor medida.
Dice la vox poluli que, entre más semejanzas en el carácter tengan las hijas e hijos con sus madres o padres, los conflictos entre estos pueden ser mayores. No obstante, y aunque estas dificultades en la crianza creen tensión en algunos periodos del desarrollo, las madres es especial, mantenemos un lazo muy fuerte con cada uno de los seres a los que trajimos al mundo.
Cada relación es especial y única.
Hoy esta carta va dirigida a una de las personas más especiales que la vida me dio la oportunidad de concebir, conocer y con sus aciertos y desaciertos, criar.
Querida Alejandra:
Tu llanto vigoroso cimbró las paredes blancas y asépticas del quirófano tras una incisión horizontal en mi bajo vientre, y segundos después de que unas manos extrañas calzadas con guantes, la boca cubierta y vestida toda de azul te arrancaran abruptamente de mis entrañas. Ese primer llanto me pareció tu exigente reclamo a querer seguir unida a mí, en la estrecha, continua y sanguínea relación que sostuvimos por nueve largos meses; como si temieras que todo terminaría entre tú y yo a partir de ese turbulento momento en que abriste tus ojos y todo fue luz y sombras para ti. Mientras que para mí significó la culminación de un estado de zozobra permanente, porque durante tu espera sentí que deambulaba con los ojos cerrados sobre una cuerda floja a cientos de metros de una superficie segura. Y no era para menos, ya te había perdido dos veces antes sin conocerte, todavía sin que tuvieras forma definida, a penas cuando tu pequeño corazón comenzaba a latir. Por ello con tu llanto, vino la certeza que eso ya no pasaría, ya no te perdería, al menos no de la misma manera.
Ese día todavía de verano conocí el color de tus ojos y el timbre de tu voz, la textura untuosa de tus mejillas regordetas y tu cabello fino y escaso con destellos dorados. Ese día besé tu rostro pequeño, vi y sentí tu boca ansiosa y hambrienta buscar y succionar mi pecho para probar el calostro con el que te alimentarías por muchos meses.
Tu nacimiento fue y seguirá siendo uno de los acontecimientos más maravillosos e inolvidables de mi simple existir.
Sin embargo muy a pesar mío, por una u otra razón, por lo difícil que se tornó la vida para mí en aquella época; no pude o no supe evitar que los efectos inicuos y colaterales de mis decisiones y acciones te alcanzaran y por lo tanto la luna de miel entre nosotras llegó a su fin.
El proceso de tu desarrollo psicomotor normal tuvo que ver. Preferiste correr que permanecer en mis brazos, comer por ti misma aunque sólo la mitad del alimento contenido en el plato llegara a tu boca, anudarte las cintas de tus tenis favoritos una y otra vez por tu propia cuenta. Después, conforme fueron pasando los días y crecías, ya no dejaste que te secará el cabello después de bañarte. Te aburrió el cuento de Caperucita roja, ese, el remasterizado, donde la Caperuza era rebelde y no le temía a nada y donde obviamente no se la comía el lobo ni a ella ni a la abuela. Más adelante todavía, optaste por irte a la cama en silencio, sumida en tus pensamientos.
Fue entonces que sentí que la brecha que nos separaba iba ensanchándose. Dejaste también de encontrar emocionante acompañarme a hacer las comprar de la semana y echar a la canasta lo que yo te indicaba.
Así puedo llenar dos o tres cuartillas enumerando y describiendo las cosas que antes conmigo hacías y que fuimos dejando de lado, algunas por obviedad y tantas otras por nuestras manías.
Cuando me di cuenta y aunque tu cuerpo era todavía de niña, tu mente era distinta. Eras una niña grande, no por tu forma de vestir, todo lo contrario. Era algo en tu pensamiento que había cambiado.
En la actualidad, sigues siendo para mi un misterio. Una joven que en ocasiones percibo temerosa y en otras tantas audaz y valiente. Eres tan diferente a mí cuando tenía tu edad, tu pensamiento tiene mucho menos ataduras, tienes más libertad de acción y decisión. Sin embargo y a pesar de ello, también logro ver en ti uno que otro rasgo mío, como por ejemplo que te cuesta un poco socializar y abrirte a las demás personas. Y aunque hace tiempo ya que intentamos esquivar algunas de las diferencias que allanan nuestra relación y coartan nuestro diálogo, muchas veces sin tanto éxito, creo y sobre todo siento que la empatía y sororidad van ganando terreno entre nosotras dos. Aunque sigas siendo un acertijo que no puedo descifrar, un rompecabezas complejo, una caja fuerte cuya combinación no poseo.
Te quiero.
Te quiero.
"He tenido que cuidar y sostener a la niña herida que había en mí. He tenido que acunarme y protegerme y como Nicodemo nacer de nuevo. Y en este renacer he encontrado a mi madre, también niña e indefensa, ansiando ser acunada tal vez por mí..."
Stanislav Grof
Imágenes de: Patricia Valenzuela