CARTA DEL OBISPO MIGUEL ANGEL SOBRE LA VIOLENCIA EN BAJA CALIFORNIA SUR
CARTA DEL OBISPO MIGUEL ANGEL SOBRE LA VIOLENCIA EN BAJA CALIFORNIA SUR
Les escribo haciendo mía la preocupación de muchos hermanos que viven en medio de la angustia por la violencia que, en forma acelerada, va a la alza en la que hasta hace poco tiempo fue una tierra pacífica. Antes de Odile se hablaba de diez y hasta quince ejecuciones, mismas que cimbraron a nuestra sociedad, pero no faltan los que dicen “eso es lo que sabemos, hay muchos filtros en la información, ¿cuántos más habrá?”
Odile nos hizo olvidar temporalmente este problema, pero la violencia ha resurgido y este clima nos obliga a hacer un alto y reflexionar de una manera responsable y propositiva. Vivimos una época en la que todo pasa rápido y la repetición de hechos nos lleva a acostumbrarnos a los mismos, perdiendo la capacidad de asombro. Hay que gritarlo en voz alta: No debemos acostumbrarnos a vivir en un clima de violencia, eso nos lleva a la indiferencia y a construir culpables alrededor, sin asumir la parte que nos corresponde.
Ya no somos ajenos a este fenómeno, no sólo nacional, sino mundial. En lo primero que pensamos es en el narcotráfico a gran escala, pero la realidad es que ahora el narcomenudeo nos está llevando a situaciones nunca antes vistas en nuestro medio, las conocíamos en otras latitudes por lo que escuchábamos en los noticieros. Y si queremos ser justos, debemos reconocer que es un problema cada vez más local, dejemos de fincar responsabilidades sólo en “gente que ha llegado de fuera”, varios de los ejecutados tienen origen y apellidos sudcalifornianos.
Honestamente, hay que aceptar que esa violencia, así como la criminalidad, la rapiña y otros hechos delincuenciales, son fruto de algo que se ha ido sembrando en nuestra sociedad, es la ausencia de valores en un pueblo por naturaleza pacífico, pero que le fue abriendo las puertas a la permisividad. En nombre de la modernidad y del “no pasa nada”, nos hemos vuelto algo cómplices de lo que a la ligera condenamos deslindándonos de toda culpa.
Me viene a la memoria la palabra de Jesús que nos dice: donde está el cadáver también allí se reunirán los buitres (Lucas 17,37). Una sociedad moribunda en sus tradiciones, en sus valores éticos y religiosos, se vuelve fácil presa de los buitres que acechan la podredumbre y la carroña. Es un mal que ha penetrado todas las instituciones, comenzando por la piedra angular de ellas, la familia.
La desintegración y la violencia intrafamiliar se ha trasladado a la calle, a la escuela, a los ambientes de trabajo. El todo es un reflejo de las partes, la violencia que lleva a asesinar -en muchos de los casos- tiene su raíz en la falta de formación del niño que, tarde o temprano, se volverá un delincuente. La ausencia de amor en el hogar lleva al individuo a guiarse por los instintos más bajos, es Caín que sigue atentando contra su hermano.
El modelo educativo que arrastramos desde hace unas cuatro décadas hoy está “dando frutos”, desapareció el civismo como asignatura y con él fue desapareciendo el respeto al otro. Desde nuestro campo, el religioso, nos damos cuenta de que es casi delito hablar de Dios en una escuela, mientras se promueven y hasta imponen ideologías, ajenas a nuestra cultura, dictadas por una agenda globalizante.
Ese es el menú que hoy ofrece en muchas aulas a los hijos de un pueblo en su mayoría cristiano, una nación que en su constitución se define como laica y respetuosa de la libertad religiosa: el alimento pobre en nutrientes nos traerá la enfermedad. El hermano que ha delinquido y que hoy vive en la cárcel puede tener una Biblia en sus manos, el niño o el joven jamás podrá hacer uso de ella en su formación escolar.
¿Hasta dónde vamos a llegar? La mayor parte de los asesinatos tienen relación con el tráfico y consumo de drogas, pero aún así muchos abogan porque su venta y uso sea legal. Se gasta mucho en campañas de prevención contra el tabaquismo, las bebidas edulcoradas y la comida chatarra por los daños que pueden ocasionar a la persona, pero nunca se ha visto a alguien que asesine después de haber consumido estos productos. ¿Qué intereses se mueven detrás del tráfico de estupefacientes que ha rebasado al poder judicial y todo lo que de él se deriva?
Es ingenuo hablar de hechos aislados cuando, hasta en pequeñas poblaciones de nuestro territorio, vemos con más frecuencia el enfrentamiento entre grupos del crimen organizado. Algunos se consuelan diciendo que se están eliminando entre ellos, pero son ellos los que siguen surtiendo la droga a nuestro pueblo, sobre todo entre los jóvenes y adolescentes. Ahí está el verdadero problema, si la demanda sigue creciendo también crecerá la lucha por el mercado de quienes la distribuyen, aumentando cada día la ola de violencia.
Con frecuencia se nos acercan los feligreses a sacerdotes y pastores quejándose de que en su barrio ya no se vive con tranquilidad, han perdido la confianza en la policía pues ven cómo se hacen de la vista gorda frente a los narcomenudistas, los cuales realizan “su trabajo” de manera descarada, ya no se esconden, se ve en cualquier esquina y a plena luz del día. Hasta se les ve dialogando entre ellos. Entendemos que no todos los policías están implicados, existen los buenos, pero es sabido que algunos son parte de esa telaraña criminal y muchos sospechan que también hay altas autoridades involucradas en ella. Ese es el ambiente de desconfianza que se vive en la mayoría de las poblaciones de la Baja California Sur.
Tenemos qué demostrar que somos un pueblo sano para alejar a los buitres que merodean buscando la carroña y lo podrido, pero no es ésta una tarea exclusiva de nuestras autoridades, digamos que ellos tienen la responsabilidad de velar por nuestra seguridad. Pero ni teniendo a un policía en cada esquina se acabará el problema, menos cuando a muchos hasta el mismo policía les provoca desconfianza; la respuesta está en la base de la sociedad, es decir, en la familia. Y viene por añadidura el trabajo a realizar en el campo educativo y las iglesias, desde la formación temprana y en aquella que debe ser permanente.
No dejemos que la maldad toque a la puerta de nuestra casa, tampoco permitamos que dentro de ella se vaya adueñando el mal. Dentro de cada niño existe un futuro profesionista, una persona de bien, un buen cristiano, un buen ciudadano. Pero, si no hacemos algo por ofrecer una formación más integral, aunque lastimen estas palabras, también dentro de cada uno de ellos existe un narcotraficante, un rapiñero, un delincuente o un asesino en potencia.
Hacemos un llamado a quienes tienen poder en nuestro pueblo –gobiernos y empresarios- para que se trabaje en la construcción de una sociedad más justa, en donde haya oportunidades de trabajo para todos, con salarios más justos que eviten la tentación de conseguir el dinero fácil. No son pocos los que, viviendo en la extrema pobreza y ante la falta de oportunidades de un trabajo digno, en su frustración optan equivocadamente por el camino fácil que los lleva a vivir –aunque sea por un período breve- lo que para ellos era una meta, encontrar la felicidad en lo material.
A nuestros hermanos -porque lo son- que viven en el error, sembrando la destrucción al dañar el cuerpo y el espíritu por medio de la droga, enrareciendo el clima de paz y tranquilidad que antes teníamos, los invitamos a la conversión. Sabemos que en toda persona están las semillas de la fe, la bondad, la nobleza, traten de reencontrarse consigo mismos y esfuércense por recuperar lo bueno que existe dentro de su persona. Nunca es tarde para corregir el camino, vean en aquel que les compra la droga a un hermano, a alguien que es un hijo de Dios como también lo son ustedes.
Hermanos y hermanas, Odile con toda su fuerza y su furia nos dejó seis muertos ¿La violencia fratricida cuántos muertos lleva y cuantos más nos dejará? La responsabilidad es de todos.
Con mi cariño y mi bendición:
+ Miguel Ángel Alba Díaz
Obispo de La Paz