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Crisol Internacional: “Cuentos de invierno, Bielorrusia”

Escrito por Andrea König Fleischer en Viernes, 06 Diciembre 2019. Publicado en Andrea König Fleischer, Columnistas, Columnistas BCS , Crisol Internacional, Cultura, Sociedad

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Los momentos que nos permiten admirar la belleza, especialmente la artística enriquece nuestras vidas, porque favorecen no solamente nuestro estado de ánimo, sino también cambian nuestra perspectiva de ver y apreciar la existencia humana y con ello también fortalece nuestro espíritu. La estética históricamente definida desde hace ya casi dos siglos, como “la ciencia de lo bello, a la que se agrega un estudio de la esencia del arte, de las relaciones de éste con la belleza y los demás valores y que según el teólogo y filósofo  italiano Tomás de Aquinolo bello es, quae visa placet aquello que agrada a la vista”, postulado que seguía las ideas de los griegos clásicos. Esto se puede extrapolar también al resto de los sentidos. En el caso del oído, la belleza de la música es lo que agrada al sentido auditivo. Con ello nos damos cuenta que la belleza no es una cualidad física, sino que es una cualidad subjetiva, apreciada por el sujeto a quién se le transmite y que lo capta a través de sus sentidos. Asimismo, belleza significa en consonancia una contraposición a la fealdad o una disonancia, es decir relativa para muchos pero existente para todos, siempre y cuando haya sensibilidad y ánimo para percibirla. De esta manera “la belleza artística” se puede hallar doquier si somos capaces de apreciarla…

Cada pueblo y cada región cuenta con una amplia gama de expresiones culturales y su arte forma parte inseparable de su cultura y tradiciones, tal es el caso preciso de la música, la literatura y la pintura por ejemplo, pero también existen momentos más frágiles de suma beldad artística cuando según los expertos en la materia: El momento artístico, su belleza, no reside en el papel, sino aparece cuando se produce la acción escénica o la musical.” Esta belleza es efímera, terminando cuando retorna y nos envuelve el silencio. Todo se ha esfumado, dejando únicamente sus calcas en nuestro interior. Este recuerdo puede ser  más profundo cuando mayor haya sido la capacidad de emocionarnos, cuanto mayor haya sido el placer conseguido. El ballet es uno de los ejemplos más clásicos de esta índole y somos afortunados todos los que hemos podido apreciar un momento de esta singular perfección artística, donde armonía, gracia y elegancia humana se  combinan y conciertan. Definitivamente la antigua Rusia se puede considerar como la cuna del ballet y particularmente del célebre e internacionalmente reconocido Bolshoi que sobrevivió no solamente la Revolución bolchevique, sino a dos Guerras Mundiales, la Guerra Fría y la caída de la  “cortina de hierro”. Lo fascinante de su dramática historia es que las corrientes más radicales de la izquierda intentaron erradicar esta fase cultural, en su momento vinculada con el antiguo régimen del zarismo. Algunos mecenas lograron salvar la mencionada danza del olvido, para posteriormente convertirla en propaganda soviética. Cabe recordar que tanto el teatro como el ballet siempre destacaron entre las grandes pasiones recreativas de la aristocracia. En Rusia ambas se forjaron como símbolos imperiales hasta la caída del zarismo y por ello una y la  otra y con ello ambas corrieron el riesgo de ser erradicadas durante la Revolución bolchevique de 1917, por ser consideradas enemigas del proletariado.

Según las fuentes históricas correspondientes durante el mandato de Lenin, se buscaba educar al pueblo a través de la cultura. El dirigente depositó su fe en Anatoly Lunacharsky  como Comisario del Pueblo para la Instrucción y confiando en su ilustre juicio, delegó en él la reivindicación rusa a través de la cultura. Esto en medio de presiones  ya que el extremo más radical de los bolcheviques presionaba para destruir cualquier tradición previa a la revolución. Sin embargo, el Comisario del Pueblo para la Instrucción se dedicó a proteger fervientemente cada uno de los elementos que dotaron de esplendor al zarismo con el noble propósito de ponerlos al servicio del pueblo. Al principio los bolcheviques volcaron sus esfuerzos en el teatro para instruir a las masas y tender fuertes lazos emocionales entre el Estado y el pueblo. Al ballet no le prestarían atención hasta pasada la década de los treinta. No obstante, existieron dos figuras representativas que rescataron a los bailarines imperiales y llevaron a la danza a alcanzar un esplendor universal, así como a su renacimiento ante la indiferencia de los bolcheviques. Esto fue posible gracias al empresario y visionario Serguei Diaguilev, quien fundó los Ballets Rusos, una compañía con la que asombró a Europa en los primeros años del siglo XX, y a la maestra de danza Agrippina Vaganova, que sentaría las bases de una escuela rusa de ballet sobre la que se cimentó el esplendor de este arte en la  Ex-URSS. A pesar de haber deleitado a la aristocracia, la belleza del ballet cautivó a los soviéticos, entendiendo su universalidad y la liberación de emociones desde Rusia para el mundo. De esta manera el gobierno de Stalin la convirtió en un símbolo de orgullo nacional que acompañó al comunismo durante la bipolaridad mundial.

Tras la llamada Revolución de Terciopelo, con las nuevas políticas económicas de la Perestroika  y Glasnost o apertura hacia el mundo Occidental bajo el mandato de Mijaíl Gorbatchov  en la década de los años ochentas, llegaron en el año 1991 las reformas políticas y la creación de la Comunidad de los Estados Independientes (CEI), a la cual también pertenece Bielorrusia o la República de Belarús o Bielorrusia  que sin acceso al mar limita al Norte con los países del Báltico, Lituania y Letonia al Este con la Federación Rusa, al Sur con Ucrania y al Este con Polonia. Tanto histórica como culturalmente Bielorrusia ha sido un país fuerte y muy fecundo debido a sus recursos naturales, superando gradualmente los estragos del desastre nuclear  ocurrido en el vecino país de Ucrania, en Chernobyl en 1986, imponiéndose también tanto en su desarrollo humano como en lo económico y destacando sin duda en las artes. Ejemplo de ello es su poeta Vintsent Dunin-Martsinkyevich quien  creó la ópera Sielanka  o campesina. Asimismo, ya para el final del siglo XIX, las principales ciudades de Bielorrusia formaron sus propias compañías de ópera y de ballet. El ballet Nightingale por Mikhail Kroshner fue compuesto durante la era soviética y se convirtió en el ballet bielorruso que primero fue exhibido en la Academia Nacional de Ballet y en el Teatro Bolshoi en su ciudad capital Minsk, dejándonos una extraordinaria lección de perseverancia, talento y pasión humana, como si “los cuentos de inviernos” llenos de nieve, nostalgia, magia e ilusiones se volvieran realidad ante nuestros ojos para ver lo bello no solamente de Bielorrusia, sino de nuestro mundo…

 

P.S.: https://www.historiadelasinfonia.es/monografias/las-sinfonias-de-khrennikov/concepto-de-belleza/

https://www.danzaballet.com/ballet-ruso-historia/,

 https://alafuga.com/el-bolshoi-ballet-de-bielorrusia-una-destacada-tradicion/

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