Crisol Internacional: Papúa-Nueva Guinea: Recuerdos culturales sobre temperamentos ancestrales
A ratos resulta valioso y placentero el echar una mirada hacia atrás a la etapa escolar y recodar momentos intensos de estudios, aprendizaje y sobre todo, la adquisición de conocimientos que permitieron abrir nuevos horizontes, para ver el mundo y su cotidianidad desde otro ángulo y poder apreciar así la vida misma desde sus estados más arcaicos. Así ocurrió y “erase una vez…” en un lejano tiempo y en un aún más lejano sitio en otro continente, tan exótico y tan opuesto a lo comúnmente conocido y familiarizado, provisto de una increíble biodiversidad e historia; eso me representó entonces el desafío de aprender sobre las minorías étnicas de Oceanía y en particular, sobre la isla de Papúa Nueva Guinea (tierra originalmente colonizada por nativos polinesios y luego por holandeses, alemanes, ingleses y australianos) y especialmente, investigar por ellos, sobre el origen del temperamento humano. ¡Vaya qué reto! Literalmente fue una Odisea tormentosa, desplazándose con la imaginación hacia uno de los rincones mejor escondidos del mundo, sin contar entonces con el omnipotente uso del internet, leyendo y estudiando archivos impresos y especialmente numerosos libros, y artículos científicos relacionados con el tema. Fue difícil pero sin duda, una inolvidable experiencia de lectura y una fortuna el haber podido encontrar los trabajos de la valiente y brillante mujer y antropóloga Margaret Mead, quien había emprendido por dos décadas varios viajes admirables hacia las misteriosas islas del Pacífico Occidental durante los años veinte y treinta, para explorar la naturaleza humana y específicamente sobre los roles de género y el temperamento en tres tribus de aborígenes, cuando el resto del mundo sufría los estragos de la Gran Depresión. Renunciando a las comodidades y el bienestar de su vida en los Estados Unidos, Margaret Mead decidió vivir entre los nativos de tres comunidades muy singulares y contrastantes en sus ritos y costumbres de Papúa Nueva Guinea: los Arapesh, los Mundugumor y los Chambuli, y en el seno de estas sociedades estudió cómo las condiciones culturales y la educación influyen de forma más decisiva que las condiciones biológicas sobre la personalidad y los roles sociales de las mujeres y de los hombres de esas remotas latitudes. Viviendo en la comunidad de los Arapesh la investigadora encontró comportamientos pacíficos, sensibles y de cooperación entre ambos sexos, mientras que en la otra tribu, los Mundugumor, se mostraban actitudes hostiles, agresivas e incluso, de canibalismo y en el tercer grupo, los Chambuli actuaban de una forma distinta en cuanto a los roles de género invertidos, en donde las mujeres se habían convertido en proveedoras de sus familias, sin descuidar sus roles de esposas y madres. Con base en su intenso trabajo de campo y su convivencia directa con las tribus, Mead había formulado una hipótesis debatible para su época, en la que dice “que el carácter que el individuo adquiere a lo largo de los estados de crecimiento y socialización acaba siendo definido de acuerdo con las necesidades específicas de cada cultura, de esta forma, el carácter del adolescente (ya sea agresivo, pacífico, introvertido, etc.) puede estar definido y ser característico en función del entorno donde se ha criado.” Eso explica, sin duda, muchos de los patrones observados en nuestras culturas y pueblos. Asimismo, su pionero trabajo en esta zona sirvió entre otros aspectos para demostrar que los roles de género difieren de una sociedad a otra y que existe la posibilidad de “educar hacia la feminidad o masculinidad”.
Al reflexionar sobre estos descubrimientos científicos de ya casi un siglo, siguen guardando relevancia para los tiempos modernos y para la comprensión de la complejidad del comportamiento humano. Tanto la antropóloga como estos aborígenes que han sobrevivido a la modernidad y el progreso socio- económico, nos cuestionan si ¿realmente somos el producto del medio en el que nos criamos, educamos y desenvolvemos a temprana edad y si fue ese entorno el que nos moldeó, forjó nuestro carácter y nuestro temperamento? Igualmente, nos cuestiona si ¿acaso hay escapatoria de esta redada o realidad social, viviendo nuestras propias historias y vidas con base en la experiencia diaria, pero forjadas en el entorno inmediato de nuestra niñez y juventud? Serán los psicólogos, sociólogos y los nuevos antropólogos, quienes tendrán más respuestas y opiniones al respecto. También sus estudios nos motivan a pensar sobre nuestros propios roles en la sociedad, comunidad y nuestras relaciones y la gran responsabilidad y oportunidad que significan nuestros ejemplos, especialmente cuando tenemos la dicha de convertirnos en padres. No cabe duda que los hallazgos de la investigadora fueron singulares y pioneros para su época, construyendo cimientos científicos para los estudios culturales posteriores y por ende para la comprensión de los pueblos y razas, diferenciando y respetando sus características, costumbres y expresiones distintivas y observando sus efectos en esas sociedades. Para aproximarnos en la actualidad a las tribus de Papúa Nueva Guinea, es indispensable ubicarnos en un entorno isleño muy extenso, el segundo más grande del mundo, después de Australia, es selvático, a veces pantanoso y con el colorido del Pacífico Occidental de Oceanía, ubicada al norte de Australia, a más de 25 horas de vuelo de Baja California Sur, con una población de más de 6 millones de habitantes, similar a la del Estado de Jalisco, con una esperanza de vida promedio de un poco más de 60 años y aún considerables índices de mortandad infantil del 63 por cada 1000 nacidos según el Observatorio Mundial de la Salud ( 2012). Una región donde habitan más de 700 tribus papúes y melanesias, de los cuales, igual que en las zonas más impenetrables del Amazonas y aunque parezca increíble, casi 50 de ellas han tenido escaso o nulo contacto con el mundo exterior, y se identifican más de 715 lenguas indígenas, formando un auténtico crisol lingüístico, para no decir un verdadero laberinto filológico; además es un lugar con riquezas biológicas extravagantes, maderas finas, petróleo y oro y otras aún inexploradas. En otras palabras un rincón del mundo bien resguardado, con rasgos culturales únicos y con un extraordinario potencial para aprender sobre la naturaleza humana y la vida misma, siempre y cuando estemos dispuestos a enfrentarlo sin prejuicios, con respeto, y como lo hizo la antropóloga Mead, con valentía en el corazón.
P.S. Recomiendo la obra clásica, que no está solamente dirigida a los antropólogos, sino también al lector crítico: Margaret Mead: Sexo y temperamento en tres sociedades primitivas (1935). William Morrow & Co., Inc. New York.