Crónicas sudcalifornias: LOS DECIRES DE BERGOGLIO
“Los extranjeros no podrán de ninguna manera
inmiscuirse en los asuntos políticos del país.”
(Artículo 33 párrafo II de
la Constitución mexicana)
Los noticieros se ocuparon de atosigarnos con su contenido (y sin duda continuarán por un tiempo más hasta que nuevas notas de grandes titulares se ocupen de bajarle intensidad hasta su total extinción, como ocurrió con las otras plagas informativas recientes sobre Joaquín Guzmán y el Zika), pero lo importante de los discursos del señor Bergoglio es lo que fue omitido en ellos:
1) Los innumerables casos de pedofilia cural en nuestro país, particularmente el del michoacano Marcial Masiel (en cuya provincia quiso estar, aunque para atender temas de mayor redituabilidad política), por lo cual quedamos esperando en vano su petición de perdón público.
2) Su inaceptable injerencia en los asuntos internos del país, pues vino nada menos que a censurar y a decirnos en nuestra propia casa que estamos muy mal, por lo cual el gobierno mexicano pudo, al menos, aplicarle el artículo 33 constitucional ya que lo efectuó desde su doble extranjeridad de jefe del Estado Vaticano y de ciudadano argentino.
Por otro lado, nada dijo que ignoráramos en cuanto al problemario de nuestra vida interior, que sólo a nosotros compete atender y resolver.
3) Su neologismo "mexicanización" como verbo de referencia negativa a nuestro país, cuya explicación y disculpa, en su caso, aún nos debe de modo personal, independientemente de la que dio su vocero Federico Lombardini.
Alguien debió decir al padre Jorge que existe un segmento de los mexicanos que se halla fuera de la nómina de su feligresía y cuestiona sus decires de flamígera voz porque los expresa sin preguntarse si algunos de los problemas contra los que arremete son originados por la propia confesión de la que es representante y guía:
Cuántos de quienes ahora asesinan y son víctimas de la drogadicción y de todo el resto de las conocidas conductas delincuenciales, por ejemplo, son hijos de madres involuntarias a las que una dogmática y misógina intolerancia prohibió el aborto, o de parejas a quienes su iglesia impidió el empleo de preservativos, y fueron creados y criados desprovistos de oportunidades justas de desarrollo propio, con todas sus consecuencias de rencor antisocial.
Ante la andanada de increpaciones de que nos hizo objeto en su onerosa visita a México, procedería recordarle, entonces, lo que, según el evangelista Juan (8:7), dijo su maestro, el profeta Jesús:
“Aquel de ustedes que esté libre de pecado, que tire la primera piedra.”
Porque también le faltó hacer alguna referencia a los múltiples conflictos de todo orden por los que -otra vez- pasa Argentina, la sufrida patria del papa.