Cuento: LA GRAN COLISIÓN (Primera parte)
Este cálculo indica que en muchas decenas de miles de millones de años a partir de ahora, habrá una catástrofe. Una pequeña burbuja de lo que podría pensarse como un universo “alternativo” aparecerá en algún lugar y entonces se expandirá y nos destrozará.
Joseph Lykken
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“Usando enormes máquinas para lanzar partículas cerca de la velocidad de la luz y luego hacer que choquen entre sí, los ingenieros pueden simular las increíbles energías presentes durante los inicios del universo.”
Tuvo que dejar la poesía porque estaba perdiendo la cordura. Hipólito Bancalari abrió los ojos, asustado porque el agua de los tinacos hacía un ruido extraño, como si un río deslizara partículas de algo por el techo, presagiando acontecimientos que nadie detendría. Estaba inquieto, la ansiedad lo arrinconó durante la noche, escondiéndose igual que una bestia hambrienta entre los matorrales para dar el último golpe, cuando percibiera que la presa ya no podría más. Se levantó antes de que la chicharra resonara por los cuartos del Colegio Militar, ese sonido monótono, arranca-sueños, que se manifestaba insoportable después de tres años, tan largos entre esos edificios grises de cenefas verde-olivo, rodeados de jardines perfectamente cuidados y simétricos. Dormía en un galerón de techo alto donde las filas de literas con gavetas eran el único paisaje con sentido concreto; no había espacio para las decoraciones ni los recuerdos familiares.
“Oculta, en túneles subterráneos de veintisiete kilómetros de longitud, a más de cien metros de profundidad, se halla la mayor máquina científica jamás creada, una obra tan gigantesca, que ha costado quince años construirla, superando todas las barreras de la ingeniería y de la ciencia. Se trata del mayor juego virtual del mundo en el que el ganador descubre el génesis del universo. Las cámaras especiales tomarán cuarenta millones de imágenes por segundo en el momento de su inauguración. Se trata del Gran Colisionador o Acelerador de Partículas.”
Hacía frío. Los horarios nunca fueron su fuerte y ahora tenía que padecerlos como una norma escrita. Pronto sería subteniente para solaz disfrute de su hermano mayor. “No me cansaré de decirlo: nunca debí seguirle la corriente a Pedro para que estudiara en este lugar. Tantas ganas tenía yo de estar allá afuera. Ah, pero no, se empeñó en que debía tener una disciplina estricta, que dominara los instintos. ¡Cómo me gustaría que nada de esto fuera cierto, que los problemas sólo fueran un espejismo!” Abrió su buró para sacar el jabón y la toalla, una rutina que repetía todos los días. Se puso las sandalias de hule que le regaló su madre; pronto las cambiaría por otras porque éstas ya habían cumplido su ciclo. Echó un vistazo hacia las otras literas, comprobando que sus compañeros de cuarto permanecían en sus camas, con el ronroneo de sus respiraciones a todo lo que daba. No quería despertar a nadie, le gustaba la soledad de las regaderas, abrigar cuando menos ese instante sólo para él. Desde que entró a la institución no ha tenido un momento de paz interna que sirva de soporte para las tensiones y los gritos de sus superiores, o maestros, como prefieren ser llamados a veces. Al cruzar la puerta de los baños, un revuelco en el pecho volvió a despertarse por segunda ocasión; se frotó con los dedos para calmar los adentros asustados.
“Entre Francia y Suiza, en la Organización Europea para la Investigación Nuclear o CERN, como se le conoce, el Gran Colisionador de Partículas es el experimento científico más ambicioso de todos los tiempos. Cuatro enormes habitaciones intercaladas a modo de detectores en un anillo cerrado, reproducirán y registrarán los acontecimientos posteriores al Big Bang, con la esperanza de hallar respuestas a la vida y a todo cuanto ha sido creado.”
Los maestros lo consideraban uno de los mejores alumnos, el más brillante y el más dedicado de su generación. Sin embargo, no todos lo veían así, varios de sus compañeros de cuarto detestaban que fuera tratado como de otra jerarquía intelectual. Para su desgracia, siempre lo pusieron de ejemplo, haciéndolo sentir cada vez más inseguro, aunque ante todos fingiera lo contrario. Supo que deseaban vencerlo, hacerle un daño suficiente. El miedo se había amontonado desde hacía varios meses, con miradas, palabras hirientes, sarcasmos y palmadas en el hombro, en apariencia amistosas. Por eso no confiaba en nadie, porque la mayoría resultaba un agresor en potencia. “Me estoy volviendo paranoico”, le confesó a Domínguez, su mejor amigo. No sabe dónde refugiarse ni cómo darle solución a su cada vez más débil carácter: cualquier día de éstos lo atrapan simulando ser lo que no es. Tal vez Pedro no imaginó que la disciplina militar era la más exigente de todas, la más brutal, o tal vez sí, pero se hizo de la vista gorda con tal de mandarlo al colegio. A veces sentía que reventaría como una mula que cargaba más de lo necesario. No olvidaba los meses previos al examen de admisión, cuando Pedro le impuso leer una gran cantidad de libros que él mismo se había exigido años antes. “Tendrás que leer El Quijote como lo hice yo, aunque sea lo último que hagas y aunque no me guste mucho mezclar las armas con la literatura”, le dijo, molesto porque veía que no avanzaba ni mostraba interés por el futuro que ya le había planeado. “Es lo mejor para ti, Hipólito, así que no protestes. Ya hubiera querido la oportunidad que tú tienes ahora.” Después de eso venía la perorata de que le daba gracias al abuelo que los obligaba a leerle todas las noches porque la vista la tenía gastada. “Recuérdalo siempre: los libros te convertirán en cadete.”
“Es el rompecabezas jamás proyectado. En sus instalaciones trabajan más de siete mil científicos y la mitad de todos los físicos de partículas del mundo. El CERN fue creado en 1954, para estudiar los bloques de materia que constituyen el universo.”
Entró al cuarto de las regaderas, seguro de que el agua le traería la calma ineludible, que el abrazo húmedo, completo, arrojaría por la coladera el creciente temor de ser agredido. Tal vez no debería seguir escribiendo poemas en su libreta de apuntes; si fuera descubierto, seguramente especularían que era un afeminado o un enclenque de carácter. Eso lo asustaba realmente, por eso no se despegaba de ella. La poesía lo estaba acorralando, arrastrándolo hacia sí mismo. El asunto le había traído problemas desde los tiempos de la secundaria, cuando sus familiares maternos se enteraron de que tenía un cierto talento para la poesía. “El arte es para los ineptos, los güevones y los putos”, le dijo un día uno de sus tíos más viejos, “¿qué pensará la gente de ti?, a ver, dime; ¿tú crees que es muy bonito para los Bancalari saber que te gusta escribir cursilerías y pendejadas que a nadie benefician? Hazme caso, yo te guiaré para convertirte en hombre, cabrón, como debe ser, no joterías de pendejos”.
“El Gran Colisionador de Partículas creará energías nunca vistas en este planeta desde el principio del tiempo. Lo que se espera es que, al recrear los momentos que siguieron al Big Bang, se pueda ver cómo se hicieron las unidades indivisibles que forman nuestro universo, lo que podría llevarnos a la comprensión total de todo.”
El agua apareció en la regadera. Puso la cara para recibir la tibieza de las primeras gotas. De inmediato los músculos faciales se adaptaron a la temperatura. Respiró profundo, tratando de que la calma entrara como un ventarrón que tumba todo lo que está a su paso. Le causaba gran desconcierto la actitud de sus tíos. Su hermano menor, Azael, había comenzado a escribir poesía justamente en la misma época en que él sintió los primeros impulsos, casi insanos, de hacer anotaciones en cualquier papel. De hecho, fue Azael quien insistió en que escribiera poesía, “porque da un poder que expande la conciencia, como a William Blake”, le decía cada que tocaban el tema. ¿Por qué a su hermano menor le consentían lo que a la familia le parecía una debilidad?
“El objetivo del experimento es completar un viaje que comenzó hace trece mil setecientos millones de años, un viaje que nos hará retroceder al principio del tiempo. El universo surgió de la nada, no estaba en ningún lugar porque antes de él, el tiempo no existía; tampoco existía el espacio. Realmente no había nada, ni siquiera había un lugar para que ocurriera.”
El agua seguía saliendo con fuerza. El vapor ya se había extendido, era espeso, casi blanco. Las regaderas no tenían separaciones, había por lo menos quince en la sección donde estaba. El rostro de uno de sus compañeros, Carlos Núñez, el más agresivo de todos, el que había intuido que algo ocultaba en sus anotaciones, apareció en su cabeza como un relámpago. Volteó para todos lados: no había nadie. Mientras se tallaba el cuerpo, no dejó de buscar entre la bruma el indicio de una sombra que pudiera atacarlo. No había nada, sólo el crujir de los metales que se expandían en ciertos momentos, perceptible cuando el silencio era casi absoluto. Las sensaciones que acumulaba a diario le destrozaban progresivamente la poca tranquilidad que obtenía por las mañanas, justamente cuando se levantaba antes que todos para tener la soledad a sus anchas, aunque fuera en los baños. Volvió a quedarse quieto. Cerró la llave del agua. Otro ruido, distinto de los que había escuchado, se propagó por los mosaicos, produciendo un eco más grande, como alguien que tropieza. Caminó entre el vapor para tomar su toalla. El pecho volvió a darle un vuelco; extendió los dedos para frotarse un poco. Esta vez no produjo el mismo efecto. El miedo se elevó como un globo aerostático que en cualquier instante reventaría. Se asomó a los inodoros. Nada. Tal vez sólo fue su imaginación. “Tanto miedo terminará por destrozarme”, pensó, alterado, “no quiero seguir viviendo así; lo mejor será que los enfrente para acabar de una vez por todas con esto”. Un sonido más lo obligó a girar el cuerpo por completo. Otra vez nada. Otra vez el silencio. “¿Quién carajos anda ahí?”, susurró, sabiendo que no era la hora apropiada porque despertaría a todos y sería castigado por su indisciplina: despertarse más temprano no implica ser mejor que los demás, sino que se estaba saliendo del carril, que rompía con las reglas establecidas: un verdadero acto rebelde.
“De algún modo, de aquella nada, surgió todo. Primero se agrupó polvo y gas para formar las estrellas. Los setenta millones de millones de millones de estrellas —y se sigue contando—, se agruparon en cien mil millones de galaxias, esparcidas sobre una distancia de setecientos mil millones de trillones de kilómetros, como mínimo.”
Decidió salir del lugar; si permanecía un minuto más, seguramente acabaría en el suelo con un paro cardiaco. Abrió la puerta; la empujó para dar los primeros pasos hacia el pasillo. De pronto, una mano lo detuvo con brusquedad por el brazo.
“En el extremo de una de esas galaxias, nueve mil millones de años después del Big Bang, se formó un planeta menor que llegó a ser conocido como la Tierra.”
*Este cuento pertenece al libro inédito Todos los hombres de Lucy.