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Cuento: LA GRAN COLISIÓN (Segunda parte)

Escrito por Ramón Cuéllar Márquez en Sábado, 04 Septiembre 2021. Publicado en Arte, Cuento, Cultura, Escritores Sudcalifornios , Literatura

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Hipólito se detuvo. La presión de la mano en su hombro lo hizo saltar hacia atrás. Un rostro enjuto lo veía con los ojos desorbitados. Respiraba con cierta agitación. “Bancalari”, le dijo, con voz casi apagada, “te andan buscando esos cabrones… Te quieren chingar”. Hipólito lo miró desconcertado. Quiso decirle una palabra, pero la lengua estaba reseca. “¡Te tienes que esconder o te pondrán una madriza!” “Gracias, Domínguez, por avisarme… Hazme un paro… salte de aquí… Yo veo cómo le hago para salir de esto…” “Pero ya vienen…” ¡Que te largues, carajo!, ¿no entiendes?” “Muy claro, pero te tienes que ir.” “Que ya lo sé. Anda, vete o también saldrás embarrado en todo esto.” “Ay, Bancalari, todo por tus mamadas de andar guardando una libreta donde dicen que escribes poesía; ¿para qué lo ocultas?” “¿De dónde sacas esa pendejada?” “Te he visto.” “No es momento para discusiones, ya deben estar cerca.” “Pues ahí te ves.”

“Tal y como está previsto y sin contratiempos más o menos apocalípticos, el gigantesco acelerador se activará en Ginebra con el disparo de un haz de partículas que logrará de forma efectiva completar en un sentido los veintisiete kilómetros de circunferencia del túnel. Este hito culmina años de trabajo y una inversión de ocho mil millones de dólares que, según los responsables del proyecto, abren una nueva etapa para la ciencia.”

Se quedó solo. El asunto se estaba saliendo de las manos. No quería involucrar a nadie, a pesar del miedo. “La poesía es una jodidez marca-diablo y para inestables”, espetó en voz baja. Tomó sus pantalones informales, poniéndoselos rápidamente. Se asomó por la ventanilla para ver a cuatro sombras que se deslizaban por el suelo y luego por la pared. “Son los Cuatro Farsantes”, susurró, recordando que él les había puesto ese apodo. Estaban a punto de dar la vuelta para entrar por la puerta de servicio de los baños. Frotó su pecho para calmar los latidos que amenazaban con angustiarlo más. Dio unos pasos hacia la salida; empujó con fuerza para que abriera rápidamente. Comenzó a correr sin parar, sintiendo que las cuatro sombras lo seguían muy de cerca. Se detuvo en las escaleras del edificio de la dirección, donde un farol iluminaba una gran parte del jardín. Procuraba no aproximarse, aunque fuera en situaciones límite. Pero esta vez estaba sin opciones. Golpeó la puerta lo más firme que pudo. Las siluetas iban tomando forma mientras entraban al perímetro de luz. “Estos hijos de puta me traen ganas… ¿Qué les hice?” Volvió a tocar, pero esta vez lo hizo a dos puños. Unos segundos después se escuchó el taconeo militar de unos pasos sobre un piso de baldosas. Por unos segundos percibió que la calma sustituiría al terror de ser perseguido. La puerta se abrió, dejando escapar la tenue luminosidad del interior. “¿Qué le pasa, Bancalari?, ¿qué, se volvió loco o qué fregados?, ¿por qué anda vestido así?” “Por nada, señor, me acabo de bañar”, contestó, con mano militar en la frente. Aun en esas circunstancias el acto era automático: sangre y sudor costaron para llegar a eso, la disciplina ansiada por su hermano Pedro. “Entonces, ¿a qué se debe el escándalo?” “A nada, señor.” “¿Cómo a nada?, ¿me cree usted pendejo o qué cosa?” “No, señor.” “Entonces dígame qué carajos hace aquí, en lugar de estar preparándose para sus clases.” “Quería verlo, señor.” “No me haga perder la paciencia.” Hipólito estaba haciendo tiempo. Volteaba de vez en cuando para ver si sus cuatro perseguidores se habían retirado. Los miró de reojo, agazapados tras los arbustos. Trató de evocar cómo era que había empezado todo el asunto; no obstante, su cabeza le exigía estar ahí, frente al director. La luz del día era cada vez más visible. “Mire”, le dijo el hombre, “deje de comportarse como niña y dedíquese a sus quehaceres, que aquí no queremos mantenidos y buenos para nada. No me decepcione, se supone que es nuestro mejor alumno”. Con discreción levantó la punta de sus pies para distinguir mejor: se habían retirado. O eso quiso pensar. “Ya me está poniendo nervioso, ¿qué chingados trae?, ¿para qué tanta estiradera?” “Nada, señor.” “¿Cómo que no?, ¡lo estoy viendo!” “En serio, señor.” “Bueno, allá usted, después no se queje. ¿Me va a decir a qué debo su presencia?” No podía denunciar a nadie, el código de honor no escrito debía ser más fuerte que el miedo. “Señor, vine a pedir permiso para ausentarme este fin de semana, señor”, soltó, por decir cualquier cosa. “¿A estas horas? ¿Cuál es el propósito?” “Salir a la calle, señor.” “Ah, ¿a la calle?... ¡qué bonito!, ¡qué tierno! El nene quiere estar afuera…” Hipólito volvió tensionar el cuerpo como una regla. Cortó la respiración lo más que pudo, se quedó quieto, sin hacer un solo movimiento. “Sí, señor”, respondió. “A la chingada con sus cursilerías, ¡aquí vino a convertirse en hombre! Le daré un consejo, Bancalari: no enseñe sus miserias, no en este lugar, ya lo sabe. ¡Lárguese a sus clases!”

“Funcionará a pleno rendimiento y generará potencialmente datos susceptibles de propiciar los primeros descubrimientos. En especial se aguarda la confirmación de teorías en las que los físicos han estado trabajando durante décadas, incluyendo la posibilidad de que existan nuevas dimensiones para la materia. Esperan encontrar una partícula teorizada denominada el Bosón de Higgs, también conocida como ‘Partícula de Dios’, y que ayudaría a explicar por qué la materia tiene masa.”

Hipólito dio la media vuelta, corriendo hacia el edificio donde vivía. El portón de acceso estaba abierto. Ya no se oían las voces de sus compañeros. Cruzó por el largo pasillo, flanqueado por las literas. Se detuvo frente a su cama y sacó el uniforme. Debía vestirse lo más rápido posible. No había tiempo para el desayuno. Con pasos maquinales, amplios, cruzó el campo de pasto casi amarillo, a pesar de que era regado día y noche. “Ni las plantas quieren crecer por aquí”, le dijo a Domínguez un día en que se sintió harto del trato rudo que daban. “A eso venimos, Bancalari… Cuando menos eso es lo que dijo papá, que aquí sí sabían dar disciplina, no como las joterías que enseña mi mamá y que ella se empecina en llamar buenos modales.” Vio a un grupo de estudiantes y se acercó a ellos, tratando de reanimarse. Los muchachos lo saludaron militarmente. A unos pasos estaban los cuatro que lo habían seguido hacía unos minutos. Lo miraron al sesgo, insinuándole que se había salvado por esta vez, pero que no habría una próxima. Ahí estaba Carlos Núñez. Apretó la correa de su mochila, jalándola hacia el cuerpo, presintiendo que podía serle arrebatada.

“El aparato provocará colisiones frontales entre dos haces de partículas del mismo tipo o bien protones o bien iones de plomo. Los haces se crearán en una cadena de aceleradores que ya existen y después se inyectarán al Gran Colisionador, donde se moverán en un vacío comparable al del espacio sideral.”

Dejó el grupo con el que estaba y se dirigió a su compartimiento. Sacó libros y cuadernos, metió otros tantos, entre ellos sus escritos. “Carajo”, gruñó entre dientes, “es fácil deshacerme de los poemas, pero no de esta chingadera que me desconcierta por dentro a cada rato”. Por atrás de él pasó Carlos Núñez, empujándolo con el hombro para estamparlo contra las puertas de lámina de los casilleros. Quiso voltear bruscamente para responder, pero la mirada de Domínguez indicó que debía calmarse porque estaban a punto de entrar a clases. Acomodó los libros dentro de su bolsa y la echó al hombro para caminar hacia su amigo, quien le hizo una seña para sintetizar sus problemas: “Ya no te metas en broncas, ¿no ves que estos tipos quieren matarte?” “Pues yo qué les he hecho.” “Nada, justamente eso es lo que esperan, ya lo sabes… No quiero meterte un mal viaje, pero tendrás que tomar una decisión: o tú o ellos, no hay de otra.” “Pues ni modo, le entramos al asunto si eso es lo que quieren. No estoy manco.” “Ellos son cuatro. Tanto Núñez como sus amigos te partirán tu madre y no me crees. Ya han mandado a varios al hospital.”

“Cuando los haces se crucen se producirán alrededor de veinte colisiones, aunque como se cruzan unas treinta millones de veces por segundo, la máquina generará hasta seiscientos millones de impactos por segundo. Se registrarán en cuatro inmensos detectores, con los que los físicos investigarán fenómenos relacionados con la materia, la energía, el espacio y el tiempo.”

Hipólito sentía una explosión de emociones que sitiaba sus nervios, imposibilitándolo de defensas contra eso. Se controló. La rigidez castrense debía servirle para algo en momentos así. La imagen de Pedro iba y venía por su cabeza, ondeando. “No importa. Me cuidaré todavía más.” “¿No has entendido, verdad?, olvidas que estudiamos estrategias militares. Aquí nos enseñan a matar. Es una guerra, Hipólito, despierta.”

“El Gran Colisionador lanzará protones a un noventa y nueve punto nueve mil novecientos noventa y nueve por ciento de la velocidad de la luz en dos rayos paralelos en el túnel de veintisiete kilómetros de largo y a ciento setenta y cinco metros bajo la superficie. A toda máquina generará casi mil millones de colisiones por segundo. Sobre el terreno, una estancia de tres mil computadoras registrará el acontecimiento.”

 

 

3

 

El rumor de la ciudad se le vino encima. Le habían concedido permiso para salir: necesitaba liberarse de todo aunque fuera un poco. Si bien era domingo y el tráfico vehicular era moderado, el ruidajo matutino de cláxones era intenso sin llegar a ser ensordecedor. El ulular de las ambulancias enloquecidas exigiendo el paso para llegar a un destino incierto lo hicieron recordar que tal vez su madre no llegaría a finales de año. El pensamiento de la muerte había anidado desde que tomó la educación militar, y la noción le llegó cuando un compañero de secundaria le hizo ver que sus estudios servían para quitar la vida.

“La naturaleza forma agujeros negros cuando algunas estrellas, mucho mayores que el sol, colapsan sobre sí mismas al final de su vida. Concentran una gran cantidad de materia en un espacio muy pequeño. Las especulaciones de peligros sobre los agujeros negros microscópicos en el Colisionador se refieren a partículas producidas en los encuentros de pares de protones, cada uno de los cuales tiene una energía comparable a la de un mosquito volando; en cambio, los agujeros negros astronómicos son objetos mucho más pesados que cualquier cosa que se pudiera producir a pequeña escala. Por eso las ideas de un peligro inminente son falsas porque cualquier hoyo negro generado desaparecería al instante.”

Estaba tan inmerso en aquello que a veces perdía el horizonte de lo que sus familiares esperaban de él; por ejemplo Pedro, quien creía saber lo que más le convenía. Además, envidiaba terriblemente a Azael, a quien veía más libre, a pesar de que se había decidido por una carrera comercial que lo llevaría a trabajar en un banco. Por ahora sólo quedaba terminar lo que comenzó con tal de darle gusto a su hermano mayor. Con Azael nunca se sintió obligado a quedar bien, quizá porque era más joven y lo consideraba inferior y hasta feo. No obstante, según su apreciación, el otro veía en él a un tipo agresivo, incapaz de percibir una realidad que no fuera la que le dictaban los demás. “Por eso jamás serás poeta, porque eres una copia fotostática de todo lo que miras”, le dijo un día, “soy feo, pero no sometido”. Tal vez por eso la cercanía con Azael lo empujaba a escribir.

“No olvidemos que el Gran Colisionador de Partículas está a la búsqueda del Bosón de Higgs, partícula teórica que explicará el origen de la masa y que de ser observada podría unificar en una sola teoría las interacciones fundamentales de la naturaleza.”

Al entrar al Colegio Militar tenía quince años. Eran los tiempos en que la ciudad de donde venía se había expandido comercialmente y la fayuca era el lenguaje cotidiano. Había realizado la secundaria por instinto, sabiendo de antemano que después tendría que trabajar en las minas para colaborar con la familia. Pero no fue así. Pedro comenzó a ver en él a un guerrero educado por su complexión atlética; sin duda era un cuerpo que debía aprovecharse y qué mejor que un Colegio Militar para potenciar y amoldar aquellas cualidades. Cuando se lo dijo, Hipólito no daba crédito a sus palabras: lo mejor era sacarlo del barrio en el que vivía, además de alejarlo de las debilidades y temores de Azael. Así que debió prepararse a pesar suyo; tuvo que decir que sí porque no conocía otra respuesta.

“El Bosón de Higgs, nombrado en honor de Peter Higgs, como se sabe, ha sido apodada la ‘Partícula Dios’ porque muchos la han buscado, pero ninguno la ha visto, a pesar de que el propio Higgs, usando sus deducciones científicas, afirmó su existencia en 1964.”

 

 *Este cuento pertenece al libro inédito Todos los nombre de Lucy.

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