Cultura Sudcalifornia: MI NANA Y EL CAFÉ DE TALEGA
Mi nana Macaria era una de las típicas abuelas de rancho que no se podían poner en paz, siempre estaban haciendo algo o mandando a algo; se levantaba muy temprano y lo primero era rezar su rosario como toda buena católica, por supuesto su tarea posterior, era aquella de mis favoritas, el preparar el café de talega.
Lamentablemente son pocos los recuerdos que tengo de mi abuela que ahora me cuida desde el cielo y fueron cuando ya vivía en la ciudad de La Paz y aún en la mayor parte de los años que conviví con ella, recuerdo que nunca se enojaba, como si siempre estuviera en paz y agradecida por el simple hecho de disfrutar de un día más de vida; yo siempre quería ir “anca mi nana” incluso había días que ahí dormía, ella siempre estaba contenta y me preguntaba cómo estaba y qué hacía de manera tranquila, paciente y llena de amor, el cual irradiaba por sus brillosos ojos azulados; ella nunca decía groserías, incluso cuando las quería decir cambiaba el “pinc…” por el “pushi…” como “..pushi chamaca…”.
La verdad que a veces nos quejamos de tantas cosas y recuerdo que los años en que ya no podía caminar, aún tan valiente y sin quejarse de nada, hacía su quehaceres con su silla para allá y para acá, lavaba los trastes en una mesita de madera muy viejita con forro blanco que tenía a la medida de su silla, así que bien como se usaba antes, ponía dos trastes de plástico, uno con agua jabonosa para lavar y otro con agua limpia para enjuagar y los colocaba en un trastero de plástico ya muy desgastado.
Recuerdo que tenía un sartén de color azul, más bien más negro que azúl, donde tostaba el café, del cual salían los aromas tan fuertes que llegaban hasta el final de la cuadra, eso sí, la cocina se llenaba de humo hasta que el café estaba por fin listo. En varias ocasiones me toco ir a moler café, mi abuelo tenía un cuartito de madera detrás de la cocina donde tenía sus herramientas para la madera y ahí colocó una base con un molino manual, en el cual se molía el café y vaya que cansaban los brazos, te cansabas uno y le seguías con el otro brazo hasta terminar.
Mi abuela tenía una jarra grande de aluminio donde hacía el café, colocaba la talega hecha con una base de alambre bastante grueso y una tela que colgaba en forma de cono, hechaba el café y del agua que estaba hirviendo en la estufa con una taza la vertía en la talega, parecía que ya sabía la medida del café y la altura exacta de donde verter el agua en la talega, en algunas ocasiones le ayudé pero nunca llegue a ser tan experta como ella.
Gratos son los recuerdos de mi infancia que tengo del café de “anca mi nana”, aún creo que por eso me gusta tanto y bastante fuerte porque cuando quedaba muy “chirrio”, es decir, muy clarito, mi abuelo replicaba que parecía de “calcetín colado”, es decir, muy malo. A pesar de las carencias que tenía mi abuela me hace reflexionar que las cosas materiales a fin de cuentas no importan tanto como la grata compañía y las charlas entre la familia con una buena taza de café de talega al salir el sol.