De mi muerte me encargo yo
—¿Qué le pasó a ese señor?— preguntó la pequeña a su madre, mientras señalaba el cuerpo de un hombre despanzurrado sobre la calle. La señora dio un pequeño salto y abrazó con más fuerza las piernitas cenizas de la niña; luego, comenzó una gran mentira que comenzó con "está dormido", el final me quedó pendiente, tuve que bajarme del autobús.
Mutismo cómplice, pensé. Llegué a la escuela y comencé esta página de diario.
¿Por qué no nos hablan de un tema tan vital como es la muerte? Nadie nos explica, no nos invitan a cavilar en ello. Cómo me explican que, después de trece años de estudio —bajo la tutela de docenas de profesores — a nadie se le ocurrió avisarnos que somos seres para la muerte. Ni nuestros padres, ni nuestros profesores, ni los vecinos compartieron algún tipo de angustia o inquietud sobre lo trascendente.
Acaso ¿creyeron que no es universal, importante?
Pero la parca se busca camino, y llega; entonces, la descubres tomándote el brazo, te propone bailar una pieza de tango. Apareces en tu callejón más oscuro, comienzas a parir tu idea de muerte.
¿De dónde se espera, obtengamos valor para enfrentar la muerte?
En algunos rincones de ciertos países ignominiosos, esa asignatura la imparten a punta de machetes o balazos. Dicen que uno muere como vive... ¿cómo vive un ser, que desde pequeño se le sensibilizó sobre una cuestión tan de vida o muerte? Y ¿Cómo vivimos nosotros?
Observo el ir y venir de los transeúntes, tampoco les enseñaron.
Hablamos muerte, sin hablar de muerte. Nos arrojamos al desfile de vibrantes tradiciones, en estos tiempos se resume en un "bonito" maquillaje de catrina, y las tumbas con olor a tequila.
Los adultos enterraron, la cuerda que se revienta frente a la incapacidad de imaginar el vacío, el silencio ¿Cómo se curan esos malestares?
Cuando me asomo a los recuerdos donde moran mis difuntos , veo la batalla con la muerte. Nos enseñan a alargar la vida; a luchar contra lo ineludible.
Hablemos de enfrentar la nausea de la vida, de encausar las fuerzas en existir dilatadamente.
Recibir la muerte con los brazos abiertos, sería el epílogo de una vida que se regocijó en todos los brazos del entendimiento.
Cuándo diremos: De mi muerte me encargo yo.