DE RUBIAS HIRSUTAS
Si usted es un experto observador y se encuentra en la posición idónea para observar el rostro de una rubia hermosa; cuya natural simpatía le provoca un estado de ingravidez y arrobamiento; descubrirá sobre la tersa piel de la fémina, al filo del maxilar inferior y montados sobre milimétricos montículos, unos vellitos finos y diminutos, que invitan a ser tocados. Mire también sobre las sienes y justo por encimas de los labios. Ahí los verá inofensivos y quietos. Y si en ese momento a la angelical criatura se le ocurre asperjar su rostro con polvos mágicos (que no faltan en mujer), notará usted que la gracia de esa vellosidad suavísima destaca aun más, provocando en usted un estado de agitación que, indefectiblemente lo catapultará a intentar tocarlos.
Habiendo usted, en un acto de atrevimiento, con sus trémulos dedos, rozarapenas aquellos señuelos de la pasión, su razón entrará en una especie de niebla; y por un instante perderá conexión con la realidad, comprendiendo tardíamente que ha sido víctima de un encantamiento, por lo que cuando la dama desaparezca de su vista, vendrán para usted una larguísima noche de insomnio. Sin ella a su lado sentirá una perenne ansiedad que solo aliviará su presencia. Al menos verla de lejos lo hará suspirar o respirar de prisa, como el pez arrancado del océano.
Por eso te aconsejo fulano: evita acercarte a rubias hirsutas. No admires por más de dos segundos esos vellitos fatales. También desdeña con valor, sus cabelleras volcadas al viento; o sus rimeladas pestañas, que son como oscuras cascadas. Sutilmente te arrastrarán a las profundidades de sus laberínticos iris; y por sobre todas las cosas, cuando dichas beldades anuncien su retirada y te den sensualmente la espalda, como si de Medusa se tratase, evita por todos los medios a tu alcance (que en verdad serán muy pocos) que tus pupilas se adosen a su cadencia, no sea que mueras de un solo golpe.