Don Ildefonso.
El paisaje semidesértico llenaba las pupilas de Don Ildefonso, cientos de cardones de todos tamaños dan cuenta de la inclemencia de las altas temperaturas, las matas de pitahaya lucen diminutas frutas a consecuencia de la falta de agua, el monte está en su etapa gris antes de pasar por los colores amarillo y café que anuncian la sed de la tierra y su vegetación, los chillidos de las chicharras claman también por el preciado liquido sin recibir ninguna respuesta; mientras que la vieja carcancha da tumbos en el camino y levanta miríadas de denso polvo a su paso.
Aferrado al volante que amenaza con escapársele entre el brinquerío y tratando de adivinar la edad del gigantesco cirio a un lado del camino real, después de la curva, entra a una recta desde donde se divisa la ciudad de Sanjo y ante la visión acelera motivado al pensar en la frescura del agua de la tinaja de su compadre Pablo, la que se promete empinarse….de una.
Abandona lentamente, casi a vuelta de rueda el camino y se interna en una estrecha brecha en la que conduce con mucha precaución, teniendo buen cuidado sobre todo en la curvas de no encontrarse con otro carro de frente; pasa por la huerta de las hermanas de Pablo y a lo lejos alcanza a observar como una de ellas cinquechada sobre el metate muele unas semillas de maíz obtenidas de las propias cosechas.
Don Ildefonso se siente invadido nuevamente por ese sentimiento-emoción, que lo empuja desde adentro a ayudar a la gente y se promete a sí mismo que al regresar a la oficina desde donde despacha como Delegado en Santa Catalina, hablará con el de agricultura para conseguir semillas para las hermanas, que desde que perdieron a sus padres en un accidente cuentan tan solo con el apoyo de Pablo.
Estas reflexiones son repentinamente rotas por el olor a chiquero que le avisa que está a punto de llegar con su compadre que entre una veintena de cochis le llama con la mano para que vea los animales que acaba de mercar y para los que tiene planes, mismos que esboza ante Don Ildefonso, que se limita a escucharlo con su eterna sonrisa bonachona en su regordete y moreno rostro que enmarca una mirada amable y comprensiva.
Ciertamente es esa actitud condescendiente, la que hace que la gente lo quiera y lo respete, ya que la atención con la que escucha y el interés que imprime a las peticiones que como autoridad recibe, le ganan el reconocimiento y estimación de sus vecinos y representados que lo eligen una y otra vez. Por ello no resulta extraño que cuando Don Ildefonso se pasea por las huertas visitando a sus innumerables compadres y conciudadanos, estos se desvivan por atenderlo y ofrecerle lo mejor que dentro de las más humildes posibilidades se permite.
Después de explicarle Pablo los ambiciosos planes para sus marranos, los dos personajes caminan a través de la huerta en donde se ubican numerosas matas de mango ya maduros que despiden su típico aroma dulzón mezclado con el olor del café que viene desde la cocina y le recuerda a Don Ildefonso que aun no ha desayunado. Atraviesan finalmente el patio en donde se ven varios árboles de gallitos y tamarindos, estos últimos poposaguas y se instalan en cómodas poltronas de piel que Pablo trajo desde La Paz.
Entre plática y plática, Don Ildefonso y Pablo saborean su respectivo café que acompañan con galletas marineras, mientras en la cocina la mujer de este ultimo y sus dos hijas se mueven diligentes torteando y aventando al comal las tortillas de harina que les sirven para confeccionar los burritos con la machaca de carne seca precisamente de este animal, preparada en el molino y aderezada con aromáticos ajos. Aunque puede parecer cruel se estima que la mejor carne de burro es aquella que lleva una preparación especial del animal antes de sacrificarlo y consiste en dejar varios días al asno amarrado expuesto al sol para que sude todo lo que se pueda y dietarlo además de agua, ya que sostienen los rancheros es la mejor manera de acabar con el fuerte y característico olor del pobre e infeliz animal.
Aunque saben los comensales que después de comer los burritos, la digestión será pesada y se hará acompañar de fuerte somnolencia, degustan el platillo con placer y más aun después de agregarle unos frijoles refritos y una rebanada de queso de apoyo. Como postre no podían faltar algunos ates de fruta, como guayaba, mango y pitahaya, haciendo evidente que en Sanjo lo que sobra es el agua gracias al arroyo del estero lo que establece fuerte contraste con los alrededores, la mayoría del tiempo secos.
Después de reposar la comida, Pablo invita a Don Ildefonso a darse una vuelta por los corrales de palo zorrillo, en donde le muestra algunos de los animales que prepara para la exposición ganadera de las próximas fiestas del santo patrono del pueblo y el motivo exprofeso por el cual el Delegado se apersonó ese día en el lugar, ya que como organizador espera la visita de importantes políticos que vienen desde la capital de la entidad a la celebración, la que quiere sea un total éxito.
Varios de los animales eran cruza entre vacas criollas nacidas en la región ya acostumbradas a la zona y toros garañones importados para mejorar la raza , ya que, aunque en un tiempo se trató de que la mayoría del ganado fuera fino y pura sangre, los índices de mortandad registrados en estos hatos por falta de adaptación fue tan significativa que se optó por buscar ganado más resistente a las sequías y terrenos semidesérticos, lográndose vacunos media sangre que tienen la capacidad de masticar las choyas, cardones y otras plantas con espinas sin sufrir daño alguno, gracias dicen los rancheros, a cierta sustancia que segrega la saliva de los semovientes. Entre el ganado de Pablo destacaba un fuerte toro color negro de mirada malvada, que empeñado en frotar sus cuernos chubunquis contra un gran mezquite, fue uno de los elegidos para la exhibición.
Ya a punto de despedirse de su compadre, Don Ildefonso fue invitado a tomar una taza de chocolate con leche de chiva recién ordeñada a la que accedió gustoso, ya que ese preparado al igual que las empanadas de liebre, eran sin duda uno de sus platillos preferidos de la gastronomía regional.
Tomo el pocillo por la oreja de metal que trasmitía la temperatura del líquido humeante y se dispuso a darle un pequeño sorbo para probar más que el sabor, el calor de la pócima, al hacerlo experimento tal ardor que inmediatamente retiró la taza de sus labios y acto seguido dejo escapar un largo y sonoro pedo que provocó un sepulcral silencio entre los asistentes que quedaron pasmados y sin saber que hacer ó decir.
Sin embargo Don Ildefonso, haciendo gala de buen humor y agilidad mental, saliendo del apuro exclamó: ¡¡¡¡ Ahhh cabrón, si no sales tu también te quemas!!!!!