El Panchote
Los ágiles dedos del Panchote se deslizan rápidamente sobre el teclado de la vieja máquina de escribir, dando cuerpo a la nota de la distribución de avestruces que las autoridades de Sagar realizan entre los rancheros de Sanjo, con el tiempo encima garabatea en su libreta de apuntes los tópicos que abordará en su columna diaria, en la cual, disfruta de analizar a su modo la política local.
Con singular ánimo, que se refleja en su pétreo y moreno rostro, ve a través de sus gafas de grueso cristal como sus comentarios y opiniones van tomando forma y con una sonrisa de lobo en boruca muy común en el, pone punto final al escrito y lo envía por fax a la capital en donde se imprime el periódico para el que trabaja.
Simultáneamente Bernardino, solitario y taciturno repartidor de periódicos de San Lucas, concluye también con su columna política en sus acostumbrados términos opositores, en donde no por coincidencias discrepa diariamente con Panchote, convirtiendo la sección de Los Cabos en una arena de luchas ideológicas, dimes y diretes, chismes y enfrentamientos que paulatinamente van subiendo de tono.
Con la toronja batida, Panchote envía a la dirección del periódico, la petición de que ya no le publiquen sus columnas a Bernardino y apela a su rango de reportero en comparación con el del modesto repartidor para reforzar su solicitud.
Como el hilo siempre se rompe por lo más delgado, una mañana Bernardino recibe la noticia de que ese será el último día que acepten sus colaboraciones para evitar mayores problemas: la información es recibida por el repartidor con la cara churida del coraje y empequeñeciendo los ojos que asoman como ascuas entre el pelo de su cara y larga cabellera.... trama en silencio la venganza.
En su última columna Bernardino deja de hacer insinuaciones y ataca directamente a Panchote y su forma de escribir, acusándolo de que nunca aterriza sus ideas y siempre se queda en el aire, porque fuma mucha mariguana... Por cuestiones que no viene al caso analizar, la información se publica al día siguiente y lógicamente el aludido monta en cólera, sube a su automóvil y se dirige hecho una furia a buscar en las calles de San Lucas, la extravagante figura del repartidor.
Esbozando mentalmente una serie de planes y formas de desquitar su coraje, no advierte la belleza del entorno, los treinta y tres kilómetros de hermosas playas que separan a ambas comunidades, en un paisaje majestuoso donde se funde el mar y el desierto, pasan desapercibidos, al igual que el enérgico y dinámico oleaje que lame suavemente las arenas; lo único que quiere es llegar y castigar al insolente.
Poco después se encuentra transitando sobre el Bulevar Marina y al llegar al único semáforo de la población da vuelta hacia la calle Morelos donde ve por la banqueta frente al restaurante Balandra a Bernardino, quien con su acostumbrado paso cansino y camiseta de las "chivas" que son ya casi distintivas en su persona, arrastra pesados guaraches y porta bajo el brazo en su inseparable morralito los periódicos del día.
Estaciona su carro un poco más adelante y baja del mismo furioso, Bernardino al verlo tan enojado se frunce todito empequeñeciéndose más aún, cuando repentinamente es acogotado por el corpulento Panchote en una pelea similar a David y Goliath, se ve forzado a confesar que quien le dijo que él se las tronaba, fue Jorge y que el nada más estaba repitiendo la información, que si a alguien le quería reclamar que lo hiciera con el mencionado.
Desconcertado Panchote debe de contener su ímpetu y deja ir al repartidor con tan sólo dos chichones en la cabeza, más aún cuando la gente ya se junta y el chisme empieza a hacerse en grande, además de que las simpatías de las personas se inclinaban a su detractor pues la diferencia de peso y estatura lo hacían verse muy abusivo.
Como no le queda otra que regresar a su carro, se trepa a este y todavía muy enojado se dirige a buscar a Jorge para que le explique porque anda hablando mal de él y diciendo que es mariguano, sale a toda velocidad por la única calle pavimentada y baja la velocidad a la altura del campamento de los soldados para incorporarse a la terracería que conduce a las oficinas donde labora, el ahora, motivo de su búsqueda.
Cuando llega a las oficinas a nadie le extraña verlo con el ceño fruncido y cara de pocos amigos, ya que eso es muy usual en Panchote y no porque sea una malhumorada persona, sino que lo usa como escudo para no permitir que la gente se acerque a su vulnerabilidad creada por la falta de éxito con las mujeres y la inconsistencia de sus relaciones en este sentido que lo obligan a mantenerse horro.
Por su parte Jorge ocupado en sus diarias labores lo ve venir a lo lejos por el pasillo principal, le hace una seña para que espere un momento mientras termina de atender a la persona sentada frente a su escritorio a la que después de unos diálogos despacha y llama a Panchote.
Este entra con rostro congestionado y patea la puerta en un gesto agresivo que sorprende y hace brincar a Jorge, quien es acremente increpado por Panchote que con vozarrón de trueno le cuestiona que si fue él quien le dijo a Bernardino que fumaba mariguana. Sí.... Acepta Jorge, pero aclara, "si, se lo dije, pero no para que lo pusiera en el periódico".
Más enfadado todavía ante la respuesta pero consciente de que no le convenía hacer mayor escándalo, Panchote le dirige una mirada fulminante a Jorge y sale dando un fuerte portazo que hizo vibrar la pequeña oficina de madera, mientras Jorge sólo acierta a susurrar "¡¡MEHH!! ¡¡VERÁS!! SE ENOJÓ COMO QUE SI FUERAN MENTIRAS.