El viajero de los zapatos de cristal
Todo empezó aquel día que un extraño peregrino vino a enseñarme a volar, he practicado mucho pero lo más que he logrado es despegar como medio metro del suelo para durar un segundo en el aire, yo creo que no me dijo todo, tal vez el secreto estaba en sus zapatos de cristal porque brillaban intensamente cuando tocó mi frente para invitarme a volar.
A su lado, volé indiferente a la ley de gravedad, experimenté velocidades inimaginables tejidas de infinitas espirales que por rutas opalinas me llevaron a subir y bajar mares de vientos, pero en la infinita anatomía de mi mente se produjo un hoyo negro y me perdí, después, en esa oscuridad profunda, fue mi guía el destello de un recuerdo, seguí el camino de esa luz por un túnel de paredes pegajosas donde mis alas se quedaron atoradas. El abrazo de un ángel borró mis miedos, profané su sombra que al cielo evoca pezón altivo, obscenidad que arrojó en mi boca humilde estrofa, un puñado de versos de natural alcance al placer humano, dos mil años de letras y cosas viejas.
Sigo aquí, anclada en el tercer planeta, a veces agua, tierra o viento… soy plumas, pelos, escamas… soy postes añorando hojas y nidos, soy cauces de asfalto donde ruedan las piedras negras, soy peces envenenados y pájaros que no vuelan…
A veces temo mirar al cielo, y descubrir colgando de algún cable, ya sin brillo, los zapatos de mi viajero...