En los puertos, entuertos, muertos y tuertos
Viene el día de muertos. Nunca, como ahora, debemos de celebrar ese fasto comunitario. Todos estamos muertos. Unos, muertos de coraje, otros muertos de hambre, otros muertos de miedo, otros muertos de necesidad, otros muertos de tristeza y, los más, muertos de desesperación de que la plaga no acaba y se agudiza. En el país de los ciegos el tuerto es rey. Tal vez. Desde el Tzompantli se rebelan las calaveras, no las de Bones and Sculls, ni la calavera azul, la calavera, que cantara Raymundo Ramos el poeta infinito, no, ni la calavera del terror que “vive” ya en millones de hogares mexicanos o la calavera pirata de tantas mercancías chafas.
En el país de los tuertos el ciego es rey. Estamos muertos de ira, de crispación, de rabia, por los agravios y entuertos que nos han infligido y no acaban porque no tienen llenadera. Es la corrupción de tracto sucesivo. La corrupción nace, crece se reproduce y no muere, gracias a la nepotización viral. Es, perdone la blasfemia, como ya saben quién, que cantara Macedonio Alcalá: nunca muere. Aquí los muertos que vos matáis, Iguala, no gozan de cabal salud.
Las intermitencias de la muerte, de Saramago y Algo sobre la muerte del Mayor Sabines, o, La muerte tiene permiso en este sexenio, sobreviven a las coplas de Jorge Manrique a la muerte de su padre. Porque en este país, el día de muertos es ya todos los días. Qué horror, ya no nos sorprende, ni siquiera cuando matan a los soldados o a los niños o a los buenos, ni a los malos ni a los peores. Hacemos más alharaca con los corruptos, porque los usan como petate del muerto para que nos olvidemos de la pobreza que se ha ensañado en el país gracias a la desidia oficial. Ellos cargarán con el muerto de la corrupción para que no alcance otras alturas putrefactas.
Cayendo el muerto y soltando el llanto, porque cuando el tecolote canta el indio muere. Denme por muerto, espetó, nadie cree, ni siquiera a los fieles difuntos y menos los que aducen que son Todos los santos del gabinete. Mictecacíhuatl, la "Dama de la Muerte" los perdone, ya que Mictlantecuhtli, Señor de la tierra de los muertos, no los salvará por sinvergüenzas. Aunque se hagan los muertos o pidan disculpas pueriles, donde lloran está el muerto. Hay muertos que no hacen ruido y es más grande su penar oaxaqueños. Los daños al pueblo depauperado, empobrecido hasta la crueldad, no se alivia con el fin de los sexenios, no, muerto el perro no se acabó la rabia. Cualquiera lo sabe. Solo nos queda levantar muertos porque mueren en la raya.
Dijo La Paca contratada: ya ni en la paz de los sepulcros creo; cada día más entuertos, cada día más muertos, cada día más tuertos, cada día más ciegos, cada día peor. Alcoholizados, obesos, hipertensos, diabéticos, desempleados, muertos en vida, celebran con aplausos la ineficiencia oficial y cambian su angosta libertad por un poco de tele o una pequeña despensa estacional. También los sicarios proliferantes, macilentos, tensos y trasnochados, delatándose entre ellos para salvarse unos días más, antes de que el plomo craqueante los alcance. Muerte en Venecia. Morir en el Golfo, otra vez, mil veces. La muerte llama dos veces. Como en la Bohème de Puccini.
¿Cómo diablos no vamos a celebrar el día de muertos en un país donde asesinan a más de cien mil al año? O donde mueren 25 mil por contaminación atmosférica al año o 24 mil al año por accidentes de coche con alcohol. Sólo la muerte, poema de Pablo Neruda o La poesía de la muerte de Walt Withman. "No le temo a la muerte, sólo que no me gustaría estar allí cuando suceda". Dijo Woody Allen.
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