• werr
  • wer
  • weeee

Filosurfeando: Así surfeaba Zaratustra

Escrito por Francisco Amador García-Cólotl en Sábado, 29 Agosto 2015. Publicado en Literatura, Narración

El mediodía continuaba un tanto oscuro y las nubes parecían serias y maliciosas. Ya que la masa, de color gris profundo como algodones de plomo, se movía desde las montañas cafetaleras hacia el vasto mar, el viento soplaba contra la cara de las olas y, en su contacto fresco, las paredes de éstas ganaban en verticalidad y el velo de agua blanca se desplegaba generoso con cada arremetida. La lámina de la superficie salada perdió las miles de diminutas ondulaciones y se asemejó a un cristal que recibía como sólida la espuma creada por los tubos en el rompedero. Era ciertamente un día hermoso para surfear; el tomar una ola, sintiendo el viento de la montaña en el rostro, descender por la rampa de agua clara y ver por sobre la superficie hasta el fondo marino te rehacen el espíritu, por lo menos por un ratito.

Para llegar al “punto” se tiene que nadar por debajo de las olas, como pato, dicen los surfistas, y si abres los ojos en agua tan clara, se puede apreciar una especie de tormenta en miniatura donde rompe la ola; las miles de burbujas apresadas en el vigor de la onda forman una nube casi compacta, con sus vórtices y pequeñas ráfagas violentas en reciprocidad al tamaño de la pared de agua. A veces, en las revolcadas, cuando la tormentita te recuerda que eres un trapo en una enorme lavadora, te desesperas y comienzas a patalear o bracear desesperadamente porque te vas quedando sin oxígeno. Arriba, quizá a un amigo le cause gracia la zarandeada que te regala el pequeño ciclón en que se convirtió la tormentita. Abajo, al que la sufre, le parece, aunque corta, una “tragedia.” Más vale reírse de uno mismo cuando se emerge.

Conforme las nubes de la montaña descendieron y se contornearon con el viento, más se asemejaban a la pequeña tormentita que conlleva cada ola en su romper hacia la playa; allá arriba, podía notar los vórtices y la violencia del viento como si estuviera observando, sumergido, el agua banca de una gran ola. Me dije, quizá Zaratustra esté surfeando por sobre la inmensidad de las nubes en su cielo claro y luminoso y creí entender, al fin, uno de los aforismos del sabio: “esa nube que veo por debajo de mí… cabalmente ésa es vuestra nube tempestuosa.” Claramente, él estaba elevado; lo que a cualquiera podría parecerle una “tragedia”, aquél que caminaba de cima en cima, y tenía las piernas muy largas para hacerlo, se reía de todas las tragedias de los que argumentamos que “la vida es difícil de llevar.”

Ya las gotas de lluvia rompen el cristal y pequeños capullos como dedos acuosos se levantan en millares. No nos pongamos tan delicados, que ahí viene otra buena ola. Así surfeaba Zaratustra.

 

Acerca del Autor

Déje un comentario

Estás comentando como invitado.