FLAMITA
A todas las jefecitas, presentes y ausentes
Tenía pocos días de nacido pero era muy inquieto, no se podía estar tranquilo en un sitio más de un minuto porque ya estaba rascando en el suelo buscando un insecto o trepado en un árbol curioseando un panal. Sus padres le nombraron Flama Intensa pero le decían simplemente Flamita. Su mamá empolló un huevo durante un mes y de ahí nació Flamita, que tiene la cabeza parecida a la de un cocodrilo pero con orejas de caballo. Su cuello es tan largo como el de una jirafa pero su cuerpo rechoncho recuerda al hipopótamo. Tiene una larga cola que termina en forma de flecha y sus patas delanteras son más pequeñas que las traseras. Su piel escamosa es parecida a la de una serpiente, pero sus alas son como las de un murciélago. A muy corta edad ya lanzaba sus primeras llamaradas por las narices y el hocico, acompañadas de nubecillas de humo.
Flamita es un pequeño dragón que, como todos los animales fantásticos, rápidamente aprenden las habilidades propias de su especie. Así como el unicornio bebé muy pronto ya está trotando persiguiendo mariposas o la sirena recién nacida que ya se hunde en las profundidades para jugar con los peces, el dragón muy pronto ya quiere volar para acompañar a las parvadas de dragones que pasan cerca de su cueva. Su madre se fue con cuidado en eso de la enseñanza a volar ya que Flamita apenas rompió el huevo lo primero que hizo fue subirse a una gran piedra a brinquitos con sus patas traseras y lanzarse instintivamente agitando sus alas. Lógicamente que sus alas eran todavía muy débiles para soportar ese cuerpo regordete y se fue de panza al suelo. Días después el dragoncito ya más fortalecido fue a la orilla de una barranca y de ahí brincó nuevamente aleteando con vigor, se levantó unos metros pero cayó y rodó por la empinada barranca afortunadamente sin más consecuencias que unos raspones.
Mamá dragona hacía que Flamita diariamente fortaleciera sus alas con ejercicios y alimentos apropiados, un día revisó su cuerpo y los músculos desarrollados. Sonrió satisfecha, era el momento de iniciar la enseñanza formal y definitiva. Lo subió a su lomo y el dragoncito emitía grititos de felicidad, acompañados de flamazos que salían de su hociquito. Así madre e hijo se elevaron rápidamente a las alturas en un día claro y soleado.
Cuando debajo de ellos se veían los árboles como pequeños palillos mamá dragona alertó a su hijo para iniciar a volar e intempestivamente giró dejando sin apoyo a Flamita que no tuvo otra opción que revolotear pero sin éxito ya que caía rápidamente. Entonces mamá dragona voló con rapidez y destreza para ponerse debajo de él. Así nuevamente Flamita ya estaba sentado en el lomo de su mamá ascendiendo otra vez. La misma operación la repitieron dos, tres, cuatro veces, hasta que en la quinta ocasión Flamita voló con suavidad y elegancia. Mamá e hijo dragones estuvieron largo tiempo planeando, descendiendo en picada y levantándose. Al final aterrizaron riéndose a carcajadas. Flamita había aprendido a volar y mamá dragona pensaba satisfecha “algún día será un gran dragón que volará muy alto”.