Hashtag #Cuéntalo
Muchas mujeres han contado historias de abusos y agresiones sexuales bajo el hashtag #Cuéntalo desde el 26 de abril de este año, tras la indignación por la sentencia de La Manada (en España).
Para leerlas sólo basta entrar a Twitter.
A partir de esa fecha las redes sociales se han convertido en una especie de megáfono de las muchas experiencias de tantas mujeres víctimas de acoso.
Al leer los testimonios –desgarradores la mayoría-, no puedo más que permanecer un buen tiempo pensativa. Es pues, cuando recapitulo mi vida desde la infancia hasta ahora y me considero una mujer con “suerte”.
A través del hashtag #Cuéntalo, gran cantidad de mujeres se han atrevido a denunciar de manera anónima y en otras no, sus experiencias. Algunos de los relatos son extremadamente crudos. Eso me da una idea de cómo los hombres bajo una tutela dominada por el machismo y cobijada por el arcaico y vigente patriarcado, no piensan o no les importa, o ambas, en que sus actitudes nos marcan y dañan a veces de manera permanente y casi siempre profunda.
La vida de una mujer víctima de acoso no vuelve –porque simplemente no se puede- a ser la misma. ¿Cómo? Si se trastoca lo más íntimo de nuestro ser sin consentimiento. Podemos continuar viviendo la vida de la manera más normal –en apariencia-. Ser exitosas, profesionistas, intelectuales, trabajadoras del hogar, madres; ser todo eso que podemos y queremos y en el fondo, seguir sintiéndonos transgredidas. Porque además, todos los días por todos los medios, en la calle, en la escuela, trabajo, dentro de la familia y con nuestras amistades, ese trastocamiento se reafirma; muchas de las veces de manera tan sutil, casi imperceptible. En otras tan brutal como que los índices de feminicidios cada día van en aumento.
Se necesita tener mucha fortaleza para superar ese trance y no vivir en la creencia de que todos los hombres son iguales; para no perder la fe y vivir una vida feliz.
Les comparto estas historias reales con nombres ficticios. Hechos que no fueron contados, mucho menos denunciados, porque al igual que muchas otras mujeres el miedo, vergüenza y culpa, impidió que la verdad saliera a la luz en su momento.
Historia #1: Araceli, 9 años. Jugaba en la calle con amigas y primos. Un hombre de la tercera edad de la casa frente la miraba siempre mientras se tocaba los genitales. Un día la llamó y ella se acercó a la puerta de la casa, donde él le ofreció dulces y dinero a la vez que le mostraba imágenes de una revista porno y con la otra mano, temblorosa, se frotaba los genitales por encima del pantalón. Araceli huyó temerosa y avergonzada. Un día decidió confiárselo a uno de sus primos y, para comprobarlo, tuvo que acercarse de nuevo al volver a ser llamada. Se acercó mientras su primo se escondía detrás de ella. Él, entonces contó lo sucedido a su tía y a los demás. Todos la culparon, dijeron que el pobre hombre era un anciano que no sabía lo que hacía. Hubo quienes hasta lo tomaron a broma. Mucho tiempo Araceli vivió sintiendo culpa y vergüenza.
Historia #2: Mariana, 17 años. El esposo de su hermana mayor la perseguía y la besaba a la fuerza cada vez que la encontraba a solas. Incluso llegó a tocarle los senos mientras ella dormía, una noche en una habitación donde había otras personas durmiendo también, durante un viaje familiar. El salió huyendo sigilosamente cuando Araceli despertó sobresaltada al sentir la mano sobre su pecho. Ya de adulta, en ciertas ocasiones que se llegó a encontrar con su cuñado en reuniones familiares, ella rehuyó la mirada perversa de él, evitaba hablarle a pesar de que él hacía todo por establecer contacto con ella. Mariana le temía o le teme todavía, pesar que desde hace varios años ya, no sabe nada sobre él.
Ella también calló por miedo a que no le creyeran, por miedo al escándalo, a que su hermana resultase lastimada. Vivió mucho tiempo con un gran remordimiento y sentimiento de culpa.
Historia #3: Emma, 22 años. Estudiante universitaria, introvertida, solitaria. Su compañero de carrera del cual creyó estar enamorada, abusó de ella varias veces, manipulándola, haciéndola creer que también la quería. En cuartuchos con música a todo volumen y amigos ebrios que “dormían” en el cuarto contiguo, ebria o sobria, él se desfogó, desbordó en ella para luego, levantarse y acompañarla a la esquina donde Emma esperaba el autobús que la llevaba a casa. Siempre vacía. Siempre sola. Siempre sin lágrimas.
Yo pude ser Araceli, Mariana y Emma.
Tú, tu amiga, sobrina, hermana, vecina, pueden ser cualquiera de ellas.
Ha pasado mucho tiempo de que sucedieron esto que les relato. ¿Qué fue de los victimarios? Uno ya está retorciéndose en los infiernos –ojalá-, el de la primera historia. El segundo, lo último que se supo es que vive casi como indigente, sumergido en las drogas. El tercero es médico cirujano, en un pueblo de uno de los estados del norte. Vive con su familia.
¿Cuántas más habrán sido sus víctimas?
Mi intención al escribir estas experiencias de mujeres acosadas y violentadas, es que aquellas que lo estén sufriendo y me lean, se animen, pierdan el miedo y la vergüenza, que se deshagan de la culpa; porque ellas –nosotras las mujeres- no son culpables de vivir en una sociedad con una estructura patriarcal, aceptando al machismo cono algo tan natural.
Es verdad, en ocasiones puede haber daño colateral, efectivamente. Aún así denunciar, no callarse es lo mejor.
Por último, mujer: niña, adolescente, adulta: ¡no te calles! #Cuéntalo. Dejemos el miedo y la vergüenza de lado, porque eso los mantiene libres y sin castigo. No permitas que éstas historias –tu historia- se repitan. No importa la edad del acosador, del agresor, ¡son culpables y tienen que pagar por ello! No debería existir este tipo de “suerte”. Debería en cambio, existir un sistema de gobierno que nos de garantías, que no solape el machismo, que aplique todo el rigor de la ley, contra los hombres que en su plataforma de machos, se sienten y creen intocables y con todos los derechos sobre nosotras las mujeres.
“El feminismo es
una forma de vivir
individualmente
y de luchar
colectivamente.”
**Simone de Beauvoir **