King Kobra 2: La lluvia en la calle Hidalgo
Sólo quedó un pedazo de tabla de surfing que alguien recogió por la Goretti; un trozo de espuma se adhería a la fibra de vidrio con restos de pintura roja sobre aquella superficie vieja y requemada por el sol. Alguien había surfeado, o intentado, en la calle Hidalgo; y la tabla se destrozó bajo la mirada entretenida y las risas de los testigos y del protagonista mismo. Las nubes, como globos rellenos de agua, tronaron violentamente como lo hacía cada verano, y se formaron pequeños torrentes que bajaban por las laderas del cerro, cruzaban los patios y casas, y también el cuartel; hacía de la calle sin pavimentar una veloz corriente, con sus rápidos picos de agua color tierra que se movía rumbo al malecón. Ahí, el surfista, tabla bajo el brazo, despertó las carcajadas de quien lo vio caminar en shorts y descalzo hacia la calle, como si fuera a cruzarla; midió empíricamente la profundidad y velocidad del cauce con una mirada fingida sabiéndose observado; luego introdujo el dedo índice de su mano derecha a la boca y lo sacó oteando el viento. La concurrencia volvió a reír y aquél se lanzó de panza sobre la tabla. Los escasos cuarenta centímetros de furiosa agua enlodada apenas soportó el peso. Las quillas chocaron contra las piedras y fueron las primeras en destrozarse. Luego la tabla sucumbió ante los años de estar colgada inútilmente en una pared y la rudeza del trayecto. En el avance, de escasa media cuadra, el surfista no logró pararse y la tabla fue rompiéndose con los choques contra el suelo. La corriente lo orilló y ahí lo vieron erguirse lleno de agua y tierra con un pedazo de tabla entre las manos. Rió de buena gana, triunfante, tiró el sobrante al cauce y cruzó caminando hasta la esquina donde los mirones se mojaban agradecidos con la lluvia.