La Cabaña de Jesús Sández
Al final de la calle Nicolás Bravo de la colonia Santa Rosa, en San José del Cabo, B, C. S., hay una pequeña construcción bonita y acogedora, pisos a desnivel y combinaciones de palma y concreto en el techo, además de poseer un jardín bien cuidado a la sombra de palmeras y diversos árboles frutales. Es la casa de la familia Sández Carrillo. Actualmente viven en ella el matrimonio conformado por Jesús Sández y Francisca Carrillo, Karina, la mayor de sus hijas, y su nieto Christopher.
Como había quedado en ir a visitarlo, encontré a Jesús separando un filtro de papel para cafetera, abrió el refrigerador y sacó una bolsa con un café que según me dijo me iba a gustar porque parecía tostado en casa…
-Mira güera cuando lo pruebes vas a recordar el café que hacía mi tía María porque sabe igualito, nos lo trajo el Chuyito del Cosco. Oye, ¿No ves por aquí un cucharoncito de plástico? es la medida del café.
Mientras le ayudaba a buscar la cucharita lo vi deslizarse en la cocina con una habilidad sorprendente, abría cajones y destapaba recipientes dejando todo en su lugar… de verdad parecía que miraba lo que hacía.
-Bueno, dijo al fin, voy a tener que calcularle con otra cuchara, haber como me queda.
Enseguida acomodó el contenedor de café y vació dos tazas de agua en la parte superior del aparato sin derramar una gota.
-Ahorita que esté el café, nos vamos a la cabaña, allí podemos platicar a gusto. O si quieres nos quedamos aquí…
-Mejor en la cabaña Chuy, me gusta tanto que quiero tomarle algunas fotos, de verdad me sorprendes, nadie pensaría que la hiciste sin ver… y a propósito de donde te salió la idea?
-Ah, deja te cuento, pero primero voy a servir el café.
-Mmmm… si que sabe como el que hacía mi amá.
-¡Yo sabía que te iba a gustar!
La cabaña esta en la parte baja del terreno, Jesús bajó los escalones llevando la taza de café en una mano y su bastón en la otra, cuando entramos puso su taza de en la mesa y se sentó en una de las sillas para seguir platicando.
-Aquí donde está este comedorcito antes había una parrilla, ésa la hice en una ocasión que vino mi cuñado Esteban porque Panchita quería prepararle una sopa de tortillas… entonces le dije que le iba a hacer una cabaña para que no anduviera atizando en el sol, yo creo que ni me creyó… pero ya ves.
-Primero la hiciste de horcones?
-Sí, y luego Miguel, mi hermano, me ayudó a traer unos sacos rotos de cemento que tiraron en la huerta y también trajimos piedras del arroyo, las pegué con el cemento alrededor de los horcones… y así poco a poco hasta que terminé.
-Y porqué hexagonal?
-La había hecho cuadrada primero, pero quedaba muy chica y le aumenté a los lados para que diera más espacio en el interior, luego le hice su barrita de cocina y la aforré con azulejo y pedacera de mármol.
-¿Quién te ayudó con la instalación hidráulica y eléctrica?
-Yo me la aventé también, es cuestión de paciencia, además tengo un nivel electrónico que pita, eso me es de mucha utilidad.
-Y el techo tu también se lo pusiste?
-¡Claro! Le fui dejando bien juntos los carrizos para que aguantara mi peso y hasta le puse su tragaluz. Cuando recién la hice Panchita y yo pasábamos mucho tiempo aquí.
-¿Hace mucho que la hiciste?
-Hará unos diez años más o menos.
Me entretuve tomando fotografías unos minutos, Jesús me siguió al exterior de la cabaña para contarme cómo fue perdiendo la vista gradualmente.
-¿Te acuerdas que yo jugaba béisbol?
-Y eras muy buen pitcher por cierto.
-Pues me di cuenta que cuando el catcher me regresaba la pelota la veía hasta que venía cerquita, y aunque tenía diecisiete años y muy buenos reflejos tuve que dejar de jugar.
-¿No fuiste al doctor?
-No, ése fue el primer síntoma y como era muy leve y no había mucho recurso pues así me quedé, tenía veintiséis años la primera vez que me hicieron estudios en Ensenada, ya no veía bien en la sombra y me adaptaron lentes, pero mi problema siguió avanzando.
-¿Cómo supiste que tenías retinitis pigmentosa?
-Fue en Ensenada también, en la clínica del Dr. Corral, donde escuché por primera vez de esa enfermedad, pero me dijeron que era incurable, lo único que me dieron fue vitamina A.
-¿Te hicieron estudios para diagnosticarte la retinitis?
- Esa vez no, fue hasta septiembre del 93 que el Sr. Fred Ducked, uno de mis patrones, se dio cuenta que casi no veía y él me llevó a los Ángeles, ahí me hicieron estudios a fondo y me comprobaron que efectivamente lo mío era retinitis pigmentosa.
Escuchar ese diagnóstico fue un golpe muy duro, no soportaba mi situación, la rabia y el dolor me convirtieron de pronto en un hombre negativo, enojado con la vida, que no soportaba la idea de que su mujer trabajara fuera de la casa. Por eso aunque mi visión ya era muy escasa seguí trabajando como pulidor de pisos, pero empecé a tener accidentes, una vez me caí en una alberca y en otra ocasión en una pila de alimentación eléctrica, lo bueno fue que no tenía corriente. Cada vez me llamaban menos. Panchita hacia pan, empanadas, jamoncillos, cocadas y lo que podía, pero no alcanzaba, las cosas iban de mal en peor.
-Mira güera, yo trabajé hasta que pude… me acuerdo que llegué y le dije a Panchita: “Ya no puedo vieja”… de veras no tienes idea como me sentí…
Una vez platicando con Rosa, mi cuñada, le dije que valía más que me muriera… para no hacerles estorbo…
Mi primo guardó silencio, tenía ese recuerdo atorado en la garganta… nunca lo había visto llorar, fue sólo un momento, se limpió la mejilla y continuó:
-No recuerdo exactamente que fue lo que me dijo mi cuñada, pero me hizo recapacitar, me di cuenta que si quería salir de mi bache depresivo, tenía que modificar mi actitud.
Panchita se fue a trabajar, primero como ayudante de cocina, después como cocinera y luego limpiando casas de americanos para mantenernos, yo me quedé en la casa, Carolina, la menor, tenía apenas dos años… Cuauhtémoc, Karina y Jesús ya iban a la escuela, ellos me necesitaban y bien. Desde entonces decidí no ser una carga, al contrario ayudar en lo que puedo, soy muy afortunado de tener la familia que tengo. Mis hijos ya crecieron, ahora tengo cinco nietos que adoro, el más pequeño de repente me dice: “Tata, te quiero mucho”… eso güera, es suficiente para seguir luchando, ellos son mi motor, y que te puedo decir de Panchita, con ella me saqué la lotería.
-Lo que yo todavía no me explico Chuy, es como le haces para pescar, hacer cimientos, pegar bloque y hasta para arreglar lavadoras.
-Le voy buscando con las manos y hago lo que se tenga que hacer… últimamente han salido nuevos tratamientos para mi enfermedad, yo sé que son muy caros y no puedo pagarlos, pero no pierdo la esperanza, ya perdí la vista, no puedo perder la fe.
Tengo veinte años así, pero yo sé güera que voy a volver a ver…
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Timoteo Liera
MA.