La influencia de nuestro cerebro en nuestros nuevos propósitos
Año tras año, en cada inicio de ciclo la mayoría de las personas tenemos como propósito hacer cambios. No obstante, aunque hacemos acopio de toda nuestra intención y deseo generalmente es muy poco lo que nos mantenemos en nuestros nuevos propósitos topándonos con ciclos que se repiten una y otra vez, así como resistencias para continuar esforzándonos. Esto no solo es una cuestión de conciencia y voluntad, sino que también intervienen mecanismos biológicos cerebrales que es importante tomar en cuenta.
A través de las experiencias vividas, neurológicamente nuestro cerebro ha creado una serie de redes y conexiones interneuronales que dan como resultado, hábitos, creencias, paradigmas, programaciones, etc., y estas nos dominan al grado de automatizarnos.
Cuando planteamos la posibilidad de hacer algún cambio y no le damos el seguimiento que corresponde para lograrlo, enseguida tendemos a efectuar comparaciones y justificaciones, razonando de manera favorable ante nuestros planteamientos para continuar haciendo lo mismo porque nos es familiar (zona de confort) saboteando nuestros nuevos propósitos por lo que dejamos de intentarlo. Algunos claros ejemplos son: dejar de fumar, hacer ejercicio, estudiar algo nuevo, leer más, dejar de enojarnos, etc,. Sin embargo, esto es mucho más trascendental de lo que podemos imaginar ya que no solo se refiere a nuestros malos hábitos sino a todo aquello que nos afecta directamente y nos genera insatisfacción, incluyendo el deseo de sufrir, tener relaciones disfuncionales, pensar que no podemos o que no valemos, la autocompasión, etc.
La emoción que mayormente nos somete y nos priva resistiéndonos al cambio, es el miedo y para poder salir de ese estado el cerebro requiere gastar un alto porcentaje de energía, por lo que de manera inmediata nuestro cerebro envía una orden provocando en nosotros fatiga, sintiéndonos cansados y/o enojados. Al suceder esto, el cerebro lo capta como una “amenaza” ya que conserva celosamente esa energía para la supervivencia. Es decir, para un momento de extrema tensión en el que exista la necesidad de escapar y/o pelear por proteger nuestra vida. Dicho de otra manera, nuestro cerebro dista de esforzarse ante lo que le es familiar y conocido por lo que se resiste al cambio. Este es el resultado de la formación de redes interneuronales que han establecido patrones, hábitos y estructuras que se accionan de manera automática por lo que nos regresa al mismo punto de partida una y otra vez.
Nuestro cerebro es neofóbico, tiene miedo a lo nuevo, sin embargo, cuando hacemos conciencia de ello, podemos recurrir a su plasticidad para cambiarlo. Para crear nuevas redes que nos permitan aprender cosas nuevas y adaptarnos a ellas.
Al principio, hacer este tipo de cambios, requiere de esfuerzo, no obstante, al actuar con constancia se crean nuevos hábitos que se traducen en acciones exitosas y satisfactorias que modifican diametralmente nuestro forma de vida.