La mujer indefensa
El problema de violencia hacia la mujer se ha convertido en algo mucho más grave que una epidemia. No sólo es una patología social, familiar e individual, sino un hecho que las autoridades gubernamentales soslayan o toleran de manera descarada. No se enseña a los niños, a los jóvenes o a los adultos a entender, respetar y apoyar al componente femenino de la población, muy por el contrario, los chistes, los “memes” los comentarios, los videos, los chats, son nidos de bajeza y ruindad hacia las mujeres, excitando la violencia hacia ellas junto con el menosprecio y la discriminación.
Los propios medios de comunicación se han prestado a la cosificación de la mujer y a promover sus roles ancestrales si percatarse de que las leyes y la civilización han cambiado y exigen otro comportamiento más adecuado. Las mismas mujeres coadyuvan, en su aturdimiento provocado, a que se les valore por el vestido que traen, el maquillaje o las cirugías plásticas, los tintes, los afeites o las remodelaciones fenotípicas o corporales a través de ejercicios o gimnasias y a menudo pastillas o tratamientos para adelgazar o para abultar grotescamente partes de sus senos, glúteos, labios o pómulos.
La situación económica, de plena depauperación a la que México ha llegado, ha orillado a que miles de jovencitas se presten a “trabajos” de entretenimiento en todo tipo de cabaretuchos y antros de mala muerte, en table dances, en casas dizque de masaje, en prostíbulos y en ofrecimiento de sexoservicios a través de internet o de redes sociales.
El bajísimo nivel educativo escolar promedio, aunado a un paupérrimo nivel cultural de hombres y mujeres, junto con el consumo creciente de alcohol y drogas de todo tipo y la brutal competencia económica en los empleos insuficientes y la fracturación de las familias tradicionales van abonando a un caldo de cultivo de las peores condiciones para niñas y jovencitas que empiezan a sufrir la violencia y el acoso desde las edades más tempranas y el riesgo en sus propios círculos familiares y escolares.
Las mujeres en la política son un reflejo de esos mismos avatares que lejos de elevar el nivel de estima, se abaratan con estereotipos de impreparación, frivolidad, incultura y falta de respeto hacia sus colaboradoras, ciudadanas y empleadas menores y se convierten en grotescos modelos de ostentación de vehículos, de parafernalia, de guaruras, de aduladores y de pancracias, maquillistas, estilistas o peinadoras, modistas y obsecuentes aduladoras, lo que genera un sentimiento de pena para la sociedad y de burla y escarnio de parte de los varones machistas que ven en esas etologías la confirmación de sus menosprecios.
Las burlas constantes por la gordura, las flacideces, las manchas, las imperfecciones dermatológicas o los padecimientos circulatorios o las ondulaciones psíquicas y endocrinológicas estacionales y hasta por la estatura o el color capilar de varones de la familia o de las mujeres mismas en el hogar y en el trabajo, agravan el clima o entorno de asedio o adversidad. Es vergonzoso y destructivo del tejido social.
Les ruego que no me salga con la estupidez de que siempre ha sido así o de que en otros países también sucede. Estamos hablando de lo que no debe ocurrir aquí y ahora y depende de todos nosotros. No podemos esperar nada de los gobiernos al respecto, si ni siquiera son capaces de dar agua potable, salud escuela o vivienda como ordena especifica y claramente la Constitución General de la República. Nos hemos tardado en reaccionar. De 63 mil casos de violencia en estos últimos años en BCS no llegan a diez los hombres que están en la cárcel sentenciados. Ni siquiera en el caso extremo de los feminicidios se llega al esclarecimiento de los hechos. El número de desaparecidas, de golpeadas, de violadas, de explotadas crece cada día y nosotros y los gobiernos en la babia.
Ayudar a la mujer a que supere su condición de desventaja no es un acto de “caballerosidad” o de caridad, es una obligación ética, cultural y cívica. No es chistoso, ni de muy “hombres” o de muy “machos” estar acosando permanentemente a cuanta, mesera, recamarera, empleada, sirvienta, obrera, reportera, vendedora o estudiante se cruza en el camino de un idiota vulgar.
Las iglesias, las logias, los clubes, las universidades, los gobiernos, los congresos y los cabildos ya no pueden seguir de cómplices de este flagelo contumaz antifemenino. Es deber de hombres bien nacidos y de las mujeres mismas reforzar activa e incansablemente todas las acciones para tratar de que esta pústula social se corrija. Ya sabemos que con las alcaldesas, los alcaldes, los diputados y senadores, los gobernadores y los presidentes, no se cuenta, si sirvieran para eso ya lo hubieran corregido, así que a enfrentarlo amigas y amigos, no hay de otra.
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