“La Purga”
Las regiones más primitivas del cerebro, en cuanto a su evolución estructural, se han asociado con los instintos y los impulsos de autoconservación, los cuales se caracterizan por ser comunes a toda la especie humana, tener una finalidad adaptativa y ser muy poco flexibles; la satisfacción del hambre o de la sed, por ejemplo, son necesidades que no pueden posponerse indefinidamente; y tampoco hay mucho margen de cambio en los modos de satisfacerlas: el agua, el oxígeno y ciertos nutrientes en los alimentos, nos son indispensables para la supervivencia como seres vivos. Gracias a los impulsos de autoconservación, el ser humano logró adaptarse a la vida, sin embargo, a pesar del salto evolutivo que dio nuestra especie sobre los demás homínidos que se derivaban del género Australopithecus al desarrollar un sistema nervioso central sumamente complejo, aún quedan ecos de esas pulsiones instintivas, resguardadas tras las fronteras impuestas por los valores, normas morales y reglas sociales introyectadas por el individuo de acuerdo a su contexto psicosocial.
No obstante, las normas introyectadas no siempre son suficientemente solidas ni sanas para proporcionarle un equilibrio psíquico al sujeto y la frustración que provoca la represión inestable o extremadamente rígida de pulsiones, esto es intolerable para el yo; así que el individuo tiene que recurrir a la canalización de las mismas mediante actividades, roles, tareas o experiencias individuales o colectivas que le permitan sublimar tales pulsiones consideradas inaceptables socialmente. Es decir, una purga emocional.
Octavio Paz nos habla en laberinto de la soledad de que en ciertas fiestas del mexicano desaparece la noción misma del orden. Todo se permite: Desaparecen las jerarquías habituales, las distinciones sociales, las clases, el sexo, los gremios; y las riñas, injurias, balazos y cuchilladas también forman parte de la fiesta. “Porque el mexicano no se divierte: Quiere sobrepasarse, saltar el muro de la soledad que el resto del año le incomunica. Todos están poseídos por la violencia y el frenesí.
Se liberan momentáneamente todos los impulsos sin salida y todas las materias inflamables que guardamos en nuestro interior”. Menciona Paz en el capítulo de “Todos Santos, Día de Muertos” de dicho libro.
Un ejemplo reciente de lo que podría considerarse como una purga de la energía psíquica profunda, conocida como pulsión, fueron los eventos posteriores al paso del huracán Odile, fenómeno social al que se le denominó “rapiña”.
Al observar las imágenes de dicho suceso, nos podemos percatar de que los productos que se tomaron de los comercios no en todos los casos se trataron precisamente de víveres, sino de artículos electrónicos, juguetes, cerveza y botanas, por lo que no estamos ante una manifestación de la biología adaptativa de un individuo que necesita sobrevivir, si no ante la manifestación de una pulsión agresiva bilógicamente no adaptativa con una tendencia a la destrucción, dirigida hacia el exterior. Y esta “purga” incrementa su potencial cuando el estallido emocional se ve propiciado por el contagio de la multitud, ya que la responsabilidad de los actos pierde su individualidad conforme va creciendo el grupo que los lleva a cabo. El ser humano en muchas ocasiones se atreve a hacer en la multitud lo que no se atrevería a hacer solo.
El psicoanalista Erich Fromm menciona en su libro “El corazón del hombre”: “Entiendo por violencia reactiva la que se emplea en la defensa de la vida, de la libertad, de la dignidad, de la propiedad, ya sean las de uno o las de otros. Tiene sus raíces en el miedo, y por esta razón probablemente es la forma más frecuente de violencia. Este tipo de violencia está al servicio de la vida, no de la muerte; su finalidad es la conservación, no la destrucción”. Es decir, que la naturaleza de la agresión que nos permite preservar la vida en casos de extremo peligro y la violencia que tiende a destruir por el gusto de la destrucción, son muy distintas.
Basándose en su análisis de 30 tribus primitivas, Fromm asegura que la relación entre el nivel de civilidad y la destructividad es inversa y no directa. Resulta que, contradiciendo la idea inmensurablemente generalizada de que a menor grado de civilización mayor salvajismo y destructividad, Fromm pone en evidencia que "los recolectores, cazadores inferiores y agricultores inferiores son los menos guerreros. Los cazadores superiores y agricultores superiores son los más belicosos, y los agricultores más importantes y los pastores superan a todos en belicosidad".
¿En realidad los más “civilizados” somos las sociedades más pacíficas? ¿Cuántos de los problemas sociales tienen como raíz la expulsión descontrolada de la pulsión de muerte? ¿Cómo nos ayudaría como sociedad el entender el origen de la destructividad de nuestro comportamiento?
“El hombre tiene un potencial de violencia destructora y sádica porque es humano, porque no es una cosa, y porque tiene que tratar de destruir la vida si no puede crearla”. Erich Fromm.