Las expresiones de amor, soledad y muerte en la poesía de Jaime Sabines
"Las obras de arte se dividen en dos categorías: las que me gustan y las que no me gustan. No conozco ningún otro criterio."
Anton Chejov.
Siguiendo el muy humano y poco pretencioso criterio de Chejov para analizar el arte, podría decir sencillamente que la poesía de Sabines me gusta. No soy una experta en diagnosticar poemas ni en estudiar con lupa a las grandes obras y sus autores, sólo me concentro en hacer una introspección en espiral y reflejarme en el espejo de sus letras. Pero ¿Podría decir que cada verso de Jaime Sabines es para disfrutar? Por ejemplo, Algo sobre la muerte del mayor Sabines es un caso de poesía brutal que va más allá de esa fría literatura calculada que hace una racionalización del dolor e intelectualiza las emociones, es una sucesión de palabras entrelazadas con rabia y angustia ante un evento inevitable y psicológicamente catastrófico: La muerte.
Acá unas líneas de ese texto, el cual Sabines reconoció como su mejor creación:
“De las nueve de la noche en adelante
viendo la televisión y conversando
estoy esperando la muerte de mi padre.
Desde hace tres meses, esperando.
En el trabajo y en la borrachera,
en la cama sin nadie y en el cuarto de niños,
en su dolor tan lleno y derramado,
su no dormir, su queja y su protesta,
en el tanque de oxígeno y las muelas
del día que amanece, buscando la esperanza.
Mirando su cadáver en los huesos
que es ahora mi padre,
e introduciendo agujas en las escasas venas,
tratando de meterle la vida, de soplarle
en la boca el aire...
(Me avergüenzo de mí hasta los pelos
por tratar de escribir estas cosas.
¡Maldito el que crea que esto es un poema!).”
Y sí, yo creo que eso definitivamente no es un poema, es ira y dolor esculpidos con uno de los instrumentos que mejor exorciza las almas: la palabra. Herramienta que hace surgir letras que desesperadas se arremolinan para decir:
“Estoy llamando, tirándote la puerta.
Parece que yo soy el que me muero:
¡Padre mío, despierta!”.
Y de esta manera Jaime Sabines recrea el lastimoso trabajo que es deshacer los lazos terrenales con aquel que ha partido; hila el tema de la muerte con la naturalidad que reaccionaria cualquier ser humano que ha visto a su ser querido desvanecerse; amontonando mecanismos de defensa del Yo para conseguir asimilar gradualmente el golpe, por eso a través de una poesía que de tan autentica se convierte en una conversación con el lector, Sabines logra encarnar en estas letras dos posibles identificaciones de la psique: nuestros propios duelos ya vívidos o el temor de que la figura paterna se perezca en una batalla ante la extinción de la vida que tarde o temprano sucederá, estemos o no presentes y de la que nadie saldrá victorioso. ¿Cómo resignarnos a perder a nuestro mayor héroe? ¿Quién protegerá al frágil y vulnerable niño que vive en el impenetrable subconsciente?
Cinco años después de la muerte del padre de Sabines fallece su madre, por lo que el tema del duelo reaparece en el poema “Doña Luz”, mostrando una perspectiva distinta sobre la experiencia de la pérdida. Ya no es un dolor inefable que aguijonea el alma o la rabia punzante en el pecho, sino una eterna nostalgia flotante, cierta tristeza incrustada en un recoveco del cerebro pero con una resignación más palpable.
“Doña Luz”
Lloverás en el tiempo de lluvia,
harás calor en el verano,
harás frío en el atardecer.
Volverás a morir otras mil veces.
Florecerás cuando todo florezca.
No eres nada, nadie, madre.
De nosotros quedará la misma huella,
la semilla del viento en el agua,
el esqueleto de las hojas en la tierra.
Sobre las rocas, el tatuaje de las sombras,
en el corazón de los árboles la palabra amor.
No somos nada, nadie, madre.
Es inútil vivir
pero es más inútil morir.
Al final de cuentas nadie puede narrar la muerte, ni los vivos ni los muertos. Es como pedir la descripción de la fuerza de un ciclón tropical a quien nunca ha estado en medio de sus vientos o intentar explicar el incontenible deseo de fundirse con el ser amado si nunca se ha estado enamorado.
Aunque quizás eso es lo más cercano que podemos vivir a la experiencia de la muerte: El enamoramiento.
No me refiero a sus múltiples explosiones de vida, sino a la agonía lenta y cruel que sentimos cuando llega la ausencia del otro, angustia y saudade por el distanciamiento en tiempo o espacio con el ser amado, el deseo obsesivo por resolver esa distancia, víctimas de los caprichos del sistema nervioso central y también de sus ríos de serotonina y dopamina que nos obligan a regresar a la etapa predecesora al amor, la soledad. Ese bien que se padece y mal que se disfruta (Manuel de Melo, 1660). Incluso es posible manifestar ese estado con una melancolía tan dulce que causa cierto goce enfermo, Sabines, por ejemplo, le cuenta a Chepita:
“Me he tomado también tu taza de café. Ya casi no tengo azúcar, pero me acordé que a ti te gusta amargo. Sabe muy feo. Como esta soledad. Como este estar deseándote a todas horas.”
Entonces, resulta al mismo tiempo veneno y cura, porque también en otras líneas se receta a sí mismo la soledad para aliviar las tensiones del amor, en “Otro recuento de poemas” dice:
“Espero curarme de ti en unos días. Debo dejar de fumarte, de beberte, de pensarte. Es posible. Siguiendo las prescripciones de la moral en turno.
Me receto tiempo, abstinencia, soledad.
¿Te parece bien que te quiera nada más una semana? No es mucho, ni es poco, es bastante. En una semana se puede reunir todas las palabras de amor que se han pronunciado sobre la tierra y se les puede prender fuego. Te voy a calentar con esa hoguera del amor quemado. Y también el silencio. Porque las mejores palabras del amor están entre dos gentes que no se dicen nada.
Hay que quemar también ese otro lenguaje lateral y subversivo del que ama. (Tú sabes cómo te digo que te quiero cuando digo: "qué calor hace", "dame agua", "¿sabes manejar?", "se hizo de noche"... Entre las gentes, a un lado de tus gentes y las mías, te he dicho "ya es tarde", y tú sabías que decía "te quiero".)
Una semana más para reunir todo el amor del tiempo. Para dártelo. Para que hagas con él lo que tú quieras: guardarlo, acariciarlo, tirarlo a la basura. No sirve, es cierto. Sólo quiero una semana para entender las cosas. Porque esto es muy parecido a estar saliendo de un manicomio para entrar a un panteón.”
A mí me parece que las letras de este poeta enmarcan con mucha sinceridad la concepción trágica del amor en los aprendices de amantes, la polarización de la felicidad amorosa, la soledad sin límites concretos que nos lleva a buscar lo desconocido pero necesario o aquello extraviado en la infancia que dejó una borrosa huella en el inconsciente y nos hace idealizar al otro, crear de la nada idilios perfectos.
Y así, en la poesía de Jaime Sabines habitan esos fenómenos de la mente que nos hacen tan humanos, tan terrenales y absurdos: El amor, la soledad y la muerte.
Sin embargo, también llega el momento en el que el peso empieza a ceder y nos da más por fluir que por resistir, porque nos hacemos conscientes que la vida se vive y se muere, no sólo una de esas cosas sino las dos. Él descubrió en los versos que también existen curas para las intoxicaciones causadas por exceso de filosofía, que había una esperanza de alivio para los condenados a muerte y para los condenados a la vida; por eso nos recetó la luna a cucharadas, en gotas, en hojas tiernas y como amuleto.
En Canciones del pozo sin agua Sabines nos da otra recomendación para derretir el espanto y el malestar:
“Cuando estés triste ponte a cantar.
Cuando estés alegre, a llorar.
Cuando estés vacío, de verdad vacío,
ponte a mirar…”
Yo digo que lo qué nos dejo el juglar de la cotidianidad que fue Sabines no son sólo poemas para algunos, es poesía transparente, directa, que se coloca mucho más cerca de la emoción que de los razonamientos y se cuela fácilmente en la memoria para ser recordada fácilmente en los tiempos vacíos. Parábola de la realidad sin ninguna lección moral, muy por encima de la poesía acartonada y de las palabras enlatadas, crisol del inconsciente colectivo y sus arquetipos. Ya lo dijo el mismo Sabines: ¿Qué significa la poesía? Un ejercicio necesario, un destino.