Los bachezombis
Había una vez una pequeña ciudad porteña que, sin sentirlo, empezó a ser invadida por unos seres extraños que llamaron bachezombis. Llamar “seres” a los bachezombis puede parecer estrafalario pero, como veremos no carecía de fundamentos razonablemente aceptables. Empezaron como un pequeño accidente en la vía pública sin mayores consecuencias. Una horadación en las primeras calles del puerto, recientemente pavimentadas con asfalto, fue aumentando en tamaño hasta convertirse en una especie de chapoteadero. Los vehículos le sacaban la vuelta sin hacerle mucho caso, hasta que con el paso de los años –de ahí el uso del sustantivo “seres” – se empezaron a multiplicar de forma alarmante, y su ciclo era muy similar al de un ser vivo. Empezaban como un espacio vacío del tamaño de una pelota de beisbol pero en un día podía alcanzar las dimensiones de un balón de básquet bol y en una semana llegaban a la adultez plena, o sea el tamaño de una alberca, rodeados de lo que parecía era la familia completa de agujeros en el pavimento. Las autoridades municipales sucesivamente emitieron proclamas prohibiendo estrictamente coadyuvar a la formación de estas molestas depresiones ya que suponía que eran provocados por sus infaltables enemigos políticos para desquiciar la vida cotidiana y desprestigiar al gobierno. A quien se sorprendiera iniciando o agrandando estos huecos callejeros se les remitiría a la comisaría más cercana para ser sometidos a la entonces insustituible máquina de la verdad, que no era otra cosa que una simple madriza para que delataran a sus patrocinadores y cómplices. Borrachines, prostitutas y vagos nocturnos fueron las víctimas preferidas de la persecución policiaca y por más que se les aplicaba la medida antes mencionada nunca lograron saber quién o quienes eran los autores intelectuales de esos actos de sabotaje a la paz pública, mucho menos el móvil del ilícito.
Los estudiosos del fenómeno bachezombi de las instituciones de investigación locales más prestigiadas aplicaron modelos matemáticos complejos y estadística multivariada para llegar a la conclusión de que la combinación del agua de lluvia o de las múltiples fugas callejeras de aguas negras y potables más el tránsito vehicular eran como las vitaminas de estos seres, o sea que los fortalecían en su crecimiento. Controlar las causas de este fenómeno escapaba a las posibilidades de la autoridad. Las lluvias, aunque escasas, casi siempre acompañaban a los ciclones de verano y no faltaron los vivales que decían haber inventado una antena para controlar la trayectoria de esos fenómenos meteorológicos. Pronto se descubrió que estos tipos eran simples charlatanes. Controlar las fugas de agua de las redes de agua potable o del drenaje eran quizás más difíciles de combatir que los propios ciclones. Después aparecieron grupos de ambientalistas con proclamas como “No a los bachezombis tóxicos”, “El bachezombi contamina”, lógicamente por más anuncios, calcamonías que pegaban en sus modernas camionetas y pintas en las calles con estas exigencias tampoco dieron resultados, los bachezombis continuaron su reproducción muertos de risa. Bueno así parecía porque no faltaron los testimonios que decían haber visto como los bachezombis tiraban mordiscos a las llantas o a la suspensión de los vehículos hasta averiarlos seriamente. La ciudad llegó a los bordes de la histeria, los choques vehiculares se multiplicaron por tratar de evitar caer en los pozos que eran monumentales. Los policías de tránsito no se daban abasto tratando de poner orden en la circulación, los conductores se mentaba la madre como decirse bueno días y en su desesperación no les importaba circular sobre las banquetas que los bachezombis siempre respetaron, lo que sea de cada quien.
Científicos traídos de países desarrollados trajeron tecnología de punta para revestir los bachezombis de un material muy novedoso llamado concreto hidráulico, aparentemente inmune a la reproducción de estos seres criminales. Empezaron cubriendo los agujeros de edad temprana con este novedoso material pero pronto se puso de manifiesto una variante del bachezombismo que puso en ridículo esta primera ofensiva gubernamental contra estos seres malignos. Resulta que alrededor de esos agujeros de edad temprana rellenados con concreto hidráulico aparecían decenas de bachezombis bebés lo que al final producían un efecto contraproducente porque las masas de concreto quedaban como chipotes rodeados del asfalto carcomido que les rodeaban provocando un peligro mayor que los múltiples bachezombis bebés.
Pasaron décadas de una lucha sorda de los distintos gobiernos contra la plaga bachezombi que se convirtió en el enemigo público número uno, los candidatos de distintos partidos políticos prometían resolver el problema hasta que uno tuvo la brillante idea de cubrir las calles completas del milagroso material –el concreto– que efectivamente había demostrado resistencia al ataque bachezombista. Junto a esta brillante idea le surgió otra que era indispensable para la realización de la promesa, convencer a la autoridad nacional de un presupuesto super extraordinario para la cobertura de las calles principales con el ya mencionado material milagroso. Los estrategas gubernamentales inventaron que la entidad había sido víctima de un desastre para echarle mano a los fondos nacionales para tales infortunios. Dicen que el documento secreto que convenció a la autoridad nacional demostraba que el desastre había sido el paso de los últimos cinco gobernadores por el palacio de gobierno. Pruebas para ello no les faltaron y el presupuesto lo lograron.
Para cuando se iniciaron las obras de esta medida que revolucionaría la fisonomía de la ciudad porteña la ciudad había crecido en tal proporción que vista desde el espacio con las modernísimas tecnologías satelitales la ciudad parecía una cara afectada por la vieja enfermedad de la viruela, es decir completamente cacariza. No se dudó nunca que esto haya sido una burla más del bachezombismo que prácticamente se había adueñado del otrora pacífico y tranquilo puerto.