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Mitos, cuentos y leyendas sudcalifornias: EL ORIGEN DE LA PITAHAYA

Escrito por Abuelo Choyero en Miércoles, 10 Noviembre 2021. Publicado en Cultura, Cultura y Tradiciones Sudcalifornias, Mitos, Cuentos y Leyendas sudcalifornias. , Sociedad

Dentro de la cultura maya-quiché existe una leyenda registrada en su libro sagrado, Popol-Vuh, en la que se describe el origen mítico de una fruta preciada para ellos: el jícaro. La historia narra que luego de aceptar un enfrentamiento de juego de pelota con los dioses del Xibalba, los protagonistas la cosmogonía fueron torturados y enterrados, y que en este sitio creció la planta del jícaro, cuyos frutos eran realmente el cráneo de los hermanos, capaces de engendrar vida con escupir de su salvia/saliva en la mano de alguna mujer.

            En la tradición sudalifornia existe una leyenda que tiene como protagonista a la pitahaya, sin embargo, el origen de esta fruta no alberga el rencor que quedó en estos dos hermanos luego de ser asesinados banalmente por los dioses, y por el contrario, significó un símbolo de esperanza para los antiguos pobladores de la península en tiempos de desesperación y sequía.

 

La historia se ubica en un espacio sin tiempo, cuando las plantas, los animales y el sol abrasador eran los únicos habitantes de la península. Un día, de algún misterioso sitio, apareció el primer hombre que poblaría estas tierras, un varón delgado, alto, de tez morena y cabellos despeinados, con el porte recio y altivo de quien tiene más centímetros que toda la vida a su alrededor. Este hombre, luego de mucho tiempo vagando en soledad, acompañado solamente por el calor abrasador, baja a las costas donde descubre por primera vez la frescura de la brisa marina, y con ello, a la mujer que más tarde sería su compañera para formar una estirpe. Una joven doncella de piel tersa se encontraba durmiendo en las hierbas, disfrutando del ambiente salado de la playa, y cuando abrió los ojos, al despertar, vio al que sería el padre de los futuros pobladores de estos desiertos, todos en un inicio frutos de su vientre.

            La familia de los dos jóvenes poco a poco fue creciendo hasta que una primera comunidad de cochimies pobló las tierras, pero hubo quien no estaba contento con la forma en que se desarrollaban los acontecimientos. Desde su celeste nicho sagrado, el dios Ibó observaba como estos hombres y mujeres, con la altivez propia de los seres humanos, no expresaban gratitud con él por todos los tesoros que les regalaba la naturaleza. Como castigo, el dios Ibó y el padre divino Niparajá decidieron dejar de ser generosos y volverse crueles con estos humanos, privándolos de la sagrada lluvia, secando sus manantiales y matando a las especies que les servían de alimento, hasta que poco a poco la población fue pereciendo por la hambruna.      

Desierto, La Sequía, Deshidratado, Árido, Badlands

            El guama de la comunidad, un viejo sabio conocedor de los secretos de la magia sagrada y la comunicación con los dioses, sugirió que ya no era posible seguir sacrificando solamente animales para Ibó, pues el dios estaba deseoso de muestra de agradecimiento mayores por toda la fecundidad y abundancia que habían otorgado  para la prosperidad de los cochimies. 

            La propuesta del guama fue la siguiente: “para contentar realmente el apetito de nuestro padre Niparajá y nuestro Ibó, debemos ofrecer sacrificios que sean del tamaño de nuestro agradecimiento. Ni las caguamas ni las palomas bastan, es menester que muera una doncella virgen por todo lo que el cielo nos ha dado”.

            A la hora del ocaso, el cuerpo de una india yacía sin vida en la arena después de que su corazón había sido sepultado en cada uno de los sitios en donde los rituales de agradecimiento se llevaban a cabo. Y entonces sucedió.

            El sol quedó oscurecido para ceder el paso a las nubes negras que poco a poco empezaron a dar de beber a la tierra muerta, a revivir los manantiales y a crecer con sus gotas los frutos que alimentaban a esta pequeña comunidad: el viento comenzó a vibrar y el calor dejó de asfixiar a mujeres y hombres. En el sitio exacto donde el corazón de la virgen había sido enterrado, también renacía la vida: un cactus nunca antes visto por estos pobladores se erigía del suelo y sobre él, brillaba de un reluciente color rojo el fruto que albergaba la sangre y el alma de aquella mujer asesinada en por el bien común. Los antiguos habitantes dieron a este milagro el nombre de tammia dammia para la fruta que hoy conocemos como pitahaya dulce, y de fajua para la pitahaya agria.

         Desde entonces, cada mes de octubre se celebra el renacimiento de las doncellas sacrificadas en forma de este delicioso fruto, emblema de la fertilidad que nos regalan los dioses en medio de estas áridas tierras.

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