Mitos, cuentos y leyendas sudcalifornias: LOS PERICÚES Y "LA SEGUNDA COSECHA"
En los áridos montes de la península de nuestro estado existen diversas clases de cactus, plantas resistentes a las sequías que forman parte de la vegetación característica de esta región de México. Los más comunes son el cardón, el garambullo, el nopal, la biznaga, la choya y las dos clases de pitahayas que producen frutos dulces y agridulces.
A la llegada de los Jesuitas a California, a fines del siglo XVII, se sorprendieron cuando los nativos les obsequiaron unos frutos del monte de cáscara roja y espinas. Después, al recorrer los alrededores de la misión de Loreto que habían fundado, encontraron las plantas, de la fruta que los nativos llamaban tammia. Las pitahayas formaban parte importante en la alimentación ya que constituían un medio de sobrevivencia en este medio inhóspito donde residían.
Fue el jesuita Miguel del Barco quien hizo una descripción de las características de estos árboles y de las maneras como aprovechaban los nativos estos frutos.
A raíz de estas crónicas y vestigios de la historia de nuestra tierra, muchos son los historiadores que han replicado una práctica que a los ojos de la modernidad causa extrañeza. A esta práctica los españoles la nombraron como "segunda cosecha".
Acostumbrados a una hambruna permanente, se comían la cáscara, la pulpa y las semillas y, en casos extremos reunían las deposiciones que hacían al alimentarse con esta fruta y retiraban las semillas, las doraban en el fuego para después consumirlas.
Según escribió en su Correcciones y adiciones a la historia o noticias de las Californias, el jesuita Miguel del Barco que vivió 30 años en la peninsula:
“Es digno de memoria, y quizá nunca oído de otra nación, el modo que tenían de aprovecharse de la pitajaya haciendo de ella dos cosechas”.
"En tiempo de pitajayas, en que regularmente no comían otra cosa, cada familia prevenía un sitio cerca de su habitación en que iban a deponer la pitajaya después de digerida según orden natural; y para mayor limpieza ponían en aquel sitio piedras llanas en que hacer la deposición sin que se mezclase con tierra y arena. Después de bien seca, la echaban en las bateas, desmenuzándola con las manos hasta reducir a polvo todo lo superfluo y que no era semilla, sin que esta operación les causase más fastidio que si anduvieran sus manos entre flores. Para apartar aquel fétido polvo d e la semilla movían la batea como s e hace con cualquier grano.
Quedando ya sola la semilla en la batea, echaban sobre ella brazas y las tostaban como las demás semillas; pero esta de que tratamos echa de sí un fetor intenso, que se difunde por mucha distancia, seguíase después el momento de molerla y comerla hecha polvo, como cosa regalada”, cuentase que en una de las visitas del Padre Francisco María Piccolo, le regalaron estas con algo de tal harina, que el padre, sin saber lo que era, comió por darles gusto y mostrar aprecio de su regalo cosa que, divulgada entre los padres fue algunas veces material de diversión cuando concurrían con el padre Piccolo."
Según el INFORMADOR.MX, esta costumbre de comer así es lo que en la California suelen llamar: “La segunda cosecha de las pitajayas” y era común a todas las naciones de la Península las cuales fueron en la parte sur los Pericues que significa “Gente de otra lengua” y los Guaicuras” y en la parte norte de la península los Cochimies que significa gente que vive por la parte norte.
Todos estos grupos fueron pescadores, cazadores y recolectores de semillas, raíces y frutas; nunca vivieron congregados en casas y para protegerse del frío habitaron en cuevas y del sol, bajo los árboles.
FUENTES:
IDENTIDAD CABEÑA
EL INFORMADOR
TENDENCIA