Mitos, cuentos y leyendas Sudcalifornias: LA CALLE DE LA QUEMADA
La calle de La quemada, como se le conoce actualmente en Santa Rosalía, B.C.S., tiene una dramática historia; recordarán que antes era común llamar las calles y callejones según lo vivido por sucesos que marcaron la vida de las personas conocidas del lugar, pues a eso se debe este título.
En aquel entonces, refiriéndome a mediados del siglo XVI, en ese pueblo había gente de alta alcurnia, siendo sobre todo, nobles caballeros y capitanes famosos con apellidos provenientes de la nueva España; hombres que eran muy cotizados por las damas de la región, así como hermosas damas que buscaban aquel príncipe ideal que algún día llegaría para pedir su mano.
Uno de los personajes más famosos en la región, proveniente de Villa de Ilescas, España, fue Gonzalo Espinosa de Guevara, quien además de contar con gran riqueza material, tenía una hija bellísima llamada Beatriz; una mujercita que a sus escasos veinte años de edad, dejaba paralizado a cuanto caballero se acercaba a su hermoso rostro y a quien pudiera disfrutar de su deslumbrante personalidad. Además, cabe mencionar que, Beatriz era un ramo de dulzura y siempre estaba al pendiente de ayudar a los enfermos, los despreciados y a los desprotegidos, a tal grado de llegar a deshacerse de sus valiosas joyas para entregárselas a los miserables que miraba en la calle, carentes de ayuda y dinero para comer.
Lógico es pensar que con tantas cualidades, belleza, dulzura y heredera de una gran fortuna, a Beatriz nunca le faltaron pretendientes, y uno que otro atrevido a pedir su mano. Pero a pesar de tener a sus pies muy buenos partidos con los que hubiera podido agrandar aún más su fortuna, nunca se aprovechó de esto, y rechazó cada propuesta recibida.
Por supuesto que el destino le tenía preparado algo y pronto llegó el amor para la bella Beatriz; se llegó aquel día que conoció a Don Martín de Scópoli, Marqués de Piamonte y Franteschelo, un joven de origen italiano que sin titubeos empezó a adorarla con inocultable locura; y se dice que realmente fue locura, ya que era capaz de situarse frente a la casa de doña Beatriz a mitad de la calle para poner resistencia a cuan caballero quisiera transitar por ahí, por lo que se ganó, no uno, sino varios retos de caballeros que con su espada dieron contestación a su impertinencia.
Se dice que muchos amaneceres se vieron manchados por la sangre de algún caballero; morían o quedaban malheridos por la insistencia desposar a Doña Beatriz y la espada de Piamonte.
Doña Beatriz estaba sumamente enamorada de Don Martin, pero su corazón se llenaba de dolor cada vez que recibía un mensaje de condolencias por la muerte de aquellos caballeros que pasaron a mejor vida gracias a la espada de su amado, le dolía tanto el sufrimiento de las otras personas que se culpó de su belleza y no lo pudo soportar más; así que prefirió sacrificarse para que Don Martin no manchara más sus manos de sangre debido a los celos que lo invadían.
Así que una noche tomó la terrible decisión y con toda valentía, se sacó los ojos.... Y como si esto no fuese suficiente, motivada por la desesperación de tanta catástrofe en su nombre, despidió a la servidumbre y una vez que se percató que su padre salía de la casa, tomó un brasero para subirlo a su alcoba, lo llenó de carbón y lo encendió; una vez que las brasas estuvieron listas para el fatal evento, se puso en manos de Santa Lucia, e invocando su nombre al igual que el de su amado, se acercó al brasero y hundió su bello rostro en el calor que pronto realizó su trabajo, provocando un grito ensordecedor y el desprendimiento de un olor a carne quemada que inundó la alcoba. Luego cayó desmayada junto al hornillo.
La suerte hizo que su confesor, Fray Marcos de Jesús y García, pasara casualmente por el lugar y escuchara tremendo grito que corrió hacia la casona, encontrando a Beatriz tendida en el suelo. De Jesús y García, le ayudó de inmediato. Se dice que una vez recuperada la bella Beatriz, le contó el motivo de su acción, diciendo que por fin los duelos y la sangre se terminarían. Por lo que el fraile salió en busca de Don Martín para contarle el lamentable hecho, creyendo que de inmediato se alejaría de su amorío con Doña Beatriz.
Aquel personaje italiano al enterarse de lo sucedido no esperó más tiempo para ir a buscar a su amada y al encontrarla con el rostro cubierto —para cubrir la carne chamuscada—, se acercó y lentamente retiró el velo; Don Martín la miró como una madre mira a un bebe recién nacido, como una flor al abrir su pétalos; no retrocedió ni se sorprendió de ver su piel como cráteres abiertos, ni aquellos abismos negros donde alguna vez había bellos parpados, sino que se inclinó y sobre sus rodillas posó su cuerpo y le dijo:
—Ah, Doña Beatriz, yo os amo no por vuestra belleza física, sino por vuestras cualidades morales, sois buena y generosa, sois noble y vuestra alma es grande…En cuanto regrese vuestro padre, os pediré para esposa, si es que vos me amáis — terminó diciendo el caballero.
Ambos se llenaron de tristeza y alegría al mismo tiempo. No pasó mucho tiempo para que la boda se llevara a cabo, por supuesto no podía pasar desapercibido tal evento entre todo el pueblo y no escatimaron en gastos trayendo desde fuera todo lo necesarios para la boda, incluso, Don Gonzalo de Espinosa y Guevara trajo vestidos y joyas desde Italia para la novia en exclusivo, quien a partir del lamentable evento cubría su rostro con un velo para evitar la curiosidad y habladurías de la gente.
A partir de este hecho la calle fue llamada La calle de la Quemada, acontecimiento que algunos dicen consta en antiguos documentos.