Nidos de Águila
Espero que en la vehemencia privatizadora y absurda que traemos, el de la CFE no vaya a querer ir a cobrarle renta u hospedaje a las majestuosas águilas que hacen su nido y empollan a sus aguiluchos en los postes de la zona de Baja California Sur, que está entre San José de Comondú y Constitución. Es un espectáculo que lo reconcilia a uno con la vida y sus avatares.
Con esa vegetación semidesértica o estepario-pampera que se encuentra en esas latitudes tropicales, el árbol más grande es el llamado Torote o el Palo Verde, pero al águila le gustan las alturas, y lo más alto que encuentra son los dichosos postes de la línea eléctrica y como tienen una cruz por los tres cables que soportan, pues allí le acomoda a esas aves; águilas que se encuentran, lo mismo en el emblema de la UNAM, en el glorioso escudo nacional, en el glifo de nuestro máximo héroe-mártir pre/posthispánico Cuauhtémoc, que en el logo de Morena, ese futuro partido de Andrés Manuel López Obrador a quien le deseamos que se haya recuperado bien de su maltrecha salud, al igual que al maestro José Emilio Pacheco, la pluma número uno de México (Al momento de escribir esto ya había fallecido).
Apenas había desembarcado, digo, de la travesía en el extraordinario barco "Sea Bird" del National Geographic, a la que me hicieron el favor de invitarme, cuando ya estaba trepado en el famosísimo galeón llamado "Tu enamorado" de la empresa de Carlos Sánchez de la Peña, con el legendario Capitán Búrquez al timón, para recorrer desde la paradisíaca Punta Gorda cerca de La Paz, hasta Loreto, pasando por múltiples y maravillosas islas como la San José, la Espíritu Santo, la Cerralvo o la del Carmen, e ir a la misión más antigua de las Californias y a las pinturas rupestres una vez más. Montados en la llamada "Guagua", que es una especie de microbús con hieleras bien pertrechadas y hacer la primera parada en la Misión de San Francisco Xavier del siglo XVII. Este fundador de los Jesuitas vino de un bello lugar de la Euzkal Herría, del país vasco, que tuve la infinita suerte de conocer gracias a mis amigos Demetrio y Ángel Mari Loperena Rota, ambos de Garralda, allá en Navarra y cerca de Roncesvalles, es más, estuvimos escuchando cantos gregorianos en esos lares de Xavier, que así se llamaba el feudo familiar de ese sacerdote que ha sido tan convulsionante para la Grey Católica.
Después de esa Misión enclavada en un gigantesco cuenco de basalto y granito, nos lanzamos en la Guagua hacia el más bello oasis del mundo, al que nos guió el entusiasta Pepe Hevia. No soy yo el que digo que es el oasis más hermoso del mundo, sino el de los records Guinness y otros con mejores prendas taxativas que el de este libelungo. Será porque llegamos anocheciendo, pero el sitio se antoja mágico, con el murmullo del agua fresquísima de los ojos de agua que allí mismo brotan y corren atravesando hojas enormes de mafafas, palmeras por miles, no, no exagero, por miles, y luego en esa finca llamada "Viña de Don J" con árboles de limones de esos tan grandes que parecen toronjas, y los de lima, naranja y pomelo, papayas y guayabas, aguacates etc., etc., etc.
Una verdadera maravilla de la naturaleza con el concierto de centenares de ranas que croan de manera acompasada y armónica. Para que uno, que viene del paraíso veracruzano como su servidor, se maraville, es porque este milagro natural se las trae. José Hevia Aguiar, también de origen euzkera, el prócer de Comondú, no paró en atenciones y sus primos habían juntado madera picada o muerta para hacer una fogata donde despachamos algunos semovientes de diferentes especies preparados por la familia con una sencilla sabrosura incomparable. De las pinturas rupestres ya qué les digo. Cumplieron veinte años de ser declaradas patrimonio cultural de la humanidad. No hay duda, hay que seguir la ruta del águila. Conocer y amar a México, para saber cuidarlo.