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OBESIDAD Y SOCIEDAD

Escrito por Alejandro Daniel Álvarez Arellano en Miércoles, 20 Julio 2016. Publicado en Cultura, Educación, Opinión, Salud

Con datos del año pasado México ocupaba el segundo lugar mundial en sobrepeso y obesidad, sólo por debajo de Estados Unidos de Norteamérica; es difícil que nos hayan tumbado del podio en este año. Es escalofriante que existan más de 60 millones de mexicanos en esa condición. Eso no es todo, en la población infantil México ocupa el primer lugar mundial en obesidad –medalla de oro- , lo que explica que tengamos el “honor” de tener  también el mayor número de niños diabéticos. Conservadoramente la obesidad en una persona reduce drásticamente su esperanza de vida en un 20 por ciento y el riesgo de morir es 40 por ciento mayor que una persona sin obesidad. Pero mientras le llega la muerte es muy probable que el obeso padezca severos daños en su calidad de vida. Las enfermedades más frecuentes relacionadas con personas obesas son las cardiovasculares, hipertensión, accidentes cerebrovasculares (embolias, derrames), diabetes, artritis, disminución de la fertilidad, cálculos biliares, depresión y una gran diversidad de alteraciones del sistema óseo y muscular. Por lo anterior, aunque pudieran ser cuestionables los criterios para llegar a esta conclusión, se afirma que la obesidad, por sus complicaciones, es la primera causa de muerte en el país.  Recientemente se ha intentado abordar el asunto de su solución aumentando los precios de los alimentos con alto contenido calórico, paradójicamente en regiones marginales empobrecidas esos alimentos son la base de la dieta, entonces se castiga severamente la economía de quienes menos tienen. De lo que no queda duda es que estamos perfilando una sociedad enferma y en esas condiciones la probabilidad de un deterioro en todos los órdenes sociales es muy alta. Si no se frena en el corto plazo el número de obesos no habrá presupuesto, ni hospitales, ni personal  suficiente para atender a los enfermos, sin considerar que el mercado y sistema laboral se colapsaría aún en una sociedad relativamente joven como la nuestra. Razones hay más que suficientes para poner las luces de emergencia en el tema. La complejidad es muy alta, pero por algo se debe empezar y es donde no se ven resultados. Podríamos indicar que cualquier campaña que se emprenda (“Chécate, mídete, muévete”) requiere de cierta credibilidad y liderazgo. Los líderes sociales tienen una alta responsabilidad en el éxito o fracaso de cualquier campaña. Sin ánimo de ridiculizar aquí están algunos  ejemplos. Hay un gordito simpático que funge como alto directivo de un organismo bancario. Si esta persona desde su responsabilidad nos habla de la necesidad una campaña contra la obesidad parecerá poco creíble. Si acudimos al médico familiar de una de las instituciones de salud y nos atiende un médico obeso –que abundan- y nos trata de convencer de lo terrible que es  la obesidad, seguramente lo veremos con ojos de duda espiando discretamente su barriga. Muchos maestros de educación física tienen ese perfil clásico de pulquero, lógicamente su labor se reduce a gritar desde una sombrita en la orilla de la cancha al rebaño de chamacos que corren tras de una pelota. ¿Será ése el  modelo que tengan los estudiantes a seguir para evitar la obesidad? Caso similar ocurre con los profesores en el aula que si hacen eco de una campaña contra la obesidad, lo mínimo que se les tendría que pedir es que no tuvieran sobrepeso a menos que deseen ser objeto del escarnio de sus pupilos. ¿Y dónde dejamos a los líderes sindicales cachetones por definición? 

Una campaña de salud pública como el combate a la obesidad no se puede realizar sólo con mensajes en los medios sino que debe ser sobre todo un acercamiento de personas (médicos con sus pacientes, maestros con sus alumnos, representantes sociales con sus representados, gobernantes con sus gobernados) entre las que existan vínculos de confianza e insistimos, de credibilidad en los que fungen como líderes. Guardando las proporciones una campaña contra la obesidad podría equipararse con las históricas campañas contra el analfabetismo en las que los mejores recursos humanos nacionales se invertían para alcanzar la meta de obtener una sociedad de oportunidades  para todos. 

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