Posturas pecaminosas
Posturas pecaminosas
Ramón Ojeda Mestre
Está científicamente comprobado que en materia de pecados los obispos son expertos. Es por ello que el día que tuve la excepcional oportunidad de comer en el Restaurante Juquilita, de Ciudad Nezahualcóyotl, con un serio y formal jerarca eclesiástico aproveché la oportunidad para plantearle al respetable y querido sacerdote algunas preguntas.
Debo confesar que llevábamos ya algunas tlayudas oaxaqueñas con asientos, quesillo de hebras, tasajo, chorizo, cecina, chapulines y su competitiva cantidad de salsa de chile pasilla con unos vasitos de mezcal de gusano, cuando decidimos pedir unos platos de mole de cuyo nombre no quiero acordarme, pero que era bastante especioso, con predominio del clavo o del comino, vaya usted a saber. Animado yo en mis tendencias inquisitivas o mayéuticas le demandé al señor cura una explicación de lo que era el pecado de la gula o en qué consistía, pues, le comenté, en materia de pecados me considero ignorante y más un practicante tozudo que un teórico o doctrinario.
El señor Obispo Carlos Merlos Garfias, quien ya había aceptado oficiar una misa tempranera que querían los ex-pepenadores para celebrar el inicio de la construcción de la moderna planta de procesamiento, separación, recuperación, composta y reciclaje, hecha en México, para su municipio y con el apoyo insustituible del Presidente Municipal, digo, el amable y sereno pastor católico, me dijo que lo de la gula era simple y llanamente el exceso. Gula es sinónimo de exceso, me repitió con la seguridad de quien sabe de qué esta hablando.
Tal vez socarrón, o ladino, me he de haber visto cuando le reviré al botepronto: ¿Y cómo sabemos cuándo es exceso? –Muy fácil, sentenció con parsimonia, exceso es cuando le empieza a hacer daño o a caerle mal. Me encantó la definición y todavía alcancé a interrogarle si la bebida se incluía en eso de la gula y creo recordar que me dijo que sí, pero en esto si no me haga mucho caso.
Bueno, todo este largo y riesgoso prolegómeno es para decirle a usted que he llegado a la conclusión de que pasar demasiado tiempo frente a la computadora en el Internet es pecado; es un pecado mortal, es un pecado de gula cibernética. Ya los médicos han dicho que aparte de afectar a las neuronas, le causa daño a la columna vertebral, a las manos que se van artritizando, en especial la que atiende al ratón sin patas llamado Mouse por nosotros los nacionalistas aztecas. También lesiona la vista, aguanga las piernas, aplasta los glúteos, raquitiza el cuello superior de hombres y mujeres, favorece o agrava las hemorroides, debilita las inguinales, perjudica la próstata y muchas otras afecciones que por razones de pudor o decencia no me animo a detallar.
Este pecado de gula cibernética se debe también a las posturas que asumimos en la silla o sillón frente a la computadora. Nuestra posición apoltronada, fodonga, de abandono total a la galanura o a la lógica gimnástica y anatómica. La mayoría de los mexicanos, con dificultades crediticias, adquirimos a cien meses con intereses nuestros artefactos electrónicos, así que no nos alcanzó para conseguir sillones ergonómicos o posturopédicos que atenúan un poco los daños de esas eternidades que pasamos frente a la web o red electrónica destruyéndonos a nosotros mismos y desintegrando la familia, la pareja o la comunicación humana personal y sabrosa con nuestros semejantes. Un examigo cuyas iniciales son GSA me confiesa con lágrimas en los ojos que tiene más contacto digital y computacional o internético con su novia que personalmente. Su esposa también se queja de algo similar.
De allí que nuestras posiciones o posturas frente a la pantalla cintilante y estroboscópica sean pecaminosas “per se” y es de urgencia que las Cámaras de diputados y la de senadores sin sus acostumbradas complicidades de ese hermafroditismo intrínseco de borrachos/cantineros les impida legislar al respecto. De la Secretaría de Salud desde luego no se puede esperar que haga algo al respecto puesto que prefiere callarse ante el daño terrible y cancerígeno del cigarro, por ejemplo, con tal de que se cobren los impuestos, que lanzarse a fondo en una campaña educativa y realmente disuasoria. Dicen que no se puede. ¿Cómo es que los gringos sí pudieron bajar en un 73% el consumo de cigarrillos y nosotros no?
Si la gula gastronómica o alimenticia es pecado extendido, como testimonian los cientos de miles de niños y adultos gordos, adiposos o chonchos, que las instituciones educativas y de salud han permitido que proliferen a ciencia y paciencia de los dizque gobiernos locales, que cobran sus moches por esos anuncios ilícitos en espacios y vías públicas que alientan el consumo de comida chatarra o permiten que los fritangueros insalubres y abusivos de las esquinas o las banquetas nos vendan lo que se les viene en gana sin la menor vigilancia sanitaria, la gula cibernética debe ser también restringida severamente. No sé como. No soy proctólogo ni legislador, ni moralista ni preceptor, si acaso, simplemente, tecleador de veras. Ahora, que si la bebida también es gula, recordemos que nuestro país consume cinco mil millones de litros de bebidas alcohólicas al año. Dios nos coja confesados.
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