Primavera silenciosa
Por su culpa, por su culpa, por su grandísima culpa estamos en cámara lenta. Para nadie es un secreto que las ciudades y los pueblos están más silenciosos. A veces, incluso, pareciera que el mar mismo transmite en un tono menor.
Los mariachis callaron. Quizá no lo suficiente, pues muchos andan a lo loco arriesgando la vida suya por un contagio y las de los demás. Aun así, ya nada es como antes. En lado alguno. Algunos lerdos ven la tempestad y no se hincan, dice Ramsés Ancira o como cantara Rafael Hernández el Jibarito en la inmortal canción de Lamento borincano:
Todo, todo está desierto
el pueblo está muerto
de necesidad, sí,
de necesidad.
Se oyen los lamentos por doquier
de la desdichada Borinquén, sí.
Todo se volvió tan lento, como si estuviéramos a las cuatro de la tarde en un verano calcinante del puerto mágico de Antigua Epidauros, allá en Grecia, o en La Ribera, BCS, en la época en que nació Trino Gastélum, el de El Ancón y su padre todavía andaba domando caballos. (¿Qué hará usted Don Nicanor, en un mundo sin caballos, envite, retruco y flor? Dice el tango “A Don Nicanor Paredes Milonga” nada menos que del gran escritor Jorge Luis Borges y la música de Astor Piazzolla. Todavía me hipnotiza ver a las personas mayores allá por Santa Anita jugando al Paco o similares, un larguísimo juego de naipes al que se refiere Borges con eso del envido, retruco y flor.
Pero estamos en primavera y ello recuerda el libro tremendo de una de las mujeres extraordinarias nacidas el siglo pasado, como usted, que me esquiva. Rachel Carson escribió La Primavera Silenciosa como una angustiosa voz de alarma respecto a lo que el uso de los pesticidas y químicos agrícolas le estaban haciendo a las aves e insectos, al poco tiempo murió de cáncer. También nos dejó otro libro maravilloso: El mar que nos rodea, que si hubiera sabiduría activa entre nosotros, debería ser lectura obligatoria en todas las 17 entidades costeras del país ¿o son 16?
Sin embargo, no todo es silencio, hay quienes aprovechan, ruinmente, para andar sacándose y publicando fotografías de cuando reparten alguna despensa, mascarillas, medicamento o aparatillo comprado con dinero del pueblo. Usar la desgracia de la pobreza y del Coronavirus para publicar fotos y videos de los y las politiquillas de cuarta, fanfarroneando u ostentando su “caritativa o generosa acción” no es más que una vulgar propaganda para el culto a la personalidad, o peor aún, babeando intereses preelectorales viscosos. Igual hacen alguno pseudo filántropos o mercaderes.
Hoy, que “La Muerte tiene Permiso”, toda la ciudad hace velorio fáctico, como encerrando su duelo, como enclaustrando su miedo, como presintiendo. Ya lo cantó Guty Cárdenas el yucateco en su bolero del enamoramiento: “tuve el presentimiento de algo fatal”[1]
Hay noticias alentadoras, parece que en lugar de agravarse el fenómeno sanitario, la Pandemia del Covid19 empieza a ceder, a mostrar algunos signos de cierto declive, pero el temor a un repunte no puede desdeñarse, no podemos bajar la guardia, nos dirán, como recordando al imperecedero cuadro de Rembrandt de La Guardia Nocturna, el anhelo de que termine la pesadilla nos puede llevar a una nueva y eso no lo debemos permitir. Viva la resistencia, gritarían los antinazis cantando Ciao bella, ciao. Aún en los temblores o terremotos tememos a la “réplica”. Pasaremos, de la primavera silenciosa a un largo y ardiente verano.
Los que han cumplido con disciplina solidaria, merecen nuestro reconocimiento, el personal médico, de enfermeras o de mantenimiento de los hospitales e instituciones públicas y privadas, son dignos de gratitud eterna porque en general, han dado muestras en todo el país de un verdadero profesionalismo y cuasi apostolado. A los que perdieron a alguien, o aún verán llegar el luto a sus familias, nuestra condolencia anónima puesto que fueron miles.
Este 2020 nos separa y, depara, aún muchas incógnitas y muchos desafíos, pero en medio del atolondramiento, creo que México ha demostrado, está comprobando, pese a todo, ser un gran país y merece que su peor enfermedad, la del rezago social y de la pobreza infamante sea atendida sin desmayo y sin excusas, por todos, antes de que sea demasiado tarde. Viene el año 21 del siglo 21, ella y él me entienden, pero sólo usted que sabe de jarciería disculpará a este textoservidor.
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[1] (Augusto Alejandro Cárdenas Pinelo), nacido en Mérida, Yucatán el 12 de diciembre de 1905 y asesinado en Ciudad de México el 5 de abril de 1932, en una confusa riña en la que recibió ocho balazos, de los cuales cuatro impactaron en el cuerpo del trovador yucateco. Eran las 11:39 de la noche de ese fatídico día, aunque hay otra versión que asegura que el crimen sucedió a las 10:30 pm. Los hechos sucedieron en una cantina conocida como Salón Bach de la Avenida Madero.