Recomendación fílmica: Tierra mía
Tierra Mía es un documental del muy reconocido y experimentado documentalista Pedro González-Rubio, del año 2018 (año en el que realizó también el muy interesante y poco conocido documental Antígona), del que si bien, uno no puede decir con toda certeza que este sea un documental que busca conectar con el lado sentimental del espectador, no demerita la gran calidad y el buen argumento que se desarrolla en él. En pocas palabras, más allá de lo que busca ser el documental en el espectador que encuentra a su paso (porque todos lo que vean este documental seguro caerán en su propósito) no quiere decir que este no sea bueno, porque lo es; y de manera muy sobresaliente.
El documental empieza en un completo estado onírico, y narrado en náhuatl, que nos lleva por un pasaje cual viaje por las riquezas que tiene nuestro país. Luego de eso, nos muestra a un padre con su hija haciendo por su cuenta otro viaje en busca de algo, esto ya en el plano real; y de ahí se nos sumerge a otro viaje que involucra y nos lleva por varios puntos del estado de Puebla, desde comunidades pequeñas hasta la ciudad, documentando a varios grupos de gente y sus costumbres, sus oficios y sus creencias, una riqueza de la que no siempre somos partícipes, que creemos tan lejana y que pertenece a nuestras raíces; raíces que creemos perdidas por tantas formas de colonización que han sido impuestas de manera "natural" a nuestros ojos.
Quizá la mejor manera de empezar a escribir sobre este documental sería diciendo que para mi lo mejor de este estupendo documental es sin lugar a dudas su conjunto, ver esta clase de trabajos es un privilegio, un agasajo (y una especie de fortuna y suerte), no sólo por la joya que resulta ser visualmente, aunque no llegue al lirismo visual y poético al que el mismo director llegó con Alamar, pero sin lugar a dudas es una verdadera maravilla y un encuentro fortuito con un trabajo que sin quizá el tesón de su director, esto habría quedado en un cajón, sin realización.
Otra de las razones por las cuales este documental es por demás valioso, es que mucha de la belleza de su argumento reside en la conexión inconexa de la historias, pareciera que no hay nada que las una, y así es, no debe de haber un camino dictado en la linea argumental, cada historia es tan rica y tan única que uno no debe buscar más que la belleza obtenida de ver la vida de un ser que ama su tierra, el lugar donde vive, y aquí la cámara y el trabajo del documentalista es más que importante, por un lado, porque se debe notar su trabajo de grabar en los momentos apropiados, pero también se debe notar el respiro que se le da al ser observado. Vemos a las personas realizar sus actividades sin ver en ningún momento a la cámara, y los vemos hablar sin tapujo alguno, en palabras simples; vemos el registro que hace una cámara presente pero invisible. Y en este punto también se le debe reconocer el trabajo al director, ya que así como documenta de cerca momentos medulares, íntimos y tan llenos de riqueza de estas personas tan comunes; también sabe tomar su distancia cuando debe de hacerlo, pero sin motivo alguno, o para enriquecer al argumento, y mucho menos de una manera manipuladora o tramposa, lo vemos tomar su distancia con todo lo que esto representa, mirar de lejos, sin escuchar nada, sólo viendo las simples acciones de estas personas comunes a lo lejos. El documental es una suerte y especie de vouyerismo a la vida pasible, amena, hermosa y común de la gente de provincia.
En el documental también vemos de manera muy fidedigna la tradición de las familias mexicanas que no se pierde con el paso de los años, y esta es la jerárquica figura de las matriarcas, como el evento en el que nos hace partícipes el director de uno de estos grupos de gente que se documentan, en el cual esta figura de autoridad dice a las más jóvenes de la familia que deben aprender a cocinar como ella porque no les va a durar toda la vida.
La figura del director en el documental en sí es evidente en dos puntos, por dos circunstancias muy precisas. La primera, es como lo mencionaba en un principio, la belleza visual que resulta ser el documental, vemos una puesta muy limpia, pero que no es artificial ni mucho menos "artificiosa", sino que vemos que, incluso en sus escasos movimientos, hay un patrón casi se podría decir en la misma proporción tanto armonioso como armonioso, y su atino y buen ojo para tomar las cosas de manera tan atinada, y digna, se debe sobretodo al hecho de que Pedro es un cinefógrafo de profesión, de modo de lo que yo pueda apuntar sobre esto, está de más. La segunda, es el hecho de que, si bien el director nació en Bruselas, Bélgica (al igual que Julio Cortázar), vivió un tiempo en Puebla, de modo que este documental se vuelve de manera muy directa, honesta, y clara; una carta de amor a este estado, a su tierra, a su comida, pero sobre todas las cosas; a su gente.
Para mi quizá la única conexión que tiene este documental con sus otros trabajos, como en Alamar, es mostrar el hecho de la búsqueda de personas tratando de heredar a otras personas, más jóvenes que ellos, el amor por ciertas cosas, valores, costumbres, pero sobretodo; el amor por la tierra, como la figura de este padre y su hija al principio del documental (como en el caso de Alamar, que sólo se centraba en la relación de este padre-hijo que estaba apunto de irse a otro país y que la figura del padre no quería que olvidara sus raíces) que al final sabemos cual era el destino de su viaje, un viaje que involucraba una herencia milenaria que ahora sería pasada a una generación más. El documental acaba donde empieza.
No está de más decirlo, como ya lo comenté justo al principio de estas palabras, que este maravilloso documental resulta ser un bellísimo viaje en el que nos adentramos durante 74 minutos, y del cual es inevitable salir feliz, y en automático, tener la certeza de haber visto uno de los mejores documentales realizados en los últimos dos años, que busca conectar con el lado más sensible del espectador desde la historia misma, y no a base una tramposa y "armada" puesta.