Recomendación fílmica: COSAS QUE NO HACEMOS
Antes de entrar de lleno a escribir sobre este documental, me gustaría resaltar un hecho que no me parece para nada una casualidad, ya que dentro de la sección que cubrimos del Vancouver Latin American Film Festival, que es la de New Directors Competition, hay dos bellísimos documentales mexicanos; considero que esto habla de la gran calidad y relevancia que tiene el documental en México, de al menos cinco años para acá, y a mi parecer vuelve a tener un público como quizá nunca no lo había tenido antes.
Cosas que no hacemos es un documental del realizador Bruno Santamaría y desde que comienza nos dicta un poco de lo mucho que aborda: con cierto tono mágico, nos lleva por la vida de los habitantes de un pueblo de la costa nayarita. Y la forma en que aborda esto, la mirada con la que lo capta, es una mirada que los acompaña en sus cotidianidades, nos permite observar y ver las cosas que algunos habitantes en particular realizan y que son bellas, y que pareciera carecen de importancia, o que son invisibles, pero que en realidad son hermosas. De a poco el documental nos empieza a envolver en su atmósfera, en su ritmo, en la vida de estas personas y sus cotidianidades de tal forma que ya no nos suelta en un buen rato, incluso ya concluido el documental, por sobre todas las cosas, por las cosas que hacen los niños, pero no me adelanto aún, ya toco ese tema más delante.
Pero, así como muestra esas “cosas que todos hacemos”, y que, vistas en otras personas, pareciera que nosotros no las hacemos, o que no las vemos igual de importantes, relevantes, o bellas; el documental también nos enseña las cosas que no hacemos y aquí es donde entra el personaje principal del documental: Ñoño.
En Ñoño encontramos una persona y un personaje que encanta con su amor por su gente, por su lugar de origen, por su comunidad, sin importarle el qué dirán, aún con las ofensas que le puedan hacer. Es verdaderamente admirable su valentía, su vitalidad y su empatía. Vemos a un ser me parece de lo más llamativo, un verdadero rayo de esperanza en estos lugares de México que las personas de las grandes ciudades pensarán que ya no existen, y lo vemos por la forma en que trata de dar distracciones a los niños en sus bailables, tratando hasta donde él puede, de alejarlos de las garras de la violencia, un tema que no se toca más allá de un hecho ocurrido mientras se realizaba el documental, lejos de centrarse en eso, el documental propone observar lo bueno, la transformación. Ñoño lucha por conseguir lo que quiere y con base a ese amor que el da, vemos al final del documental, como empieza a hacerse realidad, yéndose de ese lugar que el ama. Y de ahí me parece que viene el título del documental, sobre las cosas que no decimos y que no hacemos por falta de valentía, de amor a nuestros sueños propios.
Lo valioso del documental en cuanto a la realización viene me parece de la mirada particular de su realizador al que, aun sabiendo y sintiendo que lo que lo une a este trabajo es una cuestión si bien no personal, si de gran importancia, su mirada documenta sin ninguna predisposición hacia cierta línea de prejuicio, indaga sin filtros o manipulación (un claro ejemplo es en la figura del padre de Ñoño en el tercer acto), el documental observa, acompaña, está ahí, muy poco pregunta, sólo en el segundo acto quizá el realizador se involucra un poco, pero sin ninguna intención de "llevar" o cambiar lo que hasta ese momento se tenía. Cuando poco se pregunta, se obtienen muchas valiosas respuestas. El documental, como lo mencionaba al principio, tiene lapsos que por momentos rompe su estructura y éste se vuelve mágico.
Concluyo comentando un par de cosas: así como no es coincidencia que sean dos documentales los representantes de México en la sección ya mencionada del Vancouver Latin American Film Festival; tampoco me parece una coincidencia que la atinada selección que hicieron los programadores (mi buen amigo José Luis Cano y la realizadora Nisha Platzer) sean en su mayoría películas que no duran más de 90 minutos, y con esto no quiero decir que las películas que superen los 90 minutos sean menos valiosas, hay grandes obras que incluso rebasan los 180 minutos, pero últimamente en el cine comercial se jactan mucho de decir que entre mayor metraje mayor emoción, y por tanto la película es mejor, nada más falso que ese comentario. Hay una especie de fortuna y doble mérito en las películas que, con corta duración, logran transmitirnos tanto, y acá nos hemos encontrado varias, incluso más de una tendrá al menos en este espacio, un lugar entre lo mejor de este raro 2020.
Y la segunda cosa a comentar es la cuestión de los niños en el documental, y es que a través de ellos el documental adquiere una función evocativa, que sin esperarla, o pedirla, o sin que, al menos así lo siento, el realizador haya querido hacerlo a propósito, uno no puede escapar a sentir una especie de déjà vu al verlos, a mí me ocurrió al menos en la escena de la fogata; uno con eso se siente más que pagado y cobijado con la experiencia del cine y con ver esta clase de trabajos.