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Recomendación literaria: CRAYOLAS COLOR CENIZA, de Arturo Hernández Villalba

Escrito por Paulina Solís Alvarado en Miércoles, 10 Febrero 2021. Publicado en Cultura sudcalifornia, Escritores BCS , Escritores Sudcalifornios , Libro Recomendado, Literatura, Recomendaciones

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La muerte es un juego de niños en Crayolas color ceniza

 

y la tristeza de no saber las cosas,
ser padre de algún hijo sin padre,
ser hijo de unos padres sin hijos

“La caída”, Sabines

Arturo es un poeta joven que encontró pronto una voz que le hablara claramente. Dicha voz le brota de unos ojos abiertos y curiosos, le llueve de una infancia que no abandona –que recrea– y de un preguntarse los motivos de las formas y las palabras. Sus poemas plantean respuestas a cuestionamientos que se despliegan a lo largo de toda su obra: ¿qué sueñan las nubes? ¿el malo del cuento puede ser bueno en su familia? ¿el espejo en qué espejo se mira? ¿mi mamá fue una niña? ¿que hace mi papá si no trabaja? ¿cuál es el color del dolor? ¿cómo es la casa de la ausencia? o lo que nos concierne aquí, ¿qué significa una palabra que nombra la muerte?

Crayolas color ceniza es un poemario que en una primera lectura me pareció doloroso y complejo, y en una segunda, desgarrador e inasible. Debe ser leído sin pausas, pues no es sólo un desfile de imágenes sino una narración desde la metáfora, o sea que no es un collage más o menos temático de muchos poemas que dialogan, sino un torcido cuento fantástico que termina con un inicio, “Había una vez un bosque. / Había” [83], donde se puede identificar fácilmente el punto climático de los eventos: la muerte. Todo gira alrededor de la muerte, y por lo tanto, un final supone un inicio. Las sombras, los silencios, los “shh, / no hables, / cállate”[33] que mamá cultiva en la boca infantil, son el punto de partida del recuerdo y del futuro adulto, por eso encuentro una conversación entre el texto Arturo y Sabines, cuando el segundo le escribe a su padre muerto, también de cáncer: “Recién parido en el lecho de la muerte, / criatura de la paz, inmóvil, tierno;/ recién niño del sol de rostro negro, / arrullado en la cuna del silencio” (“XI”, Algo sobre la muerte del mayor), y con la a voz lírica de Crayolas se autodefine:

Soy un niño pequeño
que lleva el mismo nombre de su padre
en otra lengua. 

Un niño pequeño
que ya carga pecados,
que ya sabe del sabor de las cenizas, 
que ya entiende el silencio sabio de los árboles.
[24]

Tenemos entonces la sensibilidad de una infancia terminada de pronto, que apenas reconoce su origen y ya se enfrenta a la desgarradora epifanía a la muerte anunciada, lenta y abarcadora de la madre, la infancia del niño que se sabe solo y siente la vida desaparecer prematuramente, al que le ha sido arrancada la luz de las luciérnagas, el color de las crayolas y cuya probable música le fue cambiada por silencio. Por eso la poesía ocupa un lugar central en este cuadro familiar; la musicalidad y el ritmo de la forma surgen como una alternativa al silencio del espacio. El seseo de la ceniza, las anáforas que diferencian los poemas en tipos y que dotan al poemario de acompasamiento, y las aliteraciones con la elección de la palabra “carcinoma” para nombrar la enfermedad de la madre en contraposición al cáncer, hacen del libro una melancólica caja musical. La música permite a la voz lírica infantil adquirir una lucidez que la deja narrarse en un lenguaje propio los acontecimientos que no termina de comprender en el idioma de los adultos, por lo que se posiciona y se asume, en palabras de Neruda “como un párpado atrozmente levantado a la fuerza” (“Agua sexual”) que aunque no esté listo, está mirando.

La obra de Arturo, hasta donde me ha permitido leerla, explora las relaciones intrafamiliares en su núcleo más íntimo: los conflictos que atañen a papá, mamá e hijo, pero sin deslindarse de los qués y los cómos que los han llevado hasta ahí. Son retratos psicológicos hechos de pasado, metáfora y presente:

Mamá ha vivido
en la calamidad de la cocina
desde que la boda se le ató
como grillete a los tobillos.

Es cautiva de la fragmentada tormenta que ruge
cada vez que cae un traste al suelo [18]

 

o bien

Del otro lado del espejo
están todos los gritos 
de los árboles,
las sonrisas que mamá
se regala a sí misma
y a veces no le alcanzan,
los sueños que papá dejó de cultivar
por aprender a ser papá,
las risitas que el silencio
le va robando a mi infancia. 

Crayolas es también una emulación de textos infantiles, que posiblemente en la mente del niño destaquen por su ausencia, en especial Caperucita Roja y quizás también Alicia a través del espejo. Arturo juega con la figura del villano en el primer cuento y abre las límites de la narración tradicional para imaginar un mundo posible en el que el lobo tiene hijos. Pensar en criaturas pequeñas que cargan la responsabilidad de sus padres, ayuda al niño lírico a formar un espacio de empatía

Carcinoma es una palabra
que también significa bosque
y dentro de ella hay unos lobitos
que buscan a su padre. [78] 

y en otro poema, que me pareció de los más dolorosos del libro:

De la historia de caperucita
nadie me contó
si al final del cuento
los hijos del lobo
supieron que su papá
yacía al fondo del río
o si lo esperaron
en casa
eternamente. [44]

Dichos espacios, al ser ficción, sólo pueden darse en atmósferas oníricas, por eso el bosque es el elemento principal. Arturo escoge este espacio porque brinda la facilidad de perderse, porque obliga a mirar hacia arriba y sin embargo, no ver las nubes que recuerdan a la muerte. El bosque sorprende al lector paceño porque sólo puede acceder a él o subiendo la sierra o cerrando los ojos e imaginando. Es el lugar que, contrario a la llaneza de la playa y el horizontal azul del mar, permite desorientarse por la altura de los árboles y ocultarse en la oscuridad sin sol y sin estrellas. El niño trae el bosque dentro, pero el bosque también es su casa, está en el pecho de su madre, y está echo de crayolas, de cenizas y de cadáveres de árboles. El bosque es el lugar de la magia, en el que desaparecen cosas y también personas. 

Pero Crayolas no sólo explora las relaciones al interior de la familia, también se cuestiona el papel que desempeña la misma voz poética dentro de la dinámica y cómo su imagen funge tal o cual papel a los ojos de la sociedad. La contradicción entre lo que hay y lo que debería haber atormentan al pequeño que en su inocencia queda marcado por una culpa irracional: 

(…)

Mamá ha aprendido
a simular el canto de las aves
para que los vecinos,
que guardan silencio detrás de sus paredes,
vean un bosque vivo
y no el largo velo de ceniza
en que habitamos. [57]

Cuando el niño tiene un instante a solas y decide demostrarle afecto a sus padres rayando las paredes, el resultado, que el lector tendrá que imaginarse, los enoja y los horroriza, provocando quizá el inicio de una serie de inconformidades que, junto con el cáncer, terminarán por quebrar a la familia. La voz lírica, al no poder responsabilizar totalmente a alguien, se siente como un niño maldito: “Quizá alguien me vio / rayando las paredes de la casa / y me condenó diciendo / este niño nada sabe de colores” [29],  aunque también reproche reproche a su padre (y a sí mismo) por no haber hecho lo suficiente: “Fui tonto, papá / caí en la tentación / de creerte / héroe.” [27] . Conforme avanza el poemario, los resentimientos se enfrían y la resignación aparece: “Mis padres son / otras más / de las víctimas del destino” [61]. Ocurre así una doble decepción que serán otra constante en las demás obras de Arturo: la primera por la figura del Dios omniausente, y la segunda, por el fracaso de los héroes que vienen a suponer una nueva religión y no pueden ser otros que papá y mamá. Arturo comprende que la complejidad de las relaciones penden de muchos hilos más que la buena voluntad y el optimismo, es necesaria la ayuda dios, o en su defecto, un poco de suerte para que funcionen.

La conclusión termina siendo lo mismo que preveían los epitafios en el dedo del padre que trabaja con cadáveres: vivirás toda la vida con la muerte. Y morir no es sólo un padecer cáncer y perderse en el bosque, tampoco un esclavizarse al matrimonio o trabajar más de 10 horas al día; morir es también “repartir el alma en ceniza”, es despedirse, es llorar a solas o salir de excursión, hacer un dibujo en la pared de la sala u olvidar el nombre del peluche favorito de la infancia, es “como una caída en bicicleta /como un caramelo / que rompe su cristalizada vida / contra el suelo.” [17]. En Crayolas color ceniza, Arturo dibuja una sensibilidad que invita al lector abrirse y volverse a preguntar aquellas dudas de la infancia, a pasear por los lugares olvidados, a abrir puertas que ya estaban cerradas para así incendiar la casa habitada de fantasmas y comenzar a construir en su lugar historias que enseñen más y duelan un poco menos. 

 

Te compartimos una entrevista realizada a Arturo Hernández Villalba sobre su poemario Crayolas Color Ceniza:

 

Fotografías: Centro Municipal de las Artes y elprimogerman.com

Acerca del Autor

Paulina Solís Alvarado

Egresada de la carrera de Lengua y Literatura en la generación 2016-2020.

Ganadora del Premio Universitario de Poesía y de los Juegos Florales "Margarito Hernández Vilarino". 

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