Revista Tamma Dalama: GLOBALIZACIÓN: LA GESTIÓN DEL TRABAJO Y LIDERAZGO de Ernesto Navarro Guzmán y Oscar Cuellar Saavedra
INTRODUCCIÓN
Es ya un lugar común señalar que las transformaciones mundiales abren grandes interrogantes sobre las opciones y definiciones del desarrollo latinoamericano, determinando la necesidad de un examen más o menos amplio y sistemático de los grandes cambios ocurridos en la última década del siglo XX, y el tramo ya caminado del siglo XXI, tanto en sus dimensiones e intensidades, así como en sus expresiones más visibles de fenómenos todavía en curso, y de impactos difíciles de evaluar con relativo acierto. Pero, no cabe duda que ello demanda enormes esfuerzos para su comprensión de manera de poder llegar a descubrir, y definir, opciones para orientar o reorientar el desarrollo de las naciones latinoamericanas en términos del llamado “nuevo orden internacional”. Sin duda que los sucesos registrados en los últimos años del siglo que terminó y en los comienzos del que transcurre sugieren, por lo menos, sostener que algunas de las tendencias de es-tos fenómenos constituyen, en sus proyecciones a un futuro no tan lejano, en las más grandes transforma-ciones experimentadas en el acontecer económico, administrativo, social, político, medio ambiental y particularmente tecnológico, de los últimos tiempos.
Es evidente que no es sencillo llegar a posturas definitorias desde las diferentes perspectivas, o desde cada adscripción ideológica, traduciéndose ello entonces en explicaciones diferenciadas de lo que ocurre en el campo económico y político internacional y sus efectos en el medio social, económico, medio ambiental así como en particular en la gestión del trabajo. De igual manera ocurre también con criterios distintos respecto de las elecciones prioritarias de información y de elementos analíticos que permitan un acercamiento exhaustivo de análisis de la situación.
Por ello las preocupaciones de estas notas procuran, al menos, expresar una visión somera de los principales hechos acaecidos en el mundo reciente, haciéndose cargo de examinar algunos condicionamientos decisivos en los procesos de transformación del capitalismo, y en la profundidad que sugieren en las relaciones de dominación, en los patrones de di-visión internacional del trabajo y en el papel que pa-san a desempeñar los países periféricos, y en la orga-nización y funcionamiento del capitalismo mundial.
LA GLOBALIZACIÓN.
Para discurrir en los antecedentes de cómo y cuándo comienza el proceso globalizador resulta necesario, por lo menos en el sentido de especificar el fenómeno, dimensionar sus alcances, y qué cabe esperar en cuanto a los impactos que produce sobre las propuestas de desarrollo mundial y especialmente latinoamericano, así como en forma particular en las actividades productivas tal como es la gestión del trabajo. Comenzando por los primeros entendimientos del concepto “globalización”, se encuentran significados diversos, así: en la vida cotidiana por lo menos se presenta en que no hay fenómeno social, económico, medio ambiental o de crisis que no sea asociado con la “globalización”. Su contenido que no está claramente definido, lleva a formarse la idea de que se vive hoy, en una “aldea global” a la cual sólo le faltaría el “gobierno mundial”, no obstante las graves y enormes dificultades que viven los EEUU y Europa con su proyecto de “Eurozona”, sumida en una crisis que no da señales de terminar, si es que se pudiera avizorar un fin en el corto o mediano plazo. De manera que como un primer acercamiento a una definición instrumental de globalización, se afirma por ejemplo, que los fenómenos de globalización llevan implícitamente el surgimiento de reglas y mecanismos impuestos por las principales potencias mundiales y entidades transnacionales (como el redespliegue industrial transnacional y la puesta en marcha de políticas financieras multilaterales) que a diferencia de lo ocurrido en otras etapas del desarrollo de la economía mundial, donde predominaba la interdependencia estatal, insertan de manera des-igual a Estados y sociedades en la economía global. O, lo que es lo mismo, facilitan la dinamización al mismo tiempo que contribuyen al estancamiento económico. De tal forma que se desarrollan procesos de transnacionalización de la economía mundial, convirtiendo en premisa la necesidad de mercados y espacios económicos cada vez más jerarquizados y flexibles a las estrategias y exigencias de las empresas transnacionales para las cuales las fronteras nacionales resultan insuficientes para garantizar el proceso de acumulación de capital (Sánchez Ortiz, 2009). Así las cosas en una mirada general, estos fenómenos nos han llevado a que no se ha necesitado que transcurra un tiempo histórico muy largo para ver rotas las ilusiones de armonía que se prometieron alguna vez, al proliferar invasiones y guerras entre naciones, sumadas cruentas guerras civiles, y con ello se profundizan las expresiones de desigualdad e inequidad económica y social, tanto entre países como al interior de cada una de ellos, se reactiva el racismo –con pueblos latinos en EEUU, gitanos, africanos y musulmanes en Europa--, se desarrollan los nacionalismos extremos así como los fundamentalismos de todo orden se extienden aceleradamente, se producen migraciones masivas que se topan con fronteras herméticamente cerradas y el planeta en su conjunto sufre duramente los embates en contra de su naturaleza esencial, generándose grandes cam-bios climáticos, dramática escasez de agua, de alimentos y catástrofes inéditas, debido a la agresión al medio ambiente impulsado especialmente por lo del “crecimiento económico” sin límites. Hoy, además, se realizan esfuerzos bélicos por acelerar la imposición del modelo de desarrollo neoliberal, no obstan-te su evidente fracaso o mucho más que insuficiencia para resolver antiguos problemas de la humanidad, así como por el control directo de las zonas productoras de energéticos (Hirsch, 1979).
En medio de una verdadera maraña de entendimientos sobre la globalización, es indispensable hacerse cargo del hecho de que para intentar esclarecer lo que se puede entender por globalización como fenómeno sociopolítico, se debe proceder a explorar sus orígenes y apreciar sus posibles significados en cuanto a los impactos a corto y largo plazo. Estos entendimientos solo son posibles a partir de una amplia conceptualización de las sociedades, por tratarse de un problema complejo en el cual intervienen factores técnicos, económicos, políticos, ideológicos y culturales, que interactúan entre sí condicionándose mutuamente y teniendo pesos específicos diferenciados en la medida que se desarrollan las distintas fases. Existen, sin embargo, algunas explicaciones e interpretaciones de globalización que han llegado a hacerse convencionales, así como las proposiciones de acción que derivan de ellas pero que demuestran en los hechos su insuficiencia y su ineficacia. Es preciso entonces que se los sitúe en los ámbitos mucho más limitados de su validez parcial, o para que se ponga fin a la repetición ociosa de diversos mitos tras los cuales se busca todavía encubrir la verdadera raíz del proceso globalizador. Vistas así las cosas, el análisis del proceso arroja algunas conclusiones, a la vez muy sólidas y expresivas (ídem). De hecho, cuando se habla de globalización se advierte que se ponen de relieve pautas diferenciadas y caracteriza-das por ubicarse en diferentes espacios u ópticas de significados tales como las posibles dimensiones que se señalan a continuación.
UNA DIMENSIÓN TÉCNICA.
El desarrollo técnico es una de las características esenciales del crecimiento económico moderno y es relativamente complejo de cuantificar y explicar claramente. Se encuentra estrechamente relaciona-do con el acoplamiento y armonización del uso de los factores productivos –capital, recursos humanos y recursos naturales- y por ello, en especial, con el crecimiento o expansión del capital. De tal forma que resulta complejo desentrañar exactamente sus papeles respectivos debido a la estrecha interdependencia entre los factores. Pero no hay duda sobre la importancia que cobra en el crecimiento económico moderno en términos de la inversión primordial-mente, en donde se advierte que el capital ya no solo toma una expresión material sino que además se expresa en un intangible como lo es el conocimiento. Se sabe que, para incrementar la producción es menester lograr una mayor productividad la cual se logra incrementando el buen uso de los factores (tal vez se debería decir “eficiente” uso), y con ello la inversión en dichos factores productivos, y sumado a ello la necesaria, imprescindible y permanente in-novación tecnológica, fundamentalmente, que tiene que ver con el “cómo hacer”. Así se explicaría la dimensión actual de los grandes esfuerzos que se hacen para arriesgar capital en las nuevas tecnologías de manera inédita en el desarrollo del capitalismo, y que promete mejores ganancias en el corto y mediano plazo particularmente. Se puede afirmar que desde la revolución textil del siglo XVIII, el progreso técnico ha sido importante por lo continuo, veloz, estructurado, invasivo, impredecible, organizado y sistemático (Wikipedia, 2010).. Así, los esfuerzos que se realizan hoy en éste campo, tienen que ver con la implantación y desarrollo de nuevas tecnologías vinculadas con las modernas posibilidades de elaboración y transferencias de información lo cual pude generar la concepción de la idea de “aldea global”. El capital productivo se va desarrollando en un pro-ceso liberador de sus formas físicas (edificios, máquinas, implementos, herramientas y otros) y, pasa a integrar una dinámica de acumulación del llama-do “capital intelectual”, por lo tanto intangible, el cual se concretaría fundamentalmente en los seres humanos, en su formación o capacitación como participantes o actores principales en el proceso productivo. A diferencia de la tecnología industrial, ahora, el conocimiento ya no queda incorporado sólo a la máquina, sino que esencialmente a través de los progresos desarrollados en información, por ejemplo, y es claro que éste puede ser transferido y conformar un nuevo acervo de capital “virtual”. Sin embargo su apropiación y control son de naturaleza muy compleja que a su vez reclaman nuevas formas de capital intelectual. De hecho, la actual internacionalización de capital ya no se limita a las formas de capital pro-ductivo, comercial, o financiero. Por ello, habría que destacar la significación que cobra ese capital intelectual y que configura cambios muy relevantes en el funcionamiento y expansión del antiguo modelo de industrialización, basado en sistemas relativamente estables de fabricación masiva como las manufacturas, y en consonancia con ello cambios muy relevantes también en el funcionamiento de los sistemas económicos y administrativos, con profundos efectos sociales, políticos y culturales (Hirsch, 1979).
Su expresión en el plano de la transformación productiva, generada por la innovación tecnológica, está cambiando drásticamente la composición de la oferta y de la demanda en los mercados mundiales así como la importancia relativa de cada uno de los factores productivos en su papel de combinación armónica de cada uno de esos factores. En igual sentido, la recomposición de los mercados se ha hecho notar caracterizándose por una gran asimetría en los progresos de productividad y competitividad, tanto entre sectores económicos, al interior de cada nación, como entre países. En tanto se reducen con extrema rapidez los ciclos de competencia tecnológica, de configuración del progreso y declinación de los procesos productivos, que generan mayor dina-mismo pero también, y a la vez, menor estabilidad y con ello incertidumbre. En todo caso, lo más significativo para los países de América Latina, y particularmente desde el punto de vista de la evolución de los problemas de empleo, es que la importancia creciente del conocimiento tecnológico y de las técnicas comerciales dentro de las funciones de producción de los productos comercializables camina en detrimento de la mano de obra no calificada y de los re-cursos naturales. En las condiciones reseñadas, por lo menos con referencia a la mayoría de los países de la región, las antiguas ventajas comparativas basadas en la disponibilidad de recursos naturales y de mano de obra no calificada y barata, si bien en el corto plazo siguen siendo importantes, van perdiendo peso relativo frente al acceso del capital intelectual, lo cual se traduce en que cobra una importancia extraordinaria la formación de recursos humanos, del gasto en investigación y desarrollo, de la inversión en ciencia y tecnología y del progreso de los servicios. Sin embargo argumentando el tema de las ventajas comparativas, se ha aceptado en la región latinoamericana el rol de “interdictos productivos” por lo tanto el desarrollo de ciencia y tecnología se le deja a aquellos países que lo realizan con fuerza, y por lo tanto, América Latina compra conocimiento en lu-gar de desarrollar debidamente sus potencialidades. No es ocioso, poner de relieve que aquí se encuentran, las nuevas formas de producción robotizadas y automatizadas, que se constituyen en las grandes generadoras de desempleo para grandes contingentes de población, al sustituir empleos. Así como que, los nuevos procesos de ingeniería, químicos, bioquímicos y nanotecnológicos y novedosos productos de la biotecnología atentan brutalmente en contra del medio ambiente y plantean nuevos desafíos en la gestión del trabajo (ídem).
UNA DIMENSIÓN POLÍTICA.
Esta visión lleva indefectiblemente a relacionar la globalización con el término de la “guerra fría” y la división del mundo en dos bloques antagónicos que se vivió durante la segunda mitad del siglo XX. La enorme transformación internacional derivada de los cambios en Europa del Este terminó con el carácter bipolar que dominó las relaciones internacionales desde fines de la segunda guerra mundial, dan-do origen a una revolución que va mucho más allá de las transformaciones de los sistemas socioeconómicos de cada uno de los países correspondientes. No obstante, el proceso continúa desarrollándose y todavía sería prematuro sacar conclusiones rigurosas del curso que tomará ese proceso transformador. Encontrándose el campo internacional en una situación de multipolaridad, pues no se definen claramente los polos que determinan el control o dominio pleno del ámbito mundial, pero no obstante si se establecen controles parciales por área productiva o influencia socio política, así como se advierte el surgimiento de los “regionalismos”, plasmándose en acuerdos pro-ductivos o de comercio de países agrupados en regiones, como una posibilidad de defensa de los países menormente desarrollados productivamente, frente a los de mayor industrialización. Y todo ello, sin duda alguna en un proceso de carácter internacional y globalizador en donde se advierte el amplio dominio del capital financiero y especulador a escala mundial, lo cual es especialmente evidente hoy, y cuya expresión es la enorme crisis financiera mundial. Así mismo, la dimensión actual de las transformaciones permite, por lo menos, asegurar el fin de un entorno y con-vivencia internacional en el que coexistían dos bloques con organizaciones sociales y económicas de contenido, dimensiones y perspectivas radicalmente diferentes. Esta apreciación aparece avalada por múltiples visiones políticas y, que además, permiten afirmar que sigue pendiente la recomposición definitiva del escenario mundial, incluyendo el trazado de fronteras nacionales estables y de nuevas formas de coexistencia internacional (ídem).
No obstante, tras la caída de la Unión Soviética, se presenta como hegemónico el dominio histórico del modelo capitalista en su expresión neoliberal, en el cual se ubica a los Estados Unidos en un lugar preponderante como potencia militar dominante sin restricciones, más no así como potencia económica hegemónica pues es relativamente claro que China va llenando ese espacio en conjunto con otros países asiáticos, Brasil, e India. Sin embargo la globalización no es un proyecto exitoso, completo y definitivo, sino que está caracterizado por un desarrollo disputado y conflictivo, y muy cambiante en el tiempo, cuya resolución no está asegurada todavía. La expresión de tal afirmación, aparece compleja y contradictoria, marcando contrastes, agudos a veces, al considerar el deterioro de las condiciones de vidas de grandes contingentes humanos y los esfuerzos de superación de ello para el futuro, que no siempre aparecen como exitosos. Para lo cual basta advertir la situación de empleo en Europa hoy, en esta década de los años dos mil. Se observa también, que no es posible obviar la presencia de nuevos actores que emergen en la contienda política, aunque la continuidad probable de tales tendencias que generan, sea todavía motivo de controversia, habida cuenta de las resistencias sociales que desatan en los propios países capitalistas industrializados, y en los subdesarrollados o supuestamente “emergentes”. Observando las situaciones presentes, se puede advertir reacciones de intensa inconformidad como el accionar de movimientos feministas --tal vez el más importante movimiento emancipador del siglo XX-- movimientos llamados “gay”, absolutamente novedosos en el escenario de la lucha política; movimientos sociales (estudiantes de múltiples países), defensores de los DDHH, del medio ambiente y étnicos locales –especialmente en Bolivia, Brasil, México, Paraguay, Chile y Ecuador--, con planteamientos no menos sorprendentes que ha dado nuevas esperanzas a la capacidad de plantear políticas alternativas para las mayorías. Sólo como un ejemplo: el proponer a la naturaleza como nuevo sujeto social con plenos derechos y obligaciones para con ella. Sin olvidar en el plano de la contienda política y de notable expresividad, por la forma de resistir la implantación del nuevo modelo económico, como son los llamados “globalifóbicos”, frente a los cuales el Banco Mundial y el Fondo Monetario Internacional les han reconocido como entes representativos. Así también los movimientos medio ambientalistas que ponen de relieve, advierten y demuestran, sobre las consecuencias de la destrucción de la flora, fauna, tierra, bosques y aire, así como la propia existencia del ser humano. No es posible obviar tampoco el enorme significa-do que han tenido los movimientos mundiales por la paz frente a la flagrante agresión de Estados Unidos, involucrando a la Organización del Atlántico Norte (OTAN), en contra de Irak, Afganistán, y Libia Y, más recientemente los enormes movimientos mundiales de los jóvenes, especialmente de los sectores estudiantiles que emergen como novedosos sujetos políticos y sociales, que con fuerza inusitada exigen el fin del lucro como propósito exclusivo de vida, y de paso consiguen hacer tomar conciencia de la realidad a otros sectores sociales, lo cual preocupa a los detentadores reales del poder.
Pero no obstante, también se debe señalar que los defensores del modelo de desarrollo conocido como neoliberal, realizan sus propias y enérgicas contraofensivas especialmente de parte de sectores más radicales como son los propietarios del petróleo y los sectores financieros, particularmente de Wall Street en el caso de los EEUU, y de Europa, sumida hoy en una larga y profunda crisis que ha puesto en duda la viabilidad del proyecto de la Eurozona, en donde se ha llegado al extremo de tener que imponer obedientes gobernantes –ex funcionarios bancarios-- de facto pasando por encima de las soberanías de algunos países de la región europea.
Así, con estos elementos de diagnóstico, se puede someramente tener una visión de la nueva realidad mundial que habría que complementarla desde la perspectiva de los países subdesarrollados, o ahora, llamados emergentes, destacando la preocupación de que al acumularse dos niveles de desigualdad: uno, entre los países industrializados y los países subdesarrollados por una parte; y dos, en la distribución del ingreso nacional y al interior de estos últimos por otra, estableciéndose así una enorme diferencia entre los niveles de vida del veinte por ciento de la población mundial privilegiada y la enorme mayoría de la población, base de la pirámide, de los países subdesarrollados que representan por lo menos a dos tercios de la humanidad (CEPAL, 2010). Todo esto dentro de un mundo donde los medios de comunicación muestran con elocuencia evidente esta disparidad irritante. Las mediciones disponibles coinciden en mostrar que la enorme capacidad de inversión y la concentración de la investigación y desarrollo tecnológico en los países industrializados tienden a expandir y orientar los beneficios de los progresos alcanzados hacia los productores y consumidores de aquellos países, como es obvio. En la década de los ochenta, noventa y comienzo de la del 2000, creció la desigualdad, no sólo, en términos relativos por crecimiento del producto por habitante en los países sub-desarrollados, sino que por ejemplo, en África y en América Latina el ingreso por habitante ha caído en términos absolutos. La preocupación sobre esto está presente con cifras como que, en América Latina el desnivel se ha incrementado a un ritmo dramático. El producto por habitante creció apenas mil dólares en los últimos 15 años en América Latina, trepando a un promedio de sólo 4 mil 800 dólares, según lo reveló la Comisión Económica para América Latina y el Caribe (Milenio, 2009). Pero más evidente en sus expresiones visibles es considerar que el ingreso medio por habitante ha caído a la mitad de lo que era al inicio de la década del dos mil. Si a esto se agrega el hecho de que el deterioro en el producto por ha-bitante en la región se dio simultáneamente con una mayor concentración en la distribución del ingreso en los países latinoamericanos, puesto que la mayor parte de las consecuencias negativas de la crisis y de los sacrificios de los procesos de ajuste recayeron en las clases medias y en la población más pobre.
Tendencia descendente cuyo significado es elocuente al evidenciar que la mayoría de la población latinoamericana sufrió un enorme retroceso durante la década de los ochenta. Aún más, en 1990 la situación empeoró, y no sería exagerado sostener que las tendencias se orientan hacia una pérdida absoluta importante, un enorme deterioro relativo y una des-igualdad todavía mayor. En lo que al desempleo se refiere se puede evidenciar el caso de Argentina que llegó a mostrar una tasa de desempleo del orden del 18% (ídem).
Por la naturaleza misma de los factores que condujeron a conformar su significado y dimensión actual, no hay ya posibilidades, en sociedades como las latinoamericanas, de responder a los retos que ellas representan con determinadas políticas o acciones parciales o con las mismas políticas que se vienen aplicando. A estas alturas, lo que está de por medio es la propia viabilidad o inevitabilidad de su solución en los marcos del sistema capitalista en su versión neoliberal actual.
UNA DIMENSIÓN IDEOLÓGICA
CULTURAL.
Aquí es posible encontrar la universalización de determinados patrones de valor como por ejemplo: el reconocimiento general de los principios liberal democráticos y de los derechos humanos fundamentales; sin embargo también significa la generalización de la fascinación por el consumismo que pone en la mesa de discusión el problema de que si los recursos del planeta otorgasen la oportunidad de satisfacer las necesidades de todos los habitantes de la tierra al nivel que se consume en el mundo industrializado, sencillamente no sería posible por la escasez de recursos naturales. Se pone en discusión de igual manera también de si es posible el crecimiento de la producción en forma ilimitada, pero necesario por lo de la creación de nuevas plazas de trabajo para satisfacer el incremento de la población que se advierte, si el planeta alberga hoy aproximadamente a siete mil millones de habitantes (Wikipedia, 2013).
Por cierto, hay más de una lectura que hacer de este conjunto de señalamientos. Primero, porque en ellos queda contenido un volumen considerable de datos, antecedentes y consideraciones críticas sobre la evolución de las sociedades y la economía mundial o regional en particular, que configuran una parte importante de la denuncia sobre lo dramático de los hechos que acontecen en el mundo y las con-secuencias de las políticas impuestas. Aspecto en el que se dan, sin duda, numerosas coincidencias con los análisis que se vienen sustentando desde otras variadas perspectivas ideológicas y políticas. En segundo lugar, están las interpretaciones que ofrecen los diagnósticos que se elaboran a partir de datos disponibles, en los que se hacen ya manifiestos un sesgo y una intencionalidad política determinada, más aún cuando se los proyecta a las propuestas de futuro. Sin perjuicio de que se la comparta o no, es preciso reconocer en ello una elaboración intelectual significativa-va, que sugiere ámbitos nuevos de reflexión y abren la controversia sobre cuestiones de fondo, compreniendo temas que trascienden el ámbito regional hacia una dimensión mundial como puntos agudos de la preocupación social contemporánea. Y en tercer lugar, está la notable expresión de aquel reconocimiento de hechos y esa elaboración conceptual en el plano de la política contingente, reflejada ya sea en la participación directa de los mismos autores o a través de su influencia en medios políticos, financieros o del poder, que asumen, a veces bajo formas muy crudas, modalidades que se expresan como consecuencias inmediatas en un marco ideológico determinado (Hirsch, 1979).
Este ámbito de consideraciones es hoy crucial, puesto que contribuye a explicar las enormes dificultades actuales del cuadro político general y los obstáculos substantivos para que se resuelvan exitosamente los propósitos de mejor calidad de vida de quienes centran su preocupación en el bienestar de las mayorías. Se trata, en lo esencial, de las conductas políticas de quienes actúan hoy abiertamente en el escenario político mundial, de personajes, de grupos y organizaciones, especialmente aquellos que desde las cúpulas del poder, actúan en nombre de la democracia y del bienestar del planeta en su con-junto, especialmente quienes lo hacen en nombre del “progreso humano”.
Un rasgo distintivo y, en cierto sentido paradójico de esas conductas, consiste en que, si bien están respaldadas por toda la elaboración política e ideo-lógica que comentan, con frecuencia terminan auto justificándose bajo el argumento de que se vive una fase en que es preciso ser “pragmáticos”, y se alude con ello no sólo a necesidades de flexibilización táctica, sino a la disposición a asumir compromisos con cualquiera y a cualquier precio. Es más, en los medios intelectuales y políticos cambió el lenguaje y cambiaron las formas de pensar, lo cual no es reprochable sino más bien saludable para el desarrollo del conocimiento, así imperaron los Giddens y Dahrendorf, los sociólogos estructuralistas y funcionalistas “made in USA”, los neoliberales y los economistas neoclásicos. El vocabulario preciso y claro fue reemplazado por brumosos eufemismos mientras el pensamiento oficial declaró abolida las clases sociales, y por lo tanto la lucha de clases, abundando se aseguró, el “fin de la historia” (Fukuyama, 1992). Con ello se excluyó la posibilidad de imaginarse un régimen (con ello se excluyó la “política”) que no se base en la injusticia y el egoísmo humano, así como tampoco considera como inevitable la pobreza, el desempleo, la explotación, y la lucha por la inequidad social. La palabra “luchar”, tiene ahora un significado peyora-tivo. Es sinónimo de tozudez, terquedad, intolerancia y desestabilización......y finalmente, cuando es propicio, de “terrorismo”.
Aparece la palabra “gobernabilidad”, que no es más que el administrar la desigualdad e injusticia que genera el sistema imperante, y que se diluye en otros eufemismos, como el de “tratar los temas de...”, “el tema de la pobreza”, de los jóvenes, de la mujeres, de la violencia, etc. La democracia funciona para los tiempos o épocas de oposición solamente pues, una vez en el gobierno la situación cambia y se exige: “unidad nacional”, “disciplina laboral” o “paz so-cial”, de otra forma, se es “pesimista”, “negativo” o “emisario del pasado”.
UNA DIMENSIÓN ECONÓMICA.
En el terreno de lo económico, se observa el libre flujo de mercancías, servicios, dinero y grandes capitales, la internalización de la producción o expansión del capital y también la posición de dominio indiscutible de las empresas transnacionales. La tendencia de las políticas económicas son claramente-te dirigidas hacia la homogeneización favoreciendo evidentemente a los capitales de tales empresas y del capital financiero y especulador como se ha visto en los tiempos recientes, y son dirigidas e impuestas por medio de organizaciones internacionales como son el Fondo Monetario Internacional (FMI), el Banco Mundial (BM), la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económicos (OCDE) y el Banco Interamericano de Desarrollo (BID). Los pro-pósitos de estas políticas, surgidas del consenso de Washington (Martínez y Soto Reyes, 2012), fueron al comienzo de estos procesos, “dar una oportunidad” a las naciones endeudadas, mediante el desarrollo del modelo de desarrollo exportador, para pagar la deuda externa y por otra parte ampliar los propios mercados de los países acreedores abriendo oportunidades de inversión en los países subdesarrollados. En contrapartida hay que señalar que el libre flujo de contingentes humanos o recursos humanos siguen adscritos a sus territorios sin posibilidad cierta de encontrar rumbos mejores mediante la emigración. Es más, hoy se formulan exitosamente políticas que favorecen la expulsión de emigrantes económicos des-de los países con mayor desarrollo como se ha visto con las actuales políticas puestas en práctica por los EEUU y Europa (Martí, 2008).
DIMENSIÓN DE GESTIÓN DEL
TRABAJO.
El ámbito laboral es un campo de ensayo de nuevas formas de realización del trabajo y de aplicación de tecnologías en forma intensiva y de enormes dimensiones en cuanto a sus efectos, porque se está experimentando en todo el planeta con intensidades diferenciadas pero sin duda expresivas. El proceso de cimentación de esta forma específica de administración del trabajo humano, es decir, de la conformación de un nuevo enfoque de abordaje a los problemas de la producción, que no es sólo resultado del propio desarrollo técnico y económico del capital; sino que es producto, de cuyas causas y consecuencias, pueden explicarse a partir de las contradicciones entre fuerza laboral y capital, conflicto con el cual ha convivido la forma fordista de organización del trabajo, duran-te el período de comienzos de siglo XX hasta más o menos la década de los años setenta. Sin embrago sobre ello se conocen más de unos buenos y nuevos entendimientos, como el de Enrique de la Garza que señala (De la Garza, 2006): “En este sentido es necesario un concepto ampliado del trabajo, que considere a la vez sus dimensiones objetivas y subjetivas. Se requiere a partir de la idea de que el trabajo es una forma de interacción entre hombres y a su vez, entre estos con objetos materiales y simbólicos, que todo trabajo implica construcción e intercambio de significados. La ocupación es el resultado de estructuras, procesos y de dar sentido e interacción entre varios agentes, sean estos asalariados o no”. Además agrega, sobre el trabajo; “el concepto del trabajo ha cambiado históricamente, pues; “el trabajo puede entenderse como la transformación de un objeto, a través de la actividad humana, utilizando determinados medios de producción y herramientas para generar un producto con valor de cambio/uso. Esto implica interacción con otros hombres, y como resultado genera producción, transformándose el mismo. Ade-más implica cierto nivel de conciencia de metas y la manera de lograrlo” (De la Garza, 2006). No obstan-te, la diversidad de opiniones que genera el tema no es posible abordarlo aquí con mayor propiedad, por razones de espacio y pertinencia del momento.
Sin pretender dar una cabal caracterización de las sociedades capitalistas desarrolladas, hasta los días presentes y de mostrar el funcionamiento de sus economías, lo cierto es que, si se toma como referencia lo que se ha llamado “estado social keynesiano” –estado de bienestar-- al que se le ubica en plenitud, en las dos décadas y media posteriores a la segunda guerra mundial, --y que llegó a América Latina tibia-mente en un símil-- dicho funcionamiento manifiesta rasgos cualitativamente novedosos. Es el estado el que cumple, en este período, un rol protagónico de “árbitro” de las controversias entre capital y trabajo que se originan en la esfera productiva, es el pro-veedor de salud, educación, previsión social y otras necesidades del factor trabajo, en consecuencia es el que resguarda el “pacto social” que permite regular las tensiones.
El funcionamiento de los sistemas económicos pone de manifiesto aspectos específicos de los cambios que interesa examinar como es particularmente-te interesante el de las formas de administración y manejo de la gestión del trabajo. En ese sentido, se podría afirmar que: las innovaciones tecnológicas del capitalismo no pueden ser externalizadas ni abs-traídas de los procesos de tensión social en los cuales aquellas innovaciones se generan (Coriat, 1992). Así, la tecnología es un aspecto integrante de esos procesos conflictivos, y por ello, se puede considerar que no es un elemento aséptico ni neutro. La evolución tecnológica, al igual que los demás aspectos del desarrollo social, está marcada por el esfuerzo siempre necesario y contradictorio del capital para controlar la fuerza de trabajo. Este aspecto específico de la tecnología es inseparable de las innovaciones, específicamente de las formas y modalidades de organización, gestión y disciplinamiento del trabajo (ídem). En el marco de la transición del prefordismo al fordismo se dio el fenómeno de que la fuerza de trabajo fue relevada de una parte sustancial de la función productiva: el maestro, el artesano que desarrollaba sus tareas en el período anterior al fordismo, y que poseía el acervo de conocimientos que otorgaba la experiencia productiva, es despojado de la parte administrativa y gestora de estas actividades. Son es-tos trabajadores que irrumpen como mano de obra no calificada al sistema fordista de producción, a ejecutar tareas simples y fragmentadas de la cadena productiva (división del trabajo). Y, llegan a ello des-provistos de su capacidad de negociadora habiendo perdido un importante instrumento de negociación como es el saber, que les era útil para la transacción de su ubicación laboral. Con el propósito de establecer un “modus vivendi” entre capital y trabajo, se hizo necesario que fuera el Estado el cual dispusiera de protección a estas masas de trabajadores, y de contención de los propietarios del capital, mediante la utilización de la normatividad expresada en las leyes laborales. Es así como el Estado vela por el llamado “pacto social” (ídem).
Pero hoy, las diferentes combinaciones de estos factores productivos han generado cambios muy importantes en las relaciones sociales de producción, es decir, en las formas de gestión y control de los tra-bajadores, que han tenido, a su vez, consecuencias trascendentales sobre la composición de los grupos sociales que viven de su trabajo, y en el desarrollo de sus organizaciones como los sindicatos por ejemplo. Así, se puede afirmar sin mucha controversia que el sistema económico capitalista ha desarrollado nuevos patrones de producción, muy diferentes a los que manejaba el estilo fordista y que da paso al período denominado postfordista, el cual comienza aproximadamente en la década de los años setenta y que se expresa con el comienzo de la crisis económica –conocida como “crisis del petróleo”-- y que llega hasta los días presentes. Estas nuevas formas de producir, son presentadas desde las más diversos ángulos como el comienzo de una nueva época, como una ruptura que da paso a una nueva fase muy distinta a la anterior; el postfordismo, sociedad postindustrial, sociedad del conocimiento o de la información. Esta ruptura se muestra muy sugerente pues pareciera ser un intento de reeditar un nuevo “pacto social” estilo keynesiano entre el capital y los trabajadores, y ello se pone de manifiesto pero de distinta manera en forma y contenido (ídem).
LA DEFENSA DE LA NUEVA
GESTIÓN DEL TRABAJO.
Una expresión esclarecedora, de los intentos por imponer estas innovaciones, es por ejemplo considerar las argumentaciones de la defensa que se realiza de éste nuevo patrón productivo: se señala, por una parte, que éste presenta modificaciones en los con-tenidos y operación de la gestión de los procesos de producción, de tal forma que resultan mejoras considerables para la fuerza de trabajo, llegando incluso a asegurar que su implementación acabaría con el antagonismo capital/fuerza de trabajo y por con-secuencia con las tensiones sociales con las cuales ha vivido la organización fordista. En éste ámbito de preocupaciones aparece evidente la necesidad de examinar, al menos brevemente, algunas caracterís-ticas relevantes del nuevo modelo y que esgrimen como avances sociales los defensores de él.
Se invoca, en primer lugar, que la tecnología necesaria para la implantación del sistema de producción flexible, necesidad ineludible de la propuesta, demanda una fuerza de trabajo apta para un proceso laboral donde todas las capacidades de los trabaja-dores sean movilizadas: la inteligencia, el talento, la creatividad, la capacidad de innovación, y por su-puesto brazos y piernas del trabajador, acerbos todos puestos al servicio de las tareas productivas definidas en la organización. De modo que, la separación clásica del modelo fordista, entre el “pensar” y el “hacer” queda eliminada, para que el trabajador pueda participar activamente en la gestión y realizar innovaciones, que se consideren pertinentes en el proceso productivo, el cual se encuentra en permanente cambio debido a las fluctuaciones del mercado, característica de éste último en el presente período. A esta movilización de las capacidades latentes en los trabajadores, los japoneses la denominan “Kaizen”.
Aún más, otro de los argumentos es que la producción flexible coordinada a las demanda del mercado “caprichoso”, pone fin al trabajo en detalle o norma, o sea que aquello que sucedía en la época en la cual se le asignaba a cada trabajador una ta-rea simple, debido a la fragmentación de las actividades complejas que realizaba repetidamente. Pues ahora, los trabajadores participan en “equipos” en los cuales las distintas y variadas tareas son rotadas entre los integrantes del grupo. Con ello, se sostiene, se acaba el tedio y la fatiga nerviosa que ocasiona el trabajo monótono y repetitivo. Por ello entonces esta nueva organización del trabajo demanda un trabajador multiespecializado y, con nueva “formación”, que pueda diagnosticar problemas en la línea de producción y corregirlos inmediatamente, suplantando a los grupos de trabajadores especializados que efectuaban dichas correcciones, después de concluido el proceso de producción (Coriat, 1992).
Una tercera cuestión que se propone, plantea que la producción flexible se desarrolla en función de la provisión de una determinada demanda de pro-ductos procurando disminuir los costos por la acumulación de stocks inmovilizados. Se conoce a éste sistema de producción como “justo a tiempo” (just in time), y su objetivo central es proveer a la deman-da en forma flexible de acuerdo a las fluctuaciones que ella va presentando. También se plantea que resulta necesario para el capital disponer de una fuerza de trabajo diligente, formada y capacitada que responda rápidamente a los problemas planteados por la complejidad del sistema de producción flexible. De allí que la organización desarrolla una política de incorporación de los intereses de la fuerza de trabajo a la gestión de la empresa, creando un sistema de obligaciones reciprocas la que suprime la situación de relación antagónica entre capital y trabajo que existía anteriormente. Esto permitiría disponer de la “seguridad de por vida” en el empleo de las organizaciones, y otra forma de integración social y laboral de los trabajadores. Eliminando la coerción que de hecho se ejercía en el sistema fordista clásico sobre los trabajadores por medio del monopolio de los medios de producción y el ejército de desocupa-dos. Cabe señalar que la producción flexible implica trabajo flexible, o sea contratación por tiempo definido que puede ser corto, mediano o más amplio. Que la plantilla permanente se reduce ostensiblemente y por lo tanto se tiene una cantidad apreciable de trabajadores que quedan sin empleo fijo. Este señalamiento da pauta para explicar el otro argumento que se muestra: se plantea que la producción flexible ha promovido una red de empresas pequeñas y me-dianas que proveen insumos a las empresas centrales o ensambladoras, lo que lleva a que ésta controle el producto final (ídem). Así se habría desarrollado un nuevo complemento al capitalismo –un microcapitalismo—conformando un entorno a la planta central con empresas pequeñas y medianas, sobre el cual las comunidades locales tendrían algún control. El vie-jo monopolio tiende a desaparecer, o por lo menos pierde fuerza y relevancia; en lugar de integración vertical, rigidez y monopolio, ahora se presenta flexibilidad, desintegración y desconcentración, vale decir, integración horizontal (ídem).
En conjunto si estos argumentos, fueran atendibles y confrontados con las evidencias mostradas por la realidad, la crítica que se esgrime a la explota-ción capitalista perdería validez: categorías cruciales tales como subsunción, (o apropiación del trabajo ajeno), del trabajo por el capital, explotación, alie-nación, coerción sobre el trabajo por medio de la propiedad privada, concentración y centralización de la propiedad, entrarían en un terreno de serios cuestionamientos. Como resultado de tales propuestas, se destacan cuando menos algunos rasgos que particularmente son relevantes para encararlos en la crítica: como por ejemplo pensar qué sucede cuando el capitalismo realiza en esta época un redes-pliegue, una reconversión de tales magnitudes en los condicionamientos económicos y tecnológicos del proceso laboral, por ello cabe suponer que lo hace por necesidades muy poderosas, que lo animan a dar tales pasos, como podría ser el acrecentar la tasa de ganancia, por ser insuficiente la obtenida en el ocaso de fordismo (ídem).
La discusión sucesiva de las propuestas reseña-das no podría ignorar, por cierto, una caracterización de ellas para analizar con mayor detenimiento la dinámica de este patrón productivo y advertir aspectos que no se corresponden con la práctica laboral real, o al menos que no se evidencian claramente.
Por todo lo anterior es necesario referirse a los planteamientos de De la Garza (De la Garza, 2006), que señala recapitular sobre la concepción del significado del concepto de trabajo. Y dice sobre ello: “en su aspecto más básico, el trabajo puede entenderse como la transformación de un objeto de trabajo como resultado de la actividad humana utilizando determinados medios de producción para generar un producto con valor de uso y en ciertas condiciones con valor de cambio”. Toda esta nueva conceptualización es referida a considerar la necesidad de ampliar el concepto, de manera que permita abordar los nuevos fenómenos (en los países subdesarrollados no tan nuevos), como también las dimensiones objetivas y subjetivas del mismo. Así también la necesidad de la construcción de una concepción social que abarque, más allá de lo de “mercado de trabajo”, al no asalariado o de ocupaciones que pueden ser consideradas como “atípicas” (no clásicas). En virtud de que los estudios han dado relevancia especial a teorizaciones al trabajo industrial, y con todas sus implicaciones (ídem).
IMPLICACIONES.
Las propias bases conceptuales de esta línea de reflexión lleva a preguntarse sí se asiste a una modificación histórica de carácter cualitativo del capitalismo, o si solamente se siguen desarrollando las fases de las tendencias que siempre han determinado su desarrollo. Los comentarios que se hacen, a propósito de los espacios en que se presenta el fenómeno de la globalización, sugieren que la dimensión del problema no admite las explicaciones restringidas pues ellas no permitirían advertir y examinar, los problemas (muchos de ellos inéditos) generados en la realidad concreta, lo cual ha sucedido especialmente en las dos últimas décadas en el campo laboral en don-de se ha aplicado ya la gestión comentada, y dado comienzo al futuro en la gestión productiva. Con todo no se trata en modo alguno de subestimar el peso específico que otras visiones otorgan a la existencia de los factores señalados, sino que se trata de promover explicaciones integrales que den sus frutos en forma más coherente, como lo hace De la Garza, en especial a lo que sucede en países en donde el “estado de bienestar” (en donde el propio estado de bienestar, y el auténtico fordismo, se conocieron a medias) (ídem).
Por la naturaleza misma de los factores mencionados, ellos conducen a conformar un significado y dimensión de que “la globalización es un proceso esencialmente económico”. Porque su expresión en el plano de los problemas económicos, sociales, medioambientales, jurídicos, culturales e ideológicos, aparece compleja y contradictoria: marcando contrastes agudos entre el deterioro de las situaciones inmediatas y las promesas de superación en el futuro (Hirsch, 1998).
Desde comienzo del siglo veinte el desarrollo del capitalismo se podría entender como una sucesión de crisis estructurales conocidos como “los ciclos de la economía capitalista”. En los análisis sobre la significación de este proceso se acumulan y reiteran los enunciados acerca de la diversidad de formas en que la expansión del capitalismo alcanzaba la fase imperialista hasta llegar a comienzo de los años treinta del siglo recién pasado, a una crisis que abarcó al mundo en su conjunto precedida por una serie de movimientos sociales revolucionarios. La solución para esta crisis consistió en implantar políticas que permitieron un modo de acumulación y regulación que se diferenciaba profundamente del anterior (Vuskovic,1996).
Este proceso no sólo fue válido para los centros capitalistas sino que afectó, aunque tardíamente, a los países de la periferia. Y si hubiera que identificar un aspecto particular respecto del cual las expectati-vas que se cifraron en el desarrollo latinoamericano, sin duda es el que esas esperanzas aparecen frustradas. Desde los primeros tiempos de postguerra y del modo más flagrante, esa identificación se referiría sin duda a situaciones de empleo y de deterioro medio ambiental, aunque no todavía con la debida conciencia de lo que sucedía en este campo. Y hoy, nuevamente el mundo se ha visto estremecido con otra crisis de dimensiones superiores a la de los años 29 y 30 del siglo XX, y cuyas secuelas de consecuencias negativas para las mayorías de los trabajadores, o asalariados, son difíciles de dimensionar todavía aunque el desempleo alcanza cifras alarmantes especialmente en Europa y los EEUU. Crisis económica que no se tiene claro si ha terminado, o los procesos se encaminan a una nueva profundización de ella (ídem).
El contenido de lo que se procura decir sobre ello es que la integración de la clase trabajadora en el modo de acumulación fordista, la implantación de nuevas tecnologías de producción y las formas de organización del trabajo tayloristas, así como el nuevo modo de regulación política, sirvieron por un tiempo para progresos bastante importantes en la producción, con altas tasas de ganancia y un crecimiento económico relativamente constante. Así también al “fordismo” se le puede considerar en conjunto como sistema global de producción que predominó en casi todo el planeta. Y la estrategia de “sustitución de importaciones”, que se desarrolló en los países de la periferia se le puede asimilar a un esfuerzo para crear estructuras económicas y sociales fordistas, semejantes a aquellas de las metrópolis capitalistas industrializadas. Estrategia que llega a su fin en la década de los años ochenta abriendo las puertas a la nueva fase del llamado “modelo de desarrollo exportador”.
Estas observaciones permiten poner de relieve que el “fordismo” adquirió esencialmente una for-ma de tipo estatal nacional. Su pilar central era el mercado interno para lo cual necesitó de una amplia intervención estatal y de compromiso de clases institucionalizado (Gómez, 1994).
Así, en la mayoría de los países se organizó estructuralmente este sistema de economía “nacional” mediante el desarrollo de una red de organizaciones internacionales ya mencionadas en su rol. Cobraron relieve decisivo las organizaciones derivadas del sis-tema Breton-Woods, el Fondo Monetario Internacional y el Banco Mundial, Banco Interamericano de Desarrollo (BID), así como la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económicos (OCDE), en la regulación del sistema monetario internacional, maximización de los crecimientos económicos y en la coordinación de los sistemas monetarios na-cionales (Martínez y Soto Reyes, 2012).
CONCLUSIONES
Los problemas del desarrollo están fuertemente condicionados por los grandes cambios ocurridos en el mundo, particularmente por el fenómeno de la llamada “globalización”. Este proceso globalizador, que experimenta el capitalismo contemporáneo, se puede contemplar como una gran estrategia para superar la crisis económica mundial desencadenada en los años setenta al entrar en fase terminal el modelo fordista imperante a partir, aproximadamente, de ese año. Su finalidad es una profunda reorganización de las relaciones económicas y sociales del sistema capitalista a escala mundial y su lógica actual es la de facilitar al capital financiero internacional el aprovechamiento de las distintas condiciones de producción, es decir, aprovechar flexiblemente diferentes tipos de organización social, combinando globalmente unos con otros en el marco de los procesos de la producción organizada, primordialmente mediante la automatización o robotización de la misma, así como utilización de los progresos en biotecnología, química, ingeniería genética y otros. Sumado a ello la imperiosa necesidad de reorganizar la gestión del trabajo (contemplando la “aparición” del trabajo “a-típico” o no clásico, y con ello grandes conglomerados de población que trabajan fuera de la normatividad clásica y que no son asalariados en su mayoría) señalando que el trabajo ha cambiado de forma y no que éste haya sido sustituido, que con ello se han suprimido las tensiones laborales que primaban en la época del fordismo. Sin entrar en una consideración muy específica de cada uno de los factores mencionados, no cabe duda que la instrumentación del modelo, tanto a nivel mundial como regional, ha sido de consecuencias devastadoras en lo social, económico e ideológico --poniendo en entredicho los paradigmas que se manejaban hasta la crisis-- y por lo depredador de su accionar en el medio ambiente y en las redes de relaciones sociales, impulsado por la necesidad de la ganancia de corto plazo y, en una articulación de costo mínimo y beneficio máximo. Sin menoscabar los esfuerzos que se realizan por minimizar o suprimir, dentro de lo posible, la destrucción del medio ambiente y la mejora en la calidad de vida se intenta demostrar que el modelo impele necesariamente a la depredación mencionada, por su lógica esencial de la necesidad del lucro en un medio en donde lo que impera es la ley del llamado “libre mercado”. Se sostiene que es viable y urgente la configuración de un modelo alternativo en donde se contemple prioritariamente el uso racional de los recursos para la conservación de los mismos, y no comprometer a las generaciones futuras en sus posibilidades de mejor calidad de vida. Dicho de otra forma, es muy bueno que se hagan todos los esfuerzos que desde diferentes perspectivas se realizan, y más que bueno es imprescindible, por detener o minimizar el deterioro medioambiental y social pero sin duda es insuficiente e inmensamente compleja, como ardua la lucha por esta causa. Es el sistema mismo que lleva en sus entrañas al monstruo, y esas entrañas palpitan día a día.
Ernesto Navarro Guzmán/ Email: Esta dirección de correo electrónico está siendo protegida contra los robots de spam. Necesita tener JavaScript habilitado para poder verlo.
Oscar Cuellar Saavedra/Email: Esta dirección de correo electrónico está siendo protegida contra los robots de spam. Necesita tener JavaScript habilitado para poder verlo.
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