Revista Tamma Dalama: Las raíces cristianas de la civilización en Baja California. Escrito por: Mons. Salvador Cisneros
Mons. Salvador Cisneros Tijuana, B. C.
El 19 de octubre de 1697, hace apenas poco más de tres siglos, tuvo comienzo la gesta de la civilización en la Baja California cuando el misionero jesuita Juan María de Salvatierra desembarcó en la bahía de San Dionisio y una vez plantada la cruz y entronizada la imagen de Nuestra Señora, celebró la primera eucaristía para iniciar la misión de Loreto, cabeza y madre de todas las misiones en esta misteriosa e indomable península de fuego, nunca vencida por los ejércitos conquistadores. El entusiasmo del padre Eusebio Kino, desde los inmensos valles de Sonora, en las regiones de la Pimería, con mirada profética, imaginó la senda misionera de estas tierras e hizo viable el éxito de una misión que había sido imposible a la Colonia.
La hazaña misionera del padre Salvatierra y de los insignes padres jesuitas, con la gracia de Cristo, logró encarnar el evangelio en las entrañas de estas tierras ásperas y señalar, en sólo 60 años, la ruta de la civilización de la península de Baja California. Sus sorprendentes misiones, espléndidas joyas arquitectónicas en medio del desierto, han vertebrado nuestra geografía desde el extremo sur en el Cabo San Lucas hasta las Misiones de Santa Gertrudis, San Francisco de Borja y Santa María de los Ángeles en el norte de la península. A la inmortal memoria de los primeros misioneros, las Iglesias de la Baja California debemos añadir el nombre del beato Junípero Serra, el incansable franciscano, que después de la dolorosa expulsión de los padres jesuitas, en abril de 1768 asumió la responsabilidad de la evangelización en esta península. La historia ha consignado con asombro su marcha misionera rumbo al norte con el intenso sufrimiento de una pierna ulcerada pero con una fe invencible que nunca le permitió rendirse.
Luego de recorrer las inmensas regiones desoladas, bajo un clima en sumo grado riguroso, el Beato Junípero Serra cruzó estas tierras para arribar, en Julio de 1769, a los fértiles valles de la Alta California. A este misionero santo tocará señalar la ruta evangelizadora y poner los cimientos de la civilización en aquellas regiones prodigiosas. Se ha dicho con razón que su memoria «nunca se extinguirá, porque sus obras han quedado grabadas entre los habitantes de la Nueva California».
En 1772 los padres dominicos aceptaron hacerse cargo de las misiones de la antigua California y se consagraron a la edificación de las misiones en amplios valles de la costa del pacífico que señalan la ruta de la región norte de Baja California. La labor de los misioneros fue toda una epopeya digna de admiración que estableció las bases de la civilización en la región. Con su grandioso esfuerzo evangelizador plantaron la Iglesia, ensancharon el territorio nacional y fueron los creadores de la patria que conocemos.
Mas la presencia de los sacerdotes y su impulso evangélico fue decayendo gravemente a lo largo del siglo XIX. Al surgir el México independiente, las Californias quedan en condición de Territorio y se inicia un proceso de abandono y secularización de las misiones. El tratado de Guadalupe Hidalgo de 1848, que separó la Alta de la Baja California, estranguló el desarrollo de la península que con muchas dificultades logró mantener pequeños núcleos urbanos. En el extremo Sur, la ciudad de La Paz quedó constituida como la capital. Y hacia finales del siglo XIX en el norte de la península se van desarrollando lentamente los núcleos urbanos.
En 1882 la ciudad de Ensenada de Todos Santos es declarada cabecera de la región. Y en Julio de 1889 da inicio la creación del poblado que llegará a ser muy pronto la ciudad fronteriza de Tijuana. Pocos años después, en 1903, se señala la fecha de la fundación de Mexicali, centro agrícola de grandes recursos, capital del Estado desde 1953.
A principios del siglo XX estas ciudades se transforman bajo el impacto de la ley norteamericana, que al prohibir el uso de bebidas alcohólicas en el vecino estado de la California, provocará en esta región un gran crecimiento económico y un modelo de vida centrado en los excesos de la disipación y el vicio.
El sueño de aquella abundancia duró poco tiempo y estas ciudades tuvieron que buscar nuevas formas de mantener su crecimiento, así el comercio floreció en la zona libre que quedó caracterizada por un gran intercambio económico entre las fronteras. En ese entorno histórico altamente secular y antirreligioso, por encargo de su santidad el Papa Pío XII, los padres misioneros del Espíritu Santo, bajo la dirección del muy ilustre monseñor Felipe Torres Hurtado, administrador apostólico de la Baja California, desembarcaron el 7 de diciembre de 1939 en la bahía de la Paz para dar comienzo a una nueva evangelización en nuestro territorio. La inmensa península de la Baja California contaba entonces con solo 5 sacerdotes y muchos de sus pobladores no habían recibido el don de la fe y el bautismo.
En su primera misa celebrada en la pequeña parroquia de nuestra Sra. de la Paz, monseñor Torres encomendó a la Virgen Inmaculada la obra pastoral que haría florecer la semilla evangélica sembrada con amor y con sangre por los antiguos misioneros en esta tierra al mismo tiempo agreste y noble, enigmática y fascinante. La clave de la evangelización impulsada por monseñor Felipe Torres fue establecer un seminario propio que proveyera a las comunidades de un clero nativo. A ello se dedicó con gran esfuerzo, inteligencia y dinamismo.
Nace así, el 8 de diciembre de 1940, en la ciudad de Ensenada, el Seminario Misional de Nuestra Sra. de la Paz, verdadero semillero de sacerdotes y fuente de energía espiritual y apostólica que permitirá construir progresivamente las Iglesias que hoy vemos integrarse en Provincia Eclesiástica. Muy pronto el Seminario Misional, junto con la sede del Vicariato Apostólico, será trasladado a Tijuana, ciudad en pleno desarrollo.
Durante diez años de intenso trabajo en Baja California monseñor Felipe Torres desplegó una labor extraordinaria. La cosecha fue verdaderamente prodigiosa pues además de ser ordenados 9 sacerdotes, como primicias del nuevo seminario, logró integrar muchos presbíteros, religiosos y religiosas de diversas diócesis y congregaciones para apoyar el trabajo de los padres misioneros del Espíritu Santo. Se erigieron templos, asilos y escuelas y se logró un extraordinario trabajo de catequesis y evangelización en gran parte de la península. Surgió también con gran vigor la Acción Católica. La labor realizada por estos nuevos misioneros ha sido llamada con razón la “segunda conquista espiritual de la Baja California”.
Los padres combonianos del Sagrado Corazón, desde el año 1948, se sumaron a este proyecto para encargarse del cuidado pastoral del Territorio sur de la Península. Hacia fines de enero de 1949 arribó a esta ciudad de Tijuana, como vicario apostólico de Baja California, el excelentísimo Sr. obispo Alfredo Galindo y Mendoza M. Sp. S., quien habría de llegar a ser años más tarde el padre y fundador de la diócesis de Tijuana.
El intenso trabajo apostólico de este amplio periodo de gestación de las Iglesias en Baja California fue impulsado también por notables apóstoles, misioneros y sacerdotes entre los que es preciso recordar al legendario Mons. Modesto Sánchez Mayón, que enfrentó la persecución religiosa del régimen callista. Ninguno como él tuvo una historia sacerdotal tan larga y meritoria en nuestra península. Llegó en 1925 y permaneció activo hasta su muerte ocurrida en 1987 en la Misión de Loreto donde ejerció su ministerio durante más de treinta años. No podemos dejar de recordar a los padres Guadalupe y Agustín Alvarez, Misioneros del Espíritu Santo que recorrieron la Baja California desde los Cabos hasta el Valle de Mexicali como apóstoles incansables bajo el maternal patrocinio de la Virgen de Guadalupe.
En 1957 Mons. Juan Giordani fue nombrado Prefecto Apostólico de la Paz y ejerció desde entonces un extraordinario liderazgo espiritual, desde la pobreza y la sencillez, para poner junto con sus hermanos Misioneros Combonianos los fundamentos sólidos de lo que llegaría a ser la Diócesis de la Paz en el mes de marzo de 1988. La Iglesia en Baja California llegó a la madurez cuando el 24 de enero de 1964 es creada la Diócesis de Tijuana, bajo el cuidado pastoral de su primer Obispo monseñor Alfredo Galindo y Mendoza. Dos años más tarde, el 25 de marzo de 1966 fue erigida también la Diócesis de Mexicali y nombrado primer Obispo el Excelentísimo Señor Manuel Pérez Gil González, hombre de Dios extraordinario, amado padre y pastor bueno que definió la fisonomía espiritual de su Iglesia Particular señalando la ruta de una catequesis integral y comprometida.
Durante estos últimos sesenta años, hemos sido testigos del paso del Espíritu que ha infundido aliento de vida y esperanza al desierto de la península. Estamos obligados a considerar como un milagro de la Gracia el admirable tránsito vivido desde el arribo de los misioneros del Espíritu Santo hasta el momento actual en que las cuatro diócesis de la península de Baja California han quedado constituidas en Provincia Eclesiástica.
Esta historia admirable de la fe y de la gracia, imposible sin la próvida colaboración de muchos hombres y mujeres, laicos y religiosos, que respondieron con grande generosidad a la llamada de Dios, nos interpela ahora vigorosamente para abrirnos a una pregunta capital: frente a los desafíos tan complejos de la realidad que vivimos, ¿qué nos corresponde hacer a nosotros como en este momento de la Historia? Entre otros signos de los tiempos que nos demandan integrar un diálogo eclesial en apertura de servicio al mundo, podríamos señalar:
- El cambio cultural que, en esta zona de intenso dinamismo fronterizo, genera un modelo de comunicación social sumamente superficial y consumista y marca las costumbres y el modo de pensar de muchos hombres y mujeres de nuestra región.
- Los amplios flujos migratorios, que definen el constante y acelerado crecimiento de nuestras ciudades, determinan su inestable fisonomía y producen enormes injusticias y perturbaciones muy graves en el ámbito familiar y en la práctica religiosa de nuestras sociedades.
- Las distintas y hasta contradictorias formas de asumir la memoria histórica y de impulsar y proyectar el desarrollo armónico de esta región tan dinámica y contrastante.
- La globalización, el secularismo, la pobreza creciente y el deterioro ecológico en las grandes ciudades, así como la violencia y el narcotráfico, los flagelos de nuestra sociedad.
Existen muchos sufrimientos que desembocan en una enorme sed de vida. Hay un grande vacío y una urgente necesidad de respuesta a la interrogante fundamental acerca del sentido y el valor de la vida humana. “El criterio en el que debe inspirarse nuestra respuesta no puede ser otro que el respeto de la gramática escrita en el corazón del hombre”. Nos hallamos, por tanto, ante un enorme desafío frente a una sociedad marcada por el temor y la desesperanza. Nuestra misión es recuperar las raíces de nuestra civilización y ser así testigos de esperanza.