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Revista Tamma Dalama: “INCLUSIÓN SOCIAL Y DEMOCRACIA: CONTRADICCIONES, LIMITACIONES Y POSIBILIDADES” escrito por Manuel Figueroa

Escrito por Tamma Dalama, Universidad Mundial. en Lunes, 23 Julio 2018.

 

Manuel Figueroa-Unda PhD

Profesor   California School of Professional Psychology at Alliant International University

 

Professor Figueroa-Unda was born in Valparaíso, Chile. He completed his primary and secondary education in the city of Viña del Mar, Chile. He earned a Bachelor's degree in biology and chemistry and a teaching credential at the Catholic University of Valparaíso, Chile. He became Director of School education at the same University from 1971-1973. In 1973, Dr. Figueroa continued graduate studies at Stanford University, where he completed two master's degrees and a  PhD in comparative international education.. He was Professor at the Universidad Iberoamericana and University of Guanajuato and Advisor of the Secretary of Programming and Budgeting in Mexico  from 1978 until 1980. In 1981, Dr. Figueroa became an instructor at the Department of Chicano and Latin American Studies. California State University Fresno where he served as Chair for several years.  Dr. Figueroa represented his  Department as academic Senator for 15 years and also served as a member of the Executive Committee of the Academic Senate CSU Fresno, for 12 consecutive years. Dr. Figueroa is currently Emeritus Professor at the State University of California, Fresno.

Dr. Figueroa is  also a Professor in the doctoral program in clinical psychology at California School of Professional Psychology dependent on Alliant International University, Fresno since 1986. Dr. Figueroa is responsible for PhD thesis, teaching foundational courses in that program, as well as a very active researcher in the area of social and cultural psychology.

 

 

Resumen

Diversas variables ha sido analizadas al tratar de resolver el problema de incluir dentro de las dinámica social a grupos que han sido históricamente marginados, entre ellas la naturaleza de la exclusión y sus indicadores, la estructuras económicas socio-políticas y culturales que potencialmente la explican, y los factores materiales que condicionan tal situación.

Por una parte, la elaboración de programas de acción que se han generado a partir de consorcios gubernamentales y consensos  con organizaciones no gubernamentales en diversas naciones, tales como Australia, Nueva Zelanda y el Reino Unido, entre otros, basados en diagnósticos e índices que prueban irrefutablemente la creciente marginación de grupos sociales, así como la movilización de esos sectores reclamando mejores condiciones de vida y demandando una mayor participación en el proceso de toma de decisiones.  Por otra, se ha desarrollado un interesante debate ideológico y teórico acerca de los supuestos que guían tales planes y procesos y por ende, las potenciales limitaciones que programas de este tipo tienen en términos del cumplimiento de los objetivos planteados.  Es importante develar el paradigma o visión explicativa que orientan tales programas. La discusión acerca del estado como conciliador y resolutivo se encuentra demarcado por dos variables puntuales. En primer término, los límites de los sistemas democráticos en  enfrentar tales problemas y en segundo término, el rol de poder económico, político y social en determinar tales deslindes. De ahí la importancia de analizar el carácter de la representación política de los diversos grupos sociales en el proceso de planeación y toma de decisiones.

 

Introducción

      A partir de los años 90 y especialmente durante esta década del siglo XXI, el tema de la exclusión de grupos sociales de la vida activa de las naciones del mundo y las políticas para resolver tal problema han dominado el dialogo de gobiernos, organizaciones no gubernamentales y círculos académicos. La emergencia de la globalización como contexto para la reorganización de la división internacional del trabajo, la neo-liberalización de las gestiones del Estado y su consecuente impacto en el aumento de la desigualdad de oportunidades, así como las agudización de las disparidades en los ingresos económicos  de los ciudadanos de los países periféricos, han otorgado nuevas urgencias a tales debates para paliar tales problemas. Ejemplos que resaltan la importancia del tema pasa por los genocidios en los países de África  y el oriente Medio y sus efectos en las dislocaciones geográficas y poblacionales ocasionada por las recurrentes crisis económicas, políticas y étnicas en el Tercer Mundo, las guerras de “limpieza étnica” en diversas partes del globo; como también el resurgimiento del prejuicio y discriminación para inmigrantes en países que en el pasado eran considerados como abiertos. Diversas estrategias han sido propuestas para estimular la inclusión de grupos socialesmarginados. Este ensayo examinara los supuestos teóricos que guían tales esfuerzos de tal manera de discutir sus posibles resultados.

La exclusión e inclusión de grupos sociales (étnico, de bajo ingreso, de diversa orientación sexual, discapacitados  refugiados políticos, orientación religiosa) ha abierto el debate en los diferentes foros internacionales. Basados en crecientes evidencias acerca del deterioro de los indicadores sociales básicos a nivel global, los conflictos étnicos y movimientos reivindicativos de diversa naturaleza, las agencias multinacionales, organizaciones no-gubernamentales, empresas bancarias o productivas socialmente sensitivas,  así como círculos académicos han colocado en el tapete de la discusión las diferentes experiencias que iluminan el análisis de tal problemática.  Si bien es cierto de que este tema actualmente tiene enorme atención, la realidad es que desde tiempos pasados, la inclusión de grupos marginados ha sido el emblema omnipresente en los movimientos sociales revolucionarios del siglo 19, del siglo 20, y ahora comienza a replantearse en diversas regiones del mundo. 

     Dos grandes vertientes de análisis científico marcan la orientación de estos debates. La utilización  de uno u de otro sugiere la adopción de prácticas sociales y de creación de programas que pueden considerarse, en ciertos casos, como antagónicos y conflictivos y, en otros casos, coincidentes en términos de acciones concretas.

     La primera vertiente metodológica es la definida por el  estructuralismo-funcionalismo. Tal visión teórica sostiene que las sociedades y las culturas existen como una analogía a los organismos vivientes. Todos los seres vivientes tienen órganos que cumplen diferentes funciones que permiten a tales entidades sobrevivir y reproducirse. Para que estos procesos biológicos tengan lugar es necesario que tales órganos estén conectados con los otros de tal manera de que exista homeostasis. Las sociedades son como organismos que requieren que todos sus componentes (justicia, medios, educación, gobierno, salud, etc.) estén interconectados y en equilibrio. De esta forma las sociedades pueden cumplir sus objetivos de sobrevivir, reproducir y crecer. La existencia de deficiencias en algún órgano o componente de las sociedades debe ser identificado y rectificado de tal manera de que esa sociedad siga “sana”. Este sistema es de enorme complejidad y requiere una conexión entre el individuo, su grupo familiar, sus grupos sociales primarios y secundarios, así como con las instituciones sociales meta- individuales tales como la justicia, religión, instituciones de toda índole. La constante interacción de estos estamentos es los que se ha definido como sistematicidad social. La existencia de diferentes funciones que corre latan con el sistema, necesita de prácticas individuales y grupales llevadas a cabo por comportamientos sociales e individuales que deben tender a ser homogéneos, es decir, los miembros de tal sistema deben aceptar normas y creencias que deben ser internalizadas a través de diversos “agentes” para la funcionalidad del sistema se mantenga. Definimos este proceso como conformismo social, el conjunto de comportamientos reforzados a través de premios o castigos, sancionados como beneficiosos o perjudiciales al individuo y a la comunidad. De ahí el énfasis de los funcionalistas en el estudio de la psicología social, como disciplina que se dedica a explicar, controlar y predecir los comportamientos grupales y los de individuos actuando en grupos. Tal modelo tiene un conjunto de supuestos que es necesario describir: el primer supuesto de critica importancia para esta concepción es que la existencia del “statu quo” o formas establecidas de organizar sociedades es básicamente orgánica; es decir, obedece a los procesos de equilibrio para mantener tales sociedades funcionando. El segundo gran supuesto es que el sistema tiene un racionalidad preestablecida y la violación de tal racionalidad es la que puede afectar a alguna parte del sistema para que trabaje en forma óptima. Tercer supuesto es que los grupos sociales existentes en el sistema también cumplen funciones necesarias para la mantención del statu quo. Por lo tanto, los sistemas de recompensa y acceso a los servicios de la sociedad deberán estar racional y lógicamente vinculados a la complejidad y sofisticación de las funciones llevadas a cabo. De esta manera, la desigualdad social, económica, política y cultural es necesaria para poder cumplir “la división social de las funciones”. El cuarto supuesto de importancia es que la noción de progreso está vinculada al concepto de optimización de los recursos existentes en el sistema, y su traducción en una fluidez de oportunidades de acuerdo a las áreas que deben ser mejoradas.

Ciertos científicos sociales engloban este paradigma en otro básicamente antropo-psicologico. La idea de que el funcionalismo es esencialmente una teoría que explica el comportamiento individual del ser social, mientras que las visiones opuestas de este, generalmente, las teorías de conflicto o criticas se asientan en la idea del colectivismo como una explicación de conflicto o de la formación de clases sociales de acuerdo a la jerarquía de privilegios  de clase. A mi juicio, tal visión es errónea. Anteponer las condiciones culturales o dinámicas psicológicas a las relaciones materiales objetivas, es ontológicamente erróneo y conlleva una perspectiva epistemológica limitada. De ahí que la explicación de la exclusión desde una visión funcionalista no está basada en las condiciones materiales históricas, sino en las deficiencias biológicas, psicológicas y culturales de los afectados. Tales condiciones, de acuerdo a los funcionalistas  crean y reproducen  la estratificación social en las naciones.

 La segunda gran vertiente del análisis de la exclusión- inclusión enfoca su discurso en las relaciones de poder impuestas por las condiciones materiales objetivas de apropiación de las riquezas, y la construcción de sistemas sociales injustos, desiguales y de sometimiento para preservar esos privilegios. Los incluidos son definidos como aquellos que basados en la acumulación de los recursos materiales, apropian los recursos sociales y culturales de tal manera de perpetuar la desigualdad  (Toderos G. (2005)[i].

 Tales procesos son reforzados por grupos sociales que venden sus conocimientos y habilidades para mantener y aumentar la circulación de capital y por ende, incrementar la acumulación de riqueza. Tal sistema genera tensiones al seno de sociedad civil y política. Los sectores marginados por la dominación económica, social y cultural, tratan de crear condiciones que permitan una mejor distribución de los recursos de la sociedad, de tal manera de mejorar sus condiciones de vida. Las luchas sindicales, las batallas por una mayor participación en el proceso de redistribución de los recursos, la democratización de las oportunidades, han inspirado movimientos sociales que bajo las banderas del nacionalismo, socialismo, comunismo o reformismo, han marcado importantes hitos de conquistas socio-económicas, así como también periodos de fuerte sometimiento por parte de los aparatos represivos del estado.

Varias son los supuestos que las teorías de conflicto traen al tapete de la discusión. El primer supuesto es que los procesos de inclusión solo son posibles a través de la concientización y movilización de los sectores marginados. Esperar que tal inclusión provenga del Estado por su magnanimidad es simplemente ilusorio. El segundo supuesto es que toda inclusión social tiene un costo en términos de la redistribución de los recursos materiales, sociales, políticos y culturales. Tal costo debe provenir de acciones redistributivas que permita que el pastel se distribuya en forma más equitativa. Tales acciones son las que son resistidas por los sectores de privilegio, tanto en cuanto significa una merma en sus procesos de acumulación. La negociación pacifica solo es posible hasta el punto en que la redistribución de recursos afecte directamente al privilegio. Todo intercambio posterior es imposible a través de los mecanismos de representación democrática, tanto en cuanto, el poder de influencia de los sectores de privilegio es tan poderoso que coopta financiera y políticamente a aquellos encargados del proceso de toma de decisiones. El tercer supuesto de este paradigma es que los procesos de dominación no solo se dan en el terreno de los recursos materiales, sino en la esfera social, política y cultural del sistema bajo análisis.

El manejo de la información, la utilización de símbolos y significados culturales para identificar al “otro”, al marginado, al diferente como indeseable, inferior, incapaz o violento, de tal manera que su incorporación es una afrenta a los valores deseables que son definidos por los privilegiados. En nuestro país, siempre hemos tenido tales significantes tales como el roto, el cola, el flaite, la china. La semantizacion de la discriminación se ha dado en Chile desde siempre. Quien es el roto, el flaite, la china, es el indeseable, aquel que no merece estar en el mismo terreno y altura de aquellos que han creado y distribuido tales conceptos para su utilización generalizada. El prejuicio y la discriminación no son preámbulos de la desigualdad. Los comportamientos y actitudes reforzados por la educación, la religión, los medios masivos y los círculos familiares, son el resultado del complejo proceso de ideologizar y reforzar, a través de la construcción cultural y social de nuestra realidad, la exclusión de todos ellos a los cuales nombramos y etiquetamos.

De ahí que el acceso a la educación, a la cultura, a la movilidad social está básicamente filtrado por las diferencias de clase, ingreso, género, etnia, edad, discapacidad, orientación sexual. Todas ellas intersectan al momento de observar las dinámicas sociales. El cuarto supuesto teórico crítica y rechaza la visión de la desigualdad como un fenómeno atribuido a las condiciones culturales de los afectados. La visión de la cultura de la pobreza, puesta en el tapete por Oscar Lewis en los años 50, y posteriormente utilizada por las corrientes modernizantes de las ciencias sociales, tiende a culpar a la víctima, y por ende, separar a aquellos con la buena cultura de aquellos con la mala cultura. Los de buena cultura son inteligentes, motivados, emprendedores y obedientes miembros de la sociedad en general. Los de la mala cultura son aquellos que han perpetuado la flojera, desmotivación, malas costumbres y comportamientos y por lo tanto, las probabilidades de ser desviados o criminales es alta. Por ello, es mejor invertir en cárceles que invertir en educación,  en oportunidades de mejor vida, puesto que sus culturas y estilos de vida no les permiten salir de su condición negativa. La crítica a tal percepción es  documentada. No solo la sociedad define al marginado, sino que además lo identifica, es decir le provee de atribuciones de que refuerzan y justifican su condición de excluidos. Como tales atribuciones son aceptadas y reproducidas socialmente, el “atribuido” se comportara de acuerdo a tales características otorgadas. La profecía de auto-cumplimiento. Se les  castiga por su condición, sin tomar en cuenta las condiciones objetivas materiales e históricas que han permitido que la condiciones de opresión y anomia se perpetúen a través de malas escuelas, falta de condiciones mínimas sanitarias, falta de acceso a entrenamiento y fuentes de trabajo que permitan salir de la pobreza o de las condiciones de opresión que existen.

 

Las bases criticas de análisis

El contexto socio-histórico de la discusión actual

El autor del presente ensayo ha sido testigo de la reinvención y recreación de los mismos modelos de análisis en las ciencias sociales en los últimos 50 anos. Hace 30 años atrás, en una conversación con James Cockroft, nos lamentábamos de la carencia de modelos explicativos que fueran lo suficientemente poderosos que permitieran crear supuestos básicos para explicar las nuevas  dinámicas políticas y sociales en forma coherente y consistente. Tal pesimismo coincidía con la triunfalista conceptualización del fin de las ideologías,  que en otras palabras declaraba y justificaba el dominio lógico del libre mercado, los méritos del liberalismo y neo liberalismo como formas de práctica política y económica. Coincidía con la crisis del socialismo-comunismo y el fin de las economías socialistas con contadas excepciones, la consolidación del capitalismo global, las nuevas formas de distribución internacional de los recursos y las  relaciones laborales, la creciente acumulación del poder por las multinacionales, así como la agudización de la desigualdad económica y la explotación de la mano de obra disponible en los países denominados ahora emergentes. Las conceptualizaciones neo-marxistas entraron en un periodo de reflexión  en la cual los conceptos de lucha de clases fueron reemplazados por otras consideraciones tales como el deterioro de los sectores medios, la crisis ambiental y la emergencia de las luchas étnicas a través del mundo, así como los derechos ciudadanos para aquellos que eran reconocidos como minorías.  La noción de clase obrera fue declarada passe dado el monumental cambio en las relaciones internacionales del trabajo,  el desmantelamiento  de las organizaciones sindicales y la criminalización del pensamiento marxista. Ser de izquierda se transformó en la antítesis  de lo que significo en las décadas de 50,60 y 70 y 80.

Los modelos neoliberales que se implantaron en los países de la región en las décadas de los 70 y 80 desfiguraron el modelo de Estado que se estableciera a mediados del siglo 20, privatizando los bienes considerados de carácter nacional, desmantelando las estructuras de asistencia  de salud, educación, empleo y habitación , y limitando la participación social, dejando a la población más vulnerable en precarias condiciones de subsistencia, y a merced de estructuras de explotación que disminuyeron el valor de los salarios a niveles subhumanos.  Por otra parte, las naciones que habían iniciado procesos de industrialización y elaboración de productos de consumo, con alta protección arancelaria por parte del Estado, sufren las transformaciones de la nueva realidad neoliberal de libre competencia tanto de productos como de capitales. Gran parte de las empresas industriales medias no están capacitadas para competir y sucumben ante la entrada de productos de mejor calidad y más bajo precio. La globalización de los mercados de consumo apropiados por las empresas multinacionales, acelera la transferencia de las industrias contaminantes a países sobrepoblados y por ende, con bajo costo laboral. La idea de una economía de oferta que dirige la demanda, transforma las formas de vida de los países de la región dando comienzo al consumismo masivo y competitivo. Lo que pareciera una contradicción entre pobreza y abundancia, es solamente aparente. La nueva pobreza de la región es la pobreza del endeudamiento y la rapiña  crediticia que,  a través de consumo estimulado por la propaganda y la promesa de felicidad, perpetua la pobreza convirtiéndola ahora en factor de acumulación de plusvalía a través de intereses usureros.

La consolidación del capitalismo globalizado crea oportunidades para abrir los mercados previamente locales  al resto del mundo, convirtiendo a las naciones de la región en exportadores de sus recursos más codiciados por el mundo desarrollado, con el subsecuente florecimiento de la división internacional del trabajo y la producción, reforzando las condiciones de dependencia y de explotación laboral ya comentada. Tal situación también crea contradicciones al interior de los procesos productivos de las naciones. El clamor por la creación de industrias que satisfagan las necesidades regionales por parte de los ciudadanos, el crecimiento de la economía subterránea y alternativa de la droga, el desquiciamiento de las condiciones ambientales por los abusos de explotación estimulados por el demanda mundial, el desplazamiento poblacional debido a las dislocaciones políticas, económicas y culturales creadas por la nueva realidad globalizada y neoliberal.

 

Las contradicciones de la globalización y sus consecuencias en la inclusión social         

El contacto directo visual y sensorial con las culturas de los países desarrollados ha transmitido estilos de vida, aspiraciones y formas de pensar que podrían ser interpretadas como fuerza de homogenización bajo la preeminencia del mundo occidental capitalista.  Tal realidad no puede ser desconocida.  Sin embargo tal proceso conlleva contradicciones de importancia. Por una parte, la creciente movilización de los sectores marginados por el reconocimiento de sus identidades y la reivindicación de sus derechos. Derechos a ser respetados por sus distinciones de lengua, cultura, formas de convivencia, formas de religiosidad y las consideraciones de género. Es decir, la idea de la existencia de naciones étnica y socialmente plurales, históricamente discriminadas como resultado  del colonialismo y la adopción de un capitalismo dependiente, es resultado de la creciente concientización de la necesidad de inclusión, entendida como participación efectiva en la construcción de un estado más equitativo y realmente democrático.

 La creación de espacios de manifestación, creación y organización de sectores de las sociedades latinoamericanas tales como los pueblos originarios y su derechos no solo culturales, sino económicos, la emergencia de los grupos discapacitados demandando igualdad , los derechos a plena ciudadanía de la comunidad gay, lesbiana, transexual y bisexual, las luchas de genero para un igual tratamiento ante la ley, los reclamos de las generaciones más jóvenes que observan que el modelo neoliberal de promoción social tiene un costo que es mayor que el beneficio personal y familiar, comienzan a llenar la agenda imaginaria y de acción política y cultural en los países de la región. El siglo XXI bien puede ser llamado como el siglo de la reivindicación de los agravios históricos sociales y su emergencia como temas de discusión en el quehacer nacional. La cuestión a tratar es si tales movimientos pueden tener éxito dentro de las estructuras democráticas de representación que no necesariamente son de participación.

Aquí surge el primer obstáculo para las visiones de inclusión como una forma de integrar grupos anteriormente marginados. Los sistemas democráticos, tal cual existen en nuestra región tienen límites con respecto a la participación social. Lo que se denomina democracia representativa está impregnada de las nociones liberales de representación ilustrada, es decir de la representación en el proceso de toma de decisiones de aquellos sectores sociales percibidos como ilustrados. La ilustración (término usado en este trabajo en forma particular) se refiere al hecho de que la representación democrática está determinada por los factores de acumulación social y cultural, así como, obviamente la económica. Las nociones de capital social y cultural son formas expresivas de la desigualdad en los procesos de participación en la toma de decisiones y tienen efectos de legitimización de tal proceso. Por ende, desde el punto de vista de la discusión formal sobre inclusión social, el tema que es necesario aclarar es los límites de la participación de los grupos marginados en la marcha de las naciones y en las decisiones acerca de la redistribución de los recursos socio-económicos, políticos y culturales. Cuales son tales límites? Tres  posibles respuestas que representan diferentes visiones paradigmáticas y por lo tanto, en ciertos casos, contradictorias. La primera respuesta la da el modelo funcionalista: Los límites de la participación o inclusión están dados por la homeostasis del sistema, es decir la corrección puntual de determinados sectores que no estén marchando óptimamente de tal manera de mantener el statu quo. Tal visión es la abrazada unilateralmente por todos los sistemas de gobierno existentes. La consolidación de las visiones neo-liberales son las de mantener las estructuras básicas inalterables puesto que ellas son el sostén de todo el tinglado social. En la medida que tales programas de inclusión no desafíen las relaciones de poder y los procesos de acumulación de los grupos asociados al capitalismo global, los espacios son concedidos. Las acciones que se observan dentro de este paradigma son reformas eficientistas y por sobre todo nuevas versiones de asistencialismo que básicamente pueden ser interpretadas como populismo. Tales son los límites que existen en los programas asociativos entre gobiernos, organizaciones internacionales y no gubernamentales. El cambio de las estructuras del Estado de tal modo de responder a las demandas sociales no están previstas en la realidad pero si aparecen en la retórica dominante. La interpretación que sostiene que las manifestaciones masivas en contra de las políticas y formas de gobierno neoliberal son simplemente los reclamos de la clase media,  están enmarcadas en la forma puntual en que los fenómenos sociales son analizados. Las problemáticas realmente estructurales son dejadas de lado.

Una interpretación más sistémica de la inclusión social se identifica a través de la ideología de la justicia social. Desde la perspectiva de las ideologías de la justicia social, el respeto y la implementación de políticas que protegen los derechos humanos,  aumenta el igualitarismo de oportunidades, protege dignidad y justicia para todos es el principal objetivo a perseguir. Los intereses de carácter económico no son primordiales. Este modelo enfatiza las acciones que estimulen la organización, la participación y el compromiso de la comunidad en su propio desarrollo. Esta también puede estar ligada a las nociones de comunidad sustentables (Langworthy, 2008, p. 57) y contextualizado dentro de los conceptos paradigmáticos de participación (Eisler, 1987, 2001). Para ejemplificar la perspectiva participativa es la idea que la inclusión social se refiere a la capacidad de "participar en las actividades claves de la sociedad en la cual se insertan (Saunders, Naidoo & Griffiths, 2007, p17). Esta visión de carácter humanista, sostiene que la inclusión resulta del esfuerzo comunitario por participar en la sociedad y crear habilidades y destrezas necesarias para competir exitosamente en ella. Este paradigma critica ciertas estructuras que debilitan la participación, pero no incluye como componente significativo los conceptos de poder, desigualdad y transformación social. En otras palabras, tal visión tiene un marco funcionalista y de participar dentro de las estructura existentes en procesos de cambio puntuales.

La tercera visión sostiene que los límites de inclusión están determinados por los niveles de organización, movilización y confrontación pública y protesta de los sectores “excluidos. Esta visión del avance social a través de las luchas sociales, sindicales, estudiantiles, étnicas ha existido desde siempre. Enfrentar el statu-quo y forzar la inclusión en la sociedad son parte del proceso dialectico de los movimientos sociales en América Latina. Varios son los obstáculos que tal movilización enfrenta. Por un parte, el centrar la discusión en el problema del poder y la redistribución de la riqueza, y segundo, el llevar cabo tal tarea sin las herramientas que el Estado tiene a su disposición para regular y delimitar tal discusión. Los grupos excluidos históricamente tienen que luchar no solamente por su participación activa en la marcha del Estado, sino que tiene que batallar por obtener espacios sociales, culturales y políticos donde tales situaciones puedan ser compartidas y hechas públicas. El espacio público se transforma en otro de los escenarios de  confrontación.

Los espacios públicos permiten la intersección de intereses de los diversos grupos excluidos. Ya no es solo la lucha obrera y estudiantil; ahora es la lucha obrera, estudiantil, étnica, orientación sexual, de género, los desposeídos, discapacitados y ambientalistas. El poder crear visiones orgánicas de participación de grupos tan diversos resulta ser un desafío que requiere de una dialéctica que permita unificar  aspiraciones, intenciones, intereses y acciones.

Durante los años 60 se discutía en forma muy profunda acerca de los aparatos represivos del Estado. Las visiones marxistas, althusesristas y gramscianas indicaban que el estado no era el Estado de toda la nación sino el estado de las clases dominantes que utilizaban sus estructuras, judiciales, culturales, educativas y religiosas como una forma de imponer el orden dominante y explotador en las sociedades. Tal discusión ha cambiado de pintura pero no de edificio. El rol del estado se mantiene como un instrumento de regulación y dominio. Por lo tanto los límites de la inclusión social son los límites de la democracia aceptada y sancionada por los sectores sociales “ilustrados”. Lo que vaya más allá de tal desafío debe ser eliminado a través de los mecanismos existentes; la cooptación, la confusión, el ostracismo y rechazo social o bien, como ya se ha demostrado a través de la historia, la represión militar. Si bien es cierto los autores posmodernos han enfocado sus análisis en las contradicciones al interior del estado mismo, tal cuestión no es resuelta en los aparatos jurídicos y legislativos del Estado, sino en los espacios que los grupos son capaces de apropiar en la sociedad civil para definir y articular sus reclamos y planear las acciones que puedan afectar la marcha de la sociedad política. La mayor crisis que se observa después del triunfalismo neoliberal, es la crisis de la sociedad política en representar a la sociedad civil emergente y sus agravios de tal forma de convertir el sistema democrático en un sistema de participación real y efectivo. Es claro que la creación de un estado democrático y participativo está en abierta contradicción con el estado neoliberal y de cúpulas políticas que se ha asentado en los países más importantes de la región.

Por lo tanto como podemos configurar el tema de la exclusión-inclusión social en este marco analítico? Este es el siguiente tema.

La inclusión y exclusión social: ?Por qué ahora?

De acuerdo a Walker y Walker, la exclusión es: "una formulación integral, que se refiere al proceso dinámico de ser marginado, abandonado, total o parcialmente, de cualquiera de los sistemas sociales, económicos, políticos o culturales que determinan la integración social de una persona en una sociedad" (Walker y Walker, 1997:8). Una definición alternativa con matices diferentes es la ofrecida por Hauke Hartmann y  Schraad-Tischler ( Hartmann and  Schraad-Tischler, 2003

 Definimos la inclusión social como el nivel de desarrollo socioeconómico (reducción de la pobreza y la desigualdad), la extensión de redes de seguridad social (las políticas del gobierno para compensar los riesgos sociales y aliviar las desventajas) e igualdad de oportunidades (la ausencia de discriminación), estabilidad política (que incluye al monopolio en el uso de la fuerza), estado de legitimidad (grado al que se acepta la legitimidad del Estado-nación)y la intensidad del conflicto (grado de polarización, la movilización masiva y la violencia política). Para los países de la OCDE, se introduce un conjunto de puntuaciones de la SGI ligeramente diferente bajo el título de la justicia social, que incluye la prevención de la pobreza, el acceso equitativo a la educación, participación de mercado de trabajo, cohesión social y no discriminan, salud y justicia.

El concepto de exclusión social resuena fuertemente debido a que identifica a los que han sido directamente afectados por la forzada marginalidad, incluidos a los que: se niega el acceso a los valiosos bienes y servicios en la sociedad debido a su raza, género, religión, discapacidad, etc., recursos adecuados  para ser contribuyentes eficaces  de la sociedad; y aquellos que no son reconocidos como participantes plenos e iguales en la sociedad (Saloojee, 1999[ii]. Las raíces de la exclusión son profundos, históricos y de hecho se reproducen continuamente en viejas y nuevas formas en la sociedad contemporánea. Freiler ha identificado múltiples y variadas fuentes de exclusión, incluyendo: estructural y económica (condiciones económicas inicuas; salarios bajos, mercados de trabajo duales y segregados etc.); Opresión histórica (colonialismo); La ausencia de discriminación institucional/cívica, no aceptación de reconocimiento jurídico y político, por lo tanto la Autoexclusión (Freiler, 2001:13).[iii]

A partir de los años 90 y especialmente durante esta década del siglo XXI, el tema de la exclusión de grupos sociales de la vida activa de las naciones del mundo y las políticas para su aminoramiento han dominado el dialogo de gobiernos, organizaciones no gubernamentales y círculos académicos. La emergencia de la globalización como contexto para la reorganización de la división internacional del trabajo, la neo-liberalización de las gestiones del Estado y su consecuente impacto en el aumento de la desigualdad de oportunidades, así como las agudización de las disparidades en los ingresos económicos  de los ciudadanos de los países periféricos, han otorgado nuevas urgencias a tales debates.

En los países de mayor desarrollo económico, el tema de la exclusión se ha centrado en la reflexión general acerca de la situación de marginación de los grupos originarios de tales naciones. En segundo término la inmigración masiva de desde el Medio Oriente y África hacia las naciones que anteriormente eran colonialistas, en un principio eran toleradas debido al crecimiento económico de tales naciones y la necesidad de mano de obra barata. El estancamiento de las economías europeas y su quiebre recesivo volvió a encender  el fuego del prejuicio y discriminación y la progresiva criminalización del inmigrante., especialmente si tales grupos tienen raza y cultura diferente a la predominante en Europa. De ahí que gran parte de la discusión acerca de la inclusión se centra en las diferencias culturales y étnicas prevalecientes y sus efectos en los inmigrantes y en la sociedad. El acomodamiento de tales comunidades en culturas diferentes genera conflictos de aculturación, en la medida que las naciones que acogen a los inmigrantes, esperan que tales grupos se asimilen a las formas de vida social y cultural prevalentes. Sin embargo, el precio de tal ajuste es alto. El racismo y la discriminación hacia aquellos que son diferentes  causan  que tales grupos, en muchos casos, sin las herramientas para poder defenderse, sean marginados produciendo en su seno frustración, desilusión, pobreza y anomia. De acuerdo a Berry, el proceso de adaptación de a una nueva cultural produce cambios emocionales, psicológicos y de formas de vida que generan stress, depresión y en muchos casos, problemas crónicos de adaptación. Lo que se denomina stress de aculturación, ampliamente estudiado y documentado en la literatura de la psicología social. Los factores que inciden en la mayor o menor aculturación son diversos: Primeramente, mientras mayor es la similitud racial y cultural entre la sociedad que recibe y los que llegan, más rápida será su asimilación, mientras mayor es el capital cultural de los inmigrantes, mayor es su posibilidad de adaptación. En el mundo influenciado por Occidente, el valor de la blancura racial es predominante y confiere mayor status y privilegios comparados con aquellos de color. El impacto del colonialismo en América Latina se ha manifestado en el racismo y marginación hacia los pueblos originarios y la subordinación de aquellos cuya gradiente de color es diferente a la blanca. Otro factor de importancia es la similitud religiosa que impera entre los inmigrantes y los “nativos”. Los estilos de vida que ciertas religiones imponen a sus seguidores desarrollan resistencias por parte de aquellos que no la siguen.  Una mayor ampliación sobre este tema se ofrecida por  Hilary Silver and S.M. Miller en “Social Exclusion: The European Approach to Social Disadvantage” (Silver & Miller, Indicators 2003[iv].  Al mismo tiempo, recomiendo un excelente análisis de la exclusión presentado por Amartya Sen titulado Social Exclusion: Concept, Application, and Scrutiny  (Sen, Amarty, 2000)[v]

         La visión de la cultura como agente de exclusión ha sido estudiada  preferente mente por la psicología social. Uno de los principales teóricos acerca de los procesos inclusivos culturales es John Berry.  De acuerdo a Berry, el proceso de aculturación tiene cuatro posibles resultados. Integración, Separación, Marginalización y Asimilación (Berry, 1992) dependiendo de cuál grupo (dominante o subordinados) seestá considerando. Desde el punto de vista de grupos subordinados, se habla de Asimilación cuando los individuos no desean mantener su identidad cultural y buscan identificarse con la cultura dominante. Por el contrario, se define como separación cuando los individuos valoran su cultura original y se evita la interacción con la dominante. Cuando la sociedad dominante acepta e tolera o incluye a la cultura inmigrante, Integración es la opción.  Tal aceptación se manifiesta en la libertad de culto, estilos de vida y diaria interacción con la cultura dominante sin mayores síntomas de prejuicio o discriminación. Por último, cuando hay pocas posibilidades o interés en valorar la cultura original (a menudo por razones de pérdida forzada de los atributos originales) y poco interés en tener relaciones con otros (a menudo por razones de exclusión o discriminación) entonces tal proceso se define como Marginación (Barry, 1992).

La definición, ampliamente utilizada en las ciencias sociales, tiene un supuesto que ilumina los procesos de exclusión e inclusión. Por una parte, tales definiciones tienen el substrato funcionalista que la sociedades deben mantener un equilibrio  o homeostasis y por lo tanto, deben etiquetar a aquellos que dentro del abanico plural están dispuestos a integrarse a las sociedades tal y como son. Es cierto que los teóricos de la aculturación reconocen las condiciones diferenciales de poder entre los grupos dominantes y subordinados, pero excluyen el conflicto y las luchas por la participación de los sectores sociales emergentes. Tales modelos tienen un carácter descriptivo, pero carecen de poder analítico acerca de las dinámicas que se originan cuando culturas diferentes se enfrentan entre sí. Los procesos de inclusión se observan como evolutivos cambiantes a través del tiempo. Pero, en la mayoría de los análisis, el proceso de  asimilación aparece como inevitable. Es decir los grupos emergentes deben acomodarse a las condiciones impuestas por la sociedad dominante.  Los modelos funcionalistas evitan tratar el análisis de la inclusión como resultado de las fuerzas históricas que han originado las desigualdades raciales, religiosas, lingüísticas, de género y estilos de vida. De ahí que tales teorías son limitadas y de bajo poder predictivo.

Por otro lado, el estudio de las dinámicas de aculturación tienden a centrarse en el aculturante y de ninguna manera caracteriza las dinámicas generadas por la sociedad dominante para determinan quien es aceptado, quien es rechazado y quien debe esperar  ser aceptado. Tal como se detallara anteriormente, la víctima es la analizada, dejando de lado el rol del dominador en tal proceso.

Los programas dentro de este esquema tienden a centrarse en el desarrollo de aquellas habilidades  que permitan al inmigrante sobrevivir en la sociedad que recibe. Por ejemplo adquisición del lenguaje dominante, desarrollo de destrezas que permitan al inmigrante integrarse al mundo laboral.  En algunos casos, el desarrollo de legislación que impida la discriminación abierta del inmigrante. Sin embargo, las raíces profundas del prejuicio, el racismo, el sexismo y la homofobia no son atacadas eficientemente, tanto en cuanto estas son percibidas como comportamientos y actitudes que van cambiando con el tiempo y que requieren paciencia y conformismo.

Tales son las contradicciones que se observan en los programas de inclusión creados por los sistemas en el poder. Se trata de asistir con esfuerzos que son necesarios, sin duda alguna, pero no suficientes para lograr participación y mejor distribución de los recursos del Estado. El libreto es el mismo, lo que ha cambiado son los actores y las circunstancias en las cuales las actuales demandas se insertan. Examinemos el libreto primero... Sin embargo, la discusión que tiene lugar el día de hoy presenta perfiles diferentes comparados con el pasado, a pesar de que las metodologías de análisis permanecen estables.  La utilización del concepto de exclusión social se remonta a Francia en la década de 1970 como respuesta a los problemas de mantenimiento de las condiciones de vida adecuadas para aquellos dejados atrás por el crecimiento económico (Ebersold 1998). En el año 1989, la Comunidad Económica Europea (CEE) declaro que la exclusión social es uno de los factores que impacta los derechos civiles de sus habitantes. Posteriormente n 1990 se estableció el Observatorio Europeo de las Políticas Nacionales para combatir la exclusión social sosteniendo que tal situación viola  "los derechos básicos de ciudadanía a un nivel mínimo de vida, así como la participación en  las oportunidades sociales y económicas más importantes en la sociedad" (Barata 2000: 1). 

La interacción entre exclusión y discriminación  es analizada por  Castells que sostiene que tal interacción  no puede ser explicada sin incluir la identidad cultural, racial, étnica etc. de los subordinados en lo que el autor denomina  “la afirmación "defensiva" de la identidad” (Castells, 1997). En otras palabras la discriminación es identificada, es decir tiene diversas vertientes que la originan, y tales vertientes se insertan en la identidad del subordinado y como tal también define la resistencia y las manifestaciones del inmigrante. La afirmación de una identidad contra la discriminación y exclusión a su vez crea un sentido de cohesión social que ya no se basa simplemente en el deseo de aferrarse a eso que es único. Cohesión social atraviesa  por la  identidad inter grupo y  la solidaridad intra grupo para desafiar el discurso dominante. Esto es precisamente lo que Giddens se refiere a cuando habla de "democracia dialógica" basada en un respeto mutuo, una comprensión compartida de los efectos de la exclusión y la marginación y el surgimiento de solidaridad: "democracia dialógica... se refiere a promover del cosmopolitismo cultural y es un componente principal de la conexión de la autonomía y la solidaridad... la democracia dialógica alienta a la democratización de la democracia en el ámbito de la política liberal democrática." (Giddens, 112).

Un forma alternativa de visualizar las tendencias ideológicas que explican las diferentes visiones de lo que la inclusión debería ser es la ofrecida por Gidley, Hampton Wheeler & Bereded- Samuel. [vi]. Tal modelo ofrece tres diferentes orientaciones hacia las políticas de inclusión. La primera es la orientación neoliberal, ya explicada anteriormente. En este esquema se presentan las ideas principales y los conceptos más utilizados. La segunda visión de carácter posmoderno, el modelo de justicia social, introduce el paradigma  interaccionista que tiene raíces neo-weberianas y emergen de la experiencia europea y americana de los 70, 80 y noventas, como resultado de la reconstrucción teórica de la acción social, alejándose de las visiones de conflicto e introduciendo factores psico- sociales en su análisis.

El tercer modelo proviene de una vertiente neo-marxista y en consonancia con los actuales movimientos sociales de protesta sobre las condiciones impuestas por el capitalismo globalizado y el fracaso de las políticas neoliberales en la eliminación de la exclusión y la desigualdad y la necesidad de cambios estructurales que permitan mayor acceso, mayores oportunidades y la creación de sistemas sociales  más sensibles y satisfacer las necesidades de la población. Esta tercera visión, está  basada en las nociones de apropiación del capital social, cultural y económico por parte de grupos de poder y su resistencia a permitir una mejor distribución de los recursos. Al mismo tiempo, este modelo se mueve fuera de la esfera del conformismo y gradual inclusión, demandando cambios estructurales en el corto plazo

 

 Gidley,J.M, Pampson,G.P, Wheeler,L, Bereded-Samuel, E. Social Inclusion: Context, Theory and Practice. The Australasian Journal of University-Community Engagement. Vol 5, No 1 , pp6-36.2010

 

Los procesos de democratización en la región han sido alabados por las agencias internacionales y por portavoces de las naciones desarrolladas. Sin embargo, tales evoluciones son enormemente optimistas. Los procesos de representación tradicionales no incorporan nociones básicas de participación ciudadana y comunitaria. Los sistemas de representación tergiversados e impuestos para mantener posiciones de poder y dominación han entrado en abierta crisis. El debate ahora se centra en la inclusión de sectores populares en el proceso de toma de decisiones y en los derechos y obligaciones que se tienen ante un Estado que debe cambiar de tal manera que pueda satisfacer las demandas históricas y generacionales. El sistema de representación democrática tal cual existe en muchas de las naciones de la región es excluyente e incapaz de satisfacer las demandas por justicia, igualdad de oportunidades y acceso a servicios reclamados por la mayoría de los ciudadanos. El gobierno de los pocos, para los pocos y por los pocos está siendo desafiado en todas las esferas de la sociedad civil. La elite política no tiene el poder de reaccionar sistémicamente ante tales desafíos.

Hablar hoy en día sobre exclusión e inclusión en la forma que aparece en los foros internacionales es básicamente la reinvención de visiones, teorías y conceptos que fueron manejados en la década de los 60 en la región. Claramente, traer este tópico a nuestro ámbito de reflexión es afirmar los que ya se sostenían los viejos líderes laborales y sindicales. La lucha sigue siempre, sin descanso. Un paso adelante y dos pasos atrás.  Las políticas de inclusión y de participación de diversos sectores sociales han estado presentes en la región  por largos periodos de tiempo. Los procesos sociales en América Latina han estado marcados por innumerables casos de intentos de inclusión en los quehaceres socio-económicos, políticos y culturales de la región, en gran parte de los casos con resultados devastadores para los sectores movilizados y, por otro lado, en la decepción ante estrategias que prometían progreso, justicia y una democracia abiertamente participativa para que, a través del tiempo, descubrir que las formas de opresión vuelven a ser implementadas, aun bajo el nombre del socialismo y la participación popular .

 Desde las luchas obreras y campesinas de comienzos del siglo XX, la implementación de políticas sociales de redistribución definidas como el Estado de Bienestar, hasta la emergencia de los movimientos sociales reivindicativos de derechos civiles básicos de finales del siglo veinte y veintiuno, han sido un componente crucial para entender los procesos históricos de las naciones de la región, la búsqueda de formas que aseguren la igualdad, la fraternidad y la solidaridad está abierta a los tiempos por venir..

 

 

 

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