Rosa de los vientos
“When a man says no to champagne, he says no to life”
Julien (The Deer Hunter, 1978)
Generalmente evito escribir sobre algunos temas. No me gusta arrojar más carga al de por sí abrumador flujo de información donde corren ríos de tinta y cuajarones de opiniones sesudas y autorizadas flotando entre comentarios mordaces, retórica repetida por los medios e inoculada en la mente del consumidor – cómplice – usuario – víctima.
Practico una especie de autocensura por hartazgo.
Sin embargo, cual navegante, me he visto delimitado recientemente por cuatro puntos en el mapa de mi vida diaria. Pudiera evitarlos, sacarles la vuelta y dejarlos para las charlas que tengo con Jack – mi perro – en el traspatio semidesértico del fraccionamiento clasemediero donde a veces duermo.
Entre el fin de semana y hoy, martes o miércoles, leí – por fin – un libro que por no estar con el ánimo adecuado postergué más de tres veces. Casi al mismo tiempo me conminaron a ver una película reciente que estando en cartelera no llamó mi atención a pesar de un elenco joligudense y multipremiado, puras fichitas. Y si de películas en casa se trataba, contesté la invitación con una viejita… de esas que no pudiste ir a ver en estreno por que eras niño, la clasificación no te permitía entrar o los estrenos en Beta, VHS, DVD o Blueray te habían agarrado distraído. Remataron la jornada los eventos masivo – musicales de las fiestas patronales criticados durante la organización pero a los que acudieron todos, propios y extraños.
El norte bien puede ser el libro.
Yonqui[i], o más bien “Junkie” escrito en 1953 por William S. Burroughs bajo el seudónimo de William Lee. La obra es una colección de anécdotas seguramente autobiográficas de Billy B., todas ellas asociadas al consumo de heroína y otras sustancias y su deambular por Nueva York, Luisiana, Texas y México antes de ir – en la realidad del autor – a Sudamérica en busca de alternativas psicotrópicas. Con un lenguaje menos crudo que el original por haber sido traducido al castellano, la prosa es cansada y atorrante, enferma, desolada, cual debe ser la vida del adicto en pleno síndrome de abstinencia.
No tiene principio ni final. El personaje principal es “la droga” y los secundarios la angustia, la culpa, el delito y la moral. Los consumidores y los representantes de la ley son incidentales, casi utilería como también lo son las jeringas, las botellas, las armas, los autos y las calles sórdidas. No hay nudo, no hay desenlace. Es una obra muy dañada pero como ella – la droga – difícil de dejar pues a cada momento te lleva más adentro y retando a ver de que son capaces el autor y tú: Él escribiendo para corromperte y tú leyendo hasta dónde aguantes sin asquearte, o deprimirte o salir corriendo a comprobar lo que cuenta.
Rescato, de lo mucho rescatable tanto literaria como situacionalmente, algunos párrafos que pudieran ser anotaciones del psiquiatra en el reporte de investigación, o en la hoja de tratamiento del paciente Lee, William.
“… Esta es la pregunta que se plantea con más frecuencia ¿Qué hace que alguien se convierta en drogadicto? La respuesta es que, normalmente, nadie se propone convertir en drogadicto. Nadie se despierta una mañana y decide serlo”
O qué tal donde cuestiona uno de los vicios socialmente correctos, o tolerados:
“… Todos los días se cometen delitos por borrachos que jamás habrían obrado así estando sobrios”. Y si no, hagan cuentas con los accidentes en nuestras vialidades, o los reportes en la nota roja.
Extractos muy buenos, reveladores, más el que se lleva las palmas es este:
“Así que concerté una cita con el político y fuimos a su despacho. Sacó el material de una de las carpetas de un archivador y lo puso sobre el escritorio al lado de una automática del 45… Mientras tanto, no paraba de entrar y salir gente del despacho. Nadie nos hizo el menor caso, y eso que estábamos sentados en el sofá con las mangas remangadas y buscándonos una vena para pincharnos. En el despacho de un político mexicano puede ocurrir cualquier cosa”
La última línea fue escrita, hay que recordar, en 1953. Y obviamente, ya no sucede eso, es historia pasada.
Termina el libro con una frase fatalista que suena a contrición y a impotencia, también a justificación y a declaración de desahucio:
“Colocarse (drogarse) es ver las cosas desde un ángulo especial. Es la liberación momentánea de la carne temerosa, asustada, envejecida, picajosa”
Vaya pues con el norte tan frío y tan lejano.
El oeste y el este serán dos películas, filmadas con 35 años de diferencia.
El este será Pennsylvania o Vietnam como escenarios para Robert de Niro y Cristopher Walken en “The Deer Hunter”[ii] dirigida por Michael Cimino en 1978. La gloria, el infierno y el purgatorio para hombres norteamericanos de clase baja, obreros animosos que beben como cosacos y se enlistan para defender al país que los acogió en una guerra absurda – como todas – contra una nación peninsular en plena escisión; una ironía más: los hijos americanos de rusos inmigrantes contra los orientales financiados, entrenados y armados por sus mismos parientes rusos, aquellos que se quedaron en la madre patria. Una guerra, una derrota, muchos muertos, lisiados, enfermos mentales y el resabio de perder por primera vez una guerra, todo ello apostado en una ruleta rusa – segunda ironía.
Al extremo opuesto, casi como espejo, el oeste bien representado por California, Texas y Chihuahua. Los mismos territorios que vieron pasar gambusinos, pioneros y colonizadores en la búsqueda de nuevas rutas comerciales y recursos que explotar para sustentar el pujante desarrollo de los EE. UU. en los 1800’s. Solo que ahora como escenario de los ajustes de cuentas entre abogados que compran diamantes, mujeres exóticas y fatales, autos muy rápidos y mafiosos muy furiosos. Una apología del delito desde el punto de vista de nuestros espantados vecinos que miran el problema ni tan lejano ni de una realidad distinta. Es más, si se me permite escribirlo así, justificar moralmente la ley seca o la Ley Harrison, las guerras mundiales y las que se libraron en Asia – Corea y Vietnam – para asegurar el tráfico de opio y que dejaron de tener interés cuando se descubrió había un “Triángulo Dorado” más cerca, en el traspatio, donde ningún hombre cabal pudiera ver en riesgo sus bienes y su buen nombre. Ni para qué hablar del plan Mérida o del “Fast and Furious” del gobierno norteamericano garantizando la disponibilidad de armas para el bando equivocado, ¿O sería el correcto?
“The Counselor” [iii] filmada recientemente por Ridley Scott – el de Blade Runner y Alien – muestra clichés y estereotipos, creo faltaron algunos afroamericanos que ilustraran la venta de opiáceos en Harlem o el Bronx… los mismos vecindarios donde Billy Lee deambulaba entre marineros, policías, vendedores, meseros, desempleados y veteranos de la II Guerra Mundial.
Esos mismos personajes se reúnen en un acto de justicia a la equidad de género, siendo víctimas de una villana más mala que quienes cortan cabezas, balean fugitivos, ejecutan enemigos, secuestran protagonistas para cintas snuff, venden diamantes, lavan dinero o lucran con la bolsa. Esa villana, Malkina, quien dice sin remordimiento “…I suspect that we are ill-formed for the path we have chosen. Ill-formed and ill-prepared. We would like to draw a veil over all the blood and terror that have brought us to this place. It is our faintness of heart that would close our eyes to all of that, but in so doing it makes of it our destiny... But nothing is crueler than a coward, and the slaughter to come is probably beyond our imagining[1]” O sea ¡No se la van a acabar!
Ni para donde hacerse, ni para un lado o al otro, ni a babor ni a estribor, ni a oriente o a occidente.
Termina mi relato en el sur, popular, pachanguero, masivo, sin rostro.
Un sur que antes solo proveía, ahora consume y además, aplica sin decoro las reglas de los negocios imprimiendo además un sello latinoamericano al “Arte de la Guerra” y “El Principe”.
Fiestas populares que enfrentan a bandos y a bandas. Unos defienden las rancheras, las gruperas y los corridos famosos que han erigido nuevos héroes y villanos a partir de reportajes y notas rojas; otros atacan la falta de cultura, de medios o estímulos para desarrollar caminos que beneficien a la sociedad a través de las Bellasartes y las expresiones estéticas de la buena música pero que a la hora de la hora, a la hora del “power mexicano” de Molotov[iv] los avienta a todos a la playa entre cervezas, mota y alcohol.
Fiestas populares que presentan ídolos prefabricados a las multitudes, coreando canciones de sangre y muerte y provocando actitudes afines al modo de vida que ensalzan. Más que pan y circo, la oferta musical popular como reflejo de la realidad cotidiana.
Celebraciones que ponen números rojos a la carretera, a las carteras y a la comunidad. Números negros, muy negros, para las cerveceras, los representantes de artistas, los organizadores y los que proporcionan toda clase de ayudas para explayar la percepción.
Por eso no me gusta escribir de estos temas. Por qué digo mucho y no soluciono nada. No aporto nada más que mi opinión y la visión de lo que percibo más o menos diluido en la vida cotidiana. Por otra parte ¿Qué autoridad moral pudiera tener quien hasta hace poco era adicto al alcohol y al tabaco, y hubo conocido algunas sustancias prohibidas?
Pareciera como si el ciudadano promedio tuviera que orientar su existencia entre referencias y alusiones a las drogas y el narcotráfico; ubicando en el cuadrante de su mapa personal a vendedores, autoridades, usuarios, víctimas de uno u otro bando para establecer coordenadas que señalen su paso por la vida o su obra.
Decir que el problema del narcotráfico es reciente o que el consumo de drogas es un mal de nuestros tiempos sería declararse ignorante y naive. Ninguna cultura, tribu o individuo ha sido ajeno a la búsqueda de algo que lo haga evadir su realidad, expandir su espiritualidad, alterar la conciencia o experimentar estados alternos.
Ninguna sociedad ha desdeñado la oportunidad de gravar el consumo de ciertos productos, de controlar el tráfico y la producción, o de aplicar medidas más o menos rigurosas para administrar la industria asociada. Industria que ha evolucionado e incorporado el desarrollo y la innovación tecnológica a sus actividades primordiales, a tal grado que Saviano compara, sin equivocarse, a empresarios de uno y otro giro diferenciados por la legalidad y la procedencia de sus bienes y servicios, pero no sus tácticas o estrategias.
Atacar al narco o dejarlo hacer; permitir el consumo de alcohol y tabaco y sancionar el de marihuana, coca, y opio; perseguir a los vendedores y productores pero no afectar a quienes financian y administran; crear programas de apoyo y desintoxicación pero estigmatizar a los consumidores. Difícil actuar de manera contundente y total, integralmente – utilizando la palabra de moda.
¿Qué hacer frente a un problema de tal magnitud, que ocasiona guerras, matanzas?
¿Cómo actuar cuando sabes que los números de estas actividades no se registran en la macro o microeconomía pero son el sustento de comunidades, familias e individuos?
¿Hasta dónde involucrarse si ves que tus vecinos quinceañeros llevan años consumiendo algún estupefaciente?
No lo sé, pero estamos jugando a la ruleta rusa con nuestra vida y las de quienes nos rodean. Y como van las cosas en algún momento nos tocará perder y acabar con un tiro en la cabeza.
Como Nick.
Notas y referencias
[1] “Sospecho que estamos deformados por el camino que hemos seguido. Deformados pero preparados. Nos gustaría cubrir con un velo toda la sangre y el terror que hemos traído hasta aquí. Será la debilidad de nuestro corazón lo que nos haga cerrar los ojos a todo esto, pero al hacerlo sellamos nuestro destino. Nada es más cruel que un cobarde, y la masacre que se avecina está muy probablemente más allá de nuestra imaginación”
[i] Burroughs, W. S. (1997). Yonqui. Ed. Anagrama, Barcelona. 218 p.
[ii] The Deer Hunter (1978) Dir. Ridley Scott / Elenco: Robert de Niro, Christopher Walken y Meryl Streep
[iii] The Counselor (2013) Dir. Ridley Scott / Elenco: Brad Pitt, Benicio del Toro, Penélope Cruz, Cameron Díaz y Michael Fassbender
[iv] Concierto masivo al aire libre de “Molotov” en la playa Costa Azul, San José del Cabo 2014