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Serendipia: EL ABATE DAUTEROCHE

Escrito por Arturo Meza en Lunes, 24 Marzo 2014. Publicado en Ciencia, Tecnología

Sabemos que el planeta más cercano al sol es mercurio, le sigue Venus y el tercero es la Tierra. Por lo tanto, desde la Tierra se puede observar el paso de Venus y Mercurio con el sol de fondo cuando los planetas están alineados, en el caso de Venus, se alinea con la tierra cada 1.6 años sin embargo, a causa la inclinación de su órbita diferente a la de la tierra, el fenómeno del paso de Venus por el disco del sol, solo se puede observar casi cada siglo. La más  reciente observación fue en 2012, el próximo paso de Venus por el disco del sol será en el año 2117.

Ese tránsito se da en pares y en ciclos, pares separados por ocho años y ciclos variables pero bien conocidos: hay un largo intervalo de más de cien años, seguido de uno corto de ocho años y luego otro de más de un siglo. Así vemos que ha habido tránsitos de Venus –con testimonios- por el disco solar en 1631 y 1639; 1761 y 1769; 1874 y 1882, los últimos fueron en 2004 y 2012. El que nos ocupa es el de 1769 cuando el abate Jean-Baptiste Chappe D’Auteroche vino a San José del Cabo a hacer sus mediciones. En esa época no se tenía una idea precisa de la escala de dimensiones del sistema solar, si se pudiera medir la distancia entre dos planetas, se podían hacer cálculos con el resto de planetas y con la Tierra. Entre más medidas de regiones distantes entre sí, mayor exactitud en las proyecciones. Estas mediciones eran cruciales para la ciencia y sus utilidades prácticas. Tales observaciones permitían conocer la Unidad Astronómica, la distancia de la tierra al sol y con ello, el perfeccionamiento en los mapas, la ubicación exacta de ciudades, islas, puertos y las rutas del comercio marítimo, por ejemplo.

Ocho años antes, el abate –clérigo asociado a la iglesia católica de Francia-  Jean-Baptiste Chappe D’Auteroche había hecho observaciones desde Siberia -Mémoire du passage de Vénus sur le soleil, avec des observations sur l'astronomie et la déclinaison de la boussole faites à Tobolsk, en Sibérie) en mayo de 1761, el siguiente tránsito, el de 1769, se vería con claridad desde la punta de la península de Baja California. Reinaba en España Carlos III un hombre típico de la Ilustración: había fundado el Jardín Botánico de Madrid y el hoy Museo Del Prado como museo de ciencias. D’Auteroche acudió ante el rey con el fin de solicitar permiso para trasladarse a la Nueva España con todo y tiliches para viajar a California, el permiso se lo concedieron con la condición de que se unieran a la expedición dos astrónomos españoles  -Vicente de Doz y Salvador de Medina- y un mexicano -Joaquín Velázquez- con un grupo de ayudantes. Acompañaron a Chappe en la expedición Jean Pauly, ingeniero y geógrafo del rey de Francia; Mexander Jean Noel, dibujante; Dubois, experto en la compostura de aparatos astronómicos, y un sirviente de Chappe.

Dice el maestro Moisés  Coronado: “La marcha, que cada vez fue más penosa, se inició en septiembre de 1768 hacia Cádiz, de ahí a Veracruz, luego la capital novohispana, San Blas, Nayarit, y atravesó el golfo de California hasta avistar Cabo San Lucas donde se hizo campamento y el abate pudo advertir que sus instrumentos de medición llegaron en condiciones perfectas.” El día escogido para la observación fue el 3 de junio, el viaje desde París había durado 77 días.

En San José del Cabo se había presentado una epidemia –cólera o fiebre amarilla- que acabaría con cerca del 70 por ciento de la población, a pesar de esas condiciones, D´Auteroche se negó a suspender la misión – el siguiente paso de Venus por el sol sería dentro de 105 años-. Nada lo detendría. Las observaciones fueron exitosas como constaría en la obra “Viaje a California para la observación del paso de Venus por el disco del Sol el 3 de junio de 1769”. Terminado el trabajo, Chappe se quedó a atender a los enfermos y para escribir la experiencia pero ya no pudo regresar a Europa. Juan Melgar, en el cuento “Un abate cabalga entre vinoramas” imagina así los últimos días de Chappe D’Auteroche debilitado por los vómitos, deshidratado, febril: “Que alucinaciones castigan; que ensoñaciones drogan su cerebro caliente ahora, mientras –sujeto con correas de cuero crudo firmemente anudadas a la cabeza y a la teja de la silla sobre su mula favorita, cabestrada a caballo por un Soldado de Cuera – sube y baja cuchillas y terrenos montunosos, atraviesa arroyos de arena floja y cerros pedregosos que arrancan sonidos metálicos a las herradas patas de las cabalgaduras, en este viaje febril hacia la misión de San José del Cabo, tratando de abordar una nao de Filipinas que levará anclas sin él, rumbo a Acapulco. A finales de julio el abate recibió los pródromos de la enfermedad que lo llevarían a la muerte el 1 de agosto de 1769 a la edad de 47 años. También fallecerían el astrónomo español de Medina y el técnico francés Dubois.

El final, Melgar lo cuenta así: “Al fin, cabalgando ahora en su mula favorita al trote largo y pajarero que ambos, hombre y bestia disfrutan, libre ya de ataduras y de fiebre, el hombre de ciencia; el volador sobre los verdes techos de la ciudad; el adolescente que prueba la frialdad de las aguas del río; el niño que festeja los crujidos del coche de caballos, el joven estudiante que gustó el picor ahumado de la pierna de cerdo salvaje…Todos juntos sobre aquella mula retinta habrán de despeñarse alados y sonrientes por el negro agujero de la muerte”

Chappé D’Auteroche fue sepultado en San José del Cabo.

 

 

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