Serendipia: CULTURA CIENTÍFICA
Desde los inicios del siglo XIX se estableció una división entre dos grandes saberes: las ciencias y las humanidades, tal división tuvo objetivos académicos, de clasificación de asignaturas, de organización universitaria. Con el surgimiento de las grandes teorías científicas como la evolución, la gravitación universal, la teoría celular, la teoría bacteriológica de la enfermedad infecciosa y la tecnificación de la ciencia, tal división ha resultado en un serio divorcio que es necesario, de alguna manera, volver a reunir en aras de la comprensión del mundo actual. Resulta así que los humanistas: literatos, filósofos, historiadores, sociólogos etc. tienen, hoy en día, que comprender fenómenos científicos para profundizar en su pensamiento, elaborar conclusiones, asuntos que sin cultura científica, es imposible cubrir de manera eficiente. Igual sucede con los científicos que requieren formación humanística pues la ciencia por sí misma no genera conciencia ético-política, del conocimiento científico no surge la conciencia ciudadana.
Hace algún tiempo, discutía acerca de los cultivos transgénicos con jóvenes militantes cuyo discurso provenía de las consignas y de los prejuicios. La discusión se estancó cuando se requirió el conocimiento de las bases de la genética, prevaleció la postura ideológica inamovible porque obedecía –su discurso- al adoctrinamiento y no a la racionalización; no podrían racionalizar el problema, matizarlo, comprenderlo en su justa dimensión, porque no tenían ni idea de la conformación del ADN, de la división celular, mucho menos de la llamada ingeniería genética. Con tanta ignorancia es muy endeble su punto de vista en una discusión, su conocimiento tiene demasiadas fisuras, el entusiasmo no alcanza. Igual sucede con los ecologistas quienes a veces presumen más arrebato que conocimientos con los cuales fundamentar sus exigencias, no es raro, en estas condiciones, brotes de violencia: si no pueden por gritos y consignas, entonces acuden a los golpes ante la imposibilidad de manejar argumentos de peso para hacerse escuchar.
Hay campos en los que es preciso entender muy bien los determinantes científicos como sucede en la discusión de la eutanasia, por ejemplo. Sin comprensión de los medios extraordinarios para mantener la vida, la mecánica de los trasplantes y el fenómeno biológico de la muerte, es imposible atender de manera completa las legislaciones, mucho menos, tener un panorama amplio para adoptar una posición racional acerca de la eutanasia, igual pasa con el aborto. Sucede igual en el campo de la ecología y de la defensa de la biodiversidad. No basta la conciencia ciudadana, tal conciencia deberá estar bien fundamentada en determinantes científicos tan cambiantes como las ciencias mismas.
Ha habido intentos para tender puentes que articulen las ciencias con las humanidades. Desde la publicación de los ensayos de Thomas Kuhn, especialmente, la obra llamada, “La estructura de la revoluciones científicas” (1962) en las que demuestra la oscilación de los paradigmas científicos, y delinea muy bien a la ciencia como elemento cultural que es influido por la filosofía, la política, la sociedad; por las metodologías, las escuelas, las cofradías, las “modas” y las opiniones autoritarias o prestigiosas. Estas demostraciones de Kuhn animaron a los humanistas que han intentado, en algunas universidades, a tender puentes mediante asignaturas como la “Historia social de la ciencia”. Otras han fundado maestrías y doctorados con la posibilidad de unir ambas disciplinas.
Un ejemplo ha sido la Bioética, disciplina que propuso el médico Van Rensselaer Potter con el propósito de comprender, a la luz de los conocimientos actuales, la interrelación de los problemas de salud humanos y la relación con el medio, aquello que descubrió hace un poco más de 2 mil quinientos años, Hipócrates mediante la “teoría de los humores”, una teoría, que hoy en día produce una tierna añoranza a los estudiosos de la medicina. Hoy en día la bioética requiere de saberes interdisciplinarios pues los valores morales, la calidad de vida, no pueden separarse de la fisiología, de la biología; la consecución de nuevas energías, la contaminación del planeta y sus efectos en los organismos tampoco se explican sin la química, la física o la medicina pero tampoco sin la psicología, la economía o la sociología. Algunos fenómenos científicos requieren la presentación correcta de metáforas, la presentación del problema, necesita de la literatura y sus géneros.
Imposible hablar de sostenibilidad ecológica sin nociones de termodinámica, sin la idea de entropía; difícil rechazar con bases solo morales el racismo, la xenofobia sin conocimientos de los estudios genéticos de poblaciones; o de “el alma” y la conciencia, sin tomar en cuenta las hipótesis de Francis Crick, el mismo que junto con James Watson descubriera la estructura del ADN en los años cincuenta; o las relaciones entre la mente y el cuerpo, aquella dicotomía que Descartes inventó como solución en un mundo dominado por la religión y los prejuicios cuando hoy en día se conoce al dedillo la trasmisión neuronal, los potenciales de acción, aquello que llamó Ramón y Cajal “las misteriosas mariposas del alma”, imposible de tratar de comprender los fenómenos de la conciencia sin las obras de Oliver Sack o ese cuento maravilloso de Jorge Luis Borges: “Funes el Memorioso”
Se requiere, al menos la aproximación de ambos saberes, algunos han llamado a este movimiento “tercera cultura”, otros menos ambicioso como Jay Gould que utiliza el término “conciliencia” que significaría algo así como “igual atención” a ambos saberes, este antropólogo lo explica de la siguiente manera: “que las ciencias y las humanidades se conviertan en los mayores amigotes, que se reconozcan mutuamente un parentesco profundo y una conexión necesaria en la búsqueda de la decencia y los logros humanos”
Comentarios (1)
Alejandro Alvarez
Excelente tu artículo. Vienen a mi mente al respecto dos breves afirmaciones de cuyos autores no recuerdo su nombre.
1. Entre más se parcela el conocimiento y más se profundiza en pequeños campos, aumenta nuestra ignorancia.
2. Debajo del pavimento siempre estará la tierra.
Un saludo. AA