Sin dolo
Dice Eduardo que en realidad no quería ser infiel, es decir que, cuando vio a la chica del traje sastre gris ceñido al cuerpo, el pelo largo y la sonrisa de veinteañera, no pensó en llevársela a la cama, es más, dice que ni siquiera se detuvo a admirar sus piernas torneadas, cuando ella se levantó de la silla.
Estaba en una de esas convenciones de cientos de personas, tranquilo y pensando en cosas más importantes que la conferencia que se dictaba, por ejemplo si debía o no comprarse un coche, si siete mil pesos era un precio justo por el sillón que quería para su sala, si haciendo ejercicio una vez a la semana realmente vería impactada la talla de su pantalón, si cuarenta y cinco años le habían servido para aprender algo de la vida, de las mujeres, de sí mismo.
Dice que fue una infidelidad sin dolo, por eso le duele más.
La veinteañera le preguntó si sabía dónde estaba el banco más cercano, no era de la ciudad y Eduardo se ofreció a acompañarla. Dice que ella le dijo que nunca había ido al teatro, dice que le pareció simpática dice que la obra fue mala, dice que usaba tanga, dice que le brillaban los ojos, dice que le preguntó su nombre después de quitarle el sostén, dice que no pensó en nada, dice que el sexo fue bueno, dice que se siente culpable, dice que quiere llamarla, dice que regresó tarde a casa…