Sobre la verdad histórica… ¿O hay otra?
Comentario a “Las memorias del Vigía. Cabo San Lucas en la historia” de Gustavo de la Peña Avilés por Marcos de Jesús Roldán
Hace unas semanas, aprovechando el espacio que según Humberto Eco el internet nos da, se presentó la discusión tan absurda como repetida acerca de quién vale más, a nivel cultural y social, un “choyero” o uno del interior, un “tahualila” vamos.
El resultado fue nefasto, una de esas competencias donde el que gana pierde – igual o más – que el contrincante. Los argumentos sirvieron para reforzar la mezquindad de uno y otro bando… que si en la “Baja” y menos aún en “Cabo” la cultura era mínima, que si no había pirámides, ruinas, trajes típicos, bailables o comida regional. Qué si las de harina sabían mejor que las de maíz. Que si todo era machaca, carne asada, tamales o empanadas de frijol bajadas con café de talega. Que si aquí Engordamos con manteca.
No participé y tampoco sé en que acabó. O más bien si lo sé. Ganaron el chauvinismo y la xenofobia.
Uso esta anécdota como preámbulo a mis comentarios a la obra citada por que reúne puntos esenciales que según yo, el libro de Gustavo plantea más no resuelve, porque no es lo que se propuso hacer.
Empezaremos por algo básico, por un cuento. Y como todos los cuentos empiezan así diré que Erase una vez un grupo de personas que habitaban una región más o menos fértil, más o menos irrigada, más o menos segura. Cierto día, las condiciones del lugar le parecieron poco adecuadas al líder del grupo, la insatisfacción natural y congénita del ser humano lo llamó a buscar una llanura más verde con frutos más dulces y agua más fresca, cuevas más cómodas y hogares más tibios, con menos vecinos o menos hostiles o mejor, sin ellos.
Con ello en mente logró convencer a sus compañeros y los motivó hablando de todo aquello que habrían de encontrar si salían ahora mismo. Algo así como una versión primitiva de “¿Quién se ha llevado mi queso?”. Pasaron días y peligros, calamidades varias y jornadas extenuantes, interminables. Por fin, más tarde que temprano, el grupo llegó a un solar, no tan verde como el imaginado, pero desde luego ocupado. Aquí la historia tiene tres finales alternativos: a, Fueron recibidos e incorporados a la protosociedad; b, Fueron derrotados por los naturales y su legado diluido entre los usos y costumbres de los nativos; o c, Conminados a seguir su camino hasta llegar a otra tierra prometida. La historia anterior ocurre en mi relato pero pudo ser posible con cromañones, siberianos, polinesios, egipcios, asirios, fenicios, griegos o romanos, o vikingos o toltecas o aztecas.
El llegado, el advenedizo debe enfrentar al nativo y convencerlo, por las buenas o por las malas, de que su carga genética cultural es fuerte, apta para mezclarse y prevalecer. Este mismo proceso ocurrió al sur de La Paz, en la región del Cabo como la llaman los arqueólogos. De hecho ocurrió en toda la península de Baja California y sigue ocurriendo día con día, como hace miles de años. Es más, apostaría una galleta roncadora a que hoy por aire, por tierra o por mar – como el pretendiente de la Adelita – llegó al menos una familia a tratar de sobrevivir en este lugar. Y es seguro que sus primeros pensamientos fueron ¿A dónde vine a parar? ¿Cómo voy a subsistir si no hay nada? ¿Qué voy a comer si no hay chilorio, chiles en nogada, carne en su jugo, tortas ahogadas o de tamal, papadzules?
El segundo pensamiento fue ¿A qué me voy a dedicar, dónde voy a trabajar? El tercero ¿Y con quién voy a convivir, a emparentar? estoy seguro de ello porque hace 30 años así me pasó, hace 7 años le ocurrió a Gina y a muchos cancunenses, hace 20 a un jalisciense, y 40 a un guerrerense y a un oaxaqueño.
Mi relación retrocronológica sería muy larga, si no como es que hay Ceseñas, Winklers, Leggs, Ritchies, Wilkes, o Hearts – hoy registrados como Corazón. También hay Marrón, Burgoin, Guillins, Montaños y Avileses ¡Vamos! Cualquiera que viva en Los Cabos llegó algún día y se incoproró a la cultura local, poca o mucha no es el caso. Como sea que fuere se quedó a ganarle un terreno al cerro, al arenal, al antiguo basurero y tuvo que medrar entre choyas, brotes, ciruelos, cardones y caribes, enamorado y sorprendido por el arco de piedra donde la península se afila y a lomo de dragón usa al Vigía para sumergirse en dos mares, convertirse en cascada de arena y dedo de Neptuno, un finisterrae falso pero más vendible que el arenal de las dunas donde un faro antiguo reclama en silencio su secuestro e identidad de verdadero fin de la tierra… o el nacimiento de México, como diría Fernando Jordán.
Y lo que son las cosas, curiosamente al autor de este libro lo conocí por Fernando y no es que el reportero fallecido me lo haya presentado. Gustavo, Nancy y Jesús habían organizado un homenaje al autor de “El Otro México”. Ahí me platicó de su libro, de este, de su afición por la historia y del amor por su tierra.
Sin duda es una obra natural, irreverente y polémica que acaba con dogmas, leyendas y mitos; que reúne en un solo lugar los fragmentos de la historia regada en documentos, anécdotas y monumentos; que plantea hipótesis bajo perspectivas novedosas. No quiero revelar las sorpresas ni arruinar la historia, narrar el contenido o criticar lo que omitió. Una obra gestada de puerta en puerta, entrevistando a los vecinos, a los protagonistas, atento a los susurros, revisando papeles antiguos y recordando su propia infancia, entre el faro viejo y el pueblo nuevo. Una obra que debe leerse para conocer, para desmentir, para rendir homenaje a los hombres y mujeres de un pueblo que ha sobrevivido a huracanes, tornados, pestes, invasiones, Costco’s y springbreakers.
Regresemos a la historia de los migrantes para despedir mi intervención. Ellos llegaron, vieron y vencieron – Vini, vidi, vici. Y con el menaje y las armas, los aperos de labranza y los aparejos también vinieron las historias, los mitos y las leyendas. Escribieron su historia basada en su versión de la verdad porque verdad solo hay una pero muchas versiones: la del que llegó y la del que ya estaba aquí, la del vencido y la del vencedor, la del partido en el poder, la del amigo y la del enemigo.
Por eso la historia es fascinante, por viva, por no ser una ciencia exacta si no que se construye día con día, y más que una colección de hechos es una red de personas asociadas en familias y generaciones en una estructura que va de la génesis al éxodo, a partir del suceso explicado, luego escrito, posteriormente institucionalizado aderezado siempre por versiones, leyendas y mitos. El vox populi versus la versión escrita.
Gustavo escribió este libro siendo adolescente. Investigando según le dictó la lógica, la intuición y su visión de la historia. Consciente de sus áreas de oportunidad hoy cursa una licenciatura en la UABCS que le permitirá aprovechar al máximo los recursos, las oportunidades y entonces, escribir más libros, romper otros mitos, provocar otras lecturas. Si me permiten la indiscreción, Cabo San Lucas o San José o La Paz, merecen muchos libros de historia, tantos como sea posible escribir.
Por último, bien pudiera citar las palabras de Jordán, o de Cortés, de Salvatierra, de Chapell, Mathes, Sandoval o Steinbeck, para hablar de esa región pero es mejor invitarlos a visitarnos, ya sea por Todos Santos o por San Antonio, comprando chimangos o tamales, atrévanse a ir al sur y conocer algo más que la marina, Puerto Paraíso, el Squid o el Cabo Wabo. Serán bienvenidos.
de la Peña Avilés, Gustavo. 2015. Las memorias del Vigía. Cabo San Lucas en su historia. Instituto Sudcaliforniano de Cultura, La Paz, Baja California Sur. 202 p.